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Columna
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¿Cómo decirlo?

Un "croa" bien dicho desconcierta bastante. No lo nieguen. Sobre todo porque no hay una razón concreta para que nadie en su sano juicio croe, a no ser que tenga algo que decir que no sea definible mediante un simple y llano concepto onomástico, por resumirlo de alguna manera. Por ejemplo: si a un ciudadano le preguntan en este país por la guerra, lo más inteligente que puede hacer, ya que otras cosas no han servido para nada, es croar.

Muy por el contrario de lo que se pueda pensar a primera vista, las ranas, a pesar de su supuestamente limitado sentido del análisis, entienden esto mejor que nadie. Hay que dar por supuesto que croar no va a salvar el mundo. Muy bien saben los dirigentes lo que es el croar de los ciudadanos al atardecer, cuando los tritones, los renacuajos, los sapillos y las salamandras se quedan en silencio, cediendo el turno al lamento humano, quietos sobre el limo gris, escuchando en el fondo de los pozos y los estanques de los jardines. En este mediocre ambiente de charca de las altas esferas de la política, con los enanos de jardín cubiertos por el musgo y la selva, hasta los sapos guardan silencio en espera de algo, y lo invade todo un olor apestoso a putrefacción.

Los gobernantes mundiales se inventan ruidos de cascos de caballos entrando en Roma, emulando a Calígula sin saberlo. "Se acercan tiempos oscuros", dicen los vagabundos en las plazas sin gente. Como estaba anunciado por los augures, los preparativos para la guerra siguen adelante, imparables. La opinión pública ha sido pisoteada descaradamente. Asistimos, no tan atónitos, a la gigantesca puesta en marcha de la maquinaria de guerra norteamericana, apoyada de facto por nosotros, que se levanta como un enorme Godzilla, un monstruoso ente preparado para arrasar todo cuanto encuentre a su paso. El soldadito ya se ha colgado el amuleto al cuello, ha besado a su madre y a su novia. A ésta última le ha regalado una alianza y un ramo de flores, aunque luego ha pensado que hubiera sido mejor no regalarle las flores. En ese momento ella le ha dicho que va a dar luz. El soldadito ha insistido en averiguar la fecha. El soldadito sólo quiere estar vivo para cuando eso suceda. Después ha pintado el Born to kill en su casco.

El soldadito obedece a Bush, sin duda, y otros obedecen a Aznar, que obedece a Bush porque una vez éste le dejó poner los pies sobre su mesa. Hay amistades que duran toda la vida, al calor de estos entrañables recuerdos. El dirigente local (sic) sepulta a la población con panfletos guerreros disfrazados de cuentos infantiles. El dibujo de portada representa a una niña pintando con una tiza un sí a la guerra en el cielo azul. Por lo visto, los cuentos infantiles también forman parte de esta gigantesca operación de chantaje y soborno a la opinión pública, prometiendo un paraíso a cambio de una conflagración mundial. En esta tesitura, queda mucho por decir, pero ya nadie sabe cómo decirlo. Aparte del croar de las ranas, nos queda el rebuzno del burro, pero tampoco es cuestión de faltar el respeto a tan dignos animales.

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