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Columna
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Maniqueísmo

El largo y cansino debate del pasado miércoles en el Congreso de los Diputados sobre cuál va a ser la política de Aznar en el contencioso con Irak hubiese acabado en menos de la mitad de tiempo si los portavoces de cada uno de los partidos de la oposición se hubiesen limitado a subir a la tribuna para formular escuetamente esta pregunta: "Señor Aznar, ¿apoyará usted a Estados Unidos si el presidente Bush decide atacar a Irak si finalmente no hay acuerdo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para aprobar la segunda resolución?". Simplemente esto. Era y sigue siendo lo que interesa saber. Salir a la tribuna a responder a la intervención inicial del presidente del Gobierno significaba enredarse en enfrentamientos de sobra conocidos, por lo repetidos en sesiones anteriores, y dar baza a que Aznar se dedicase al juego del maniqueísmo que tanto le gusta cuando no tiene argumentos convincentes. "Señor diputado, no le he oído ni una sola vez en su intervención citar y condenar a Sadam Husein...". Es un ejemplo de cómo el presidente del Gobierno iniciaba sus réplicas. Naturalmente no era cierto. Pero Aznar ya tenía vestido el muñeco para divertirse dándole estopa. O trataba de sacar a colación el terrorismo de Euskadi si se trataba de un diputado nacionalista vasco, o pedía al señor Zapatero la cabeza de Pascual Maragall o se dedicaba a insultar al líder del PSOE acusándole de actuar con "ligereza, frivolidad y bajeza"... Naturalmente, entre el palabrerío y la verborrea se perdía lo esencial, por ejemplo, la pregunta que le lanzó Zapatero: "Si estaba dispuesto a apoyar el ataque unilateral de Estados Unidos sin paraguas de la ONU". Se había hablado de tantas cosas que en su réplica Aznar tenía facilidad para acogerse a otras partes de la intervención de Zapatero y dejar sin respuesta la pregunta fundamental. La que todos los grupos le tenían que haber formulado como únicas palabras en su intervención, Planteándole al señor Aznar la pregunta escueta, monda y lironda, desde la tribuna y regresar, sin más, al escaño. Hubiese sido curioso conocer los circunloquios aznarianos para eludir la respuesta o el maniqueo que se inventaba para darle garrotazos.

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