"Soy el Bustamante de la bici, pero a nivel mundial"
Óscar Freire es algo más que ese ciclista con merecida fama de despistado que ha conseguido un par de veces llevarse ese maillot con los colores del arco iris que le acreditan como campeón del mundo. Es algo más que ese desconocido que con desparpajo sorprendió ganando en Verona, esa ciudad que nunca olvidará, que cambió su vida para siempre. También es algo más que un ciclista sorprendente e imprevisible capaz de lo mejor cuando nada se espera de él y de lo mismo cuando todas las miradas caen sobre él. Sí, Óscar es más que todo esto. Ante todo, Óscar es para mí un amigo; tantas veces compañero de equipo, de habitación, de entrenamientos, de trabajo, de anécdotas, de recuerdos, de aventuras al fin y al cabo y de tantas y tantas otras cosas que se me escapan ahora en la memoria, pero que en este caso son lo de menos; ante todo, es un amigo. Y te aviso, Óscar, no me mientas, que me las sé todas...
"El paso grande hacia las clásicas lo tienen que dar los directores, no los ciclistas"
"Tengo la sensación de que no me valoran igual que si fuese un corredor de grandes vueltas"
Marco su número y le cuento que le llamo para hacerle la entrevista de la que habíamos hablado. La intención era hacérsela en la pasada Vuelta a Andalucía, en la que Óscar se llevó las dos primeras etapas, pero desde que ya no somos compañeros de equipo nos hemos dado cuenta de que cada vez va siendo más difícil coincidir. Así que hemos recurrido al teléfono.
Óscar Freire. Vale, tira, pero ten cuidado a ver dónde apuntas.
Pregunta. ¿Qué nos cuentas de tus primeras impresiones en tu nuevo equipo, el Rabobank?
Respuesta. Bueno..., es algo así como irme a otro mundo diferente. La mentalidad del equipo cambia mucho y, claro, como todavía no domino el idioma, a veces te puedas sentir un poco como un autista. Luego, a la hora de correr, todo es muy parecido: la ley del ciclismo, que es algo independiente de los equipos; ir lo más rápido posible para ganar... Ahí no hay secretos. Lo más importante es que es otra mentalidad.
P. Por primera vez, exceptuando los Mundiales, hemos visto a todo un equipo volcado en la labor de ayudarte para el sprint. ¿Crees que esto va a hacer que veamos a otro Freire?
R. No lo sé. Lo que sí que es cierto es que en Mallorca me di cuenta de que este año podía ganar muchas carreras, aunque luego surgirán, seguro, complicaciones. Hay muy poca diferencia en cuanto a ganar y no ganar, pero la diferencia en cuanto a repercusión es tremenda. Ahora voy con más confianza y relajación en los últimos kilómetros. Sólo me preocupo de mis compañeros. Y esa tensión y esas fuerzas que te ahorras son las que necesitas en los últimos metros. Si cambia algo en mi forma de sprintar, será la confianza.
P. ¿Qué queda aún de aquel Freire que pasó a profesionales con Mínguez y del que se cuenta que en aquel entonces lo más destacable de su palmarés era, además del subcampeonato mundial amateur de San Sebastián, un Campeonato de España... ¡¡¡de scalextric!!!?
R. ¡Ja! ¡Ja! Queda todo. Creo que sigo siendo el mismo. Para la gente sí que he cambiado. Por ejemplo, este año, en Andalucía, todo el mundo me conocía y me decía que tenía que ir más a correr por allí, que era la primera vez que lo hacía. Y no; también lo hice en mis dos primeros años con el Vitalicio. Pero ya les decía yo: 'Lo que pasa es que antes no me conocíais".
P. Por cierto, hablando de ese primer año, cuenta un tal Horrillo una anécdota: en una de las primeras reuniones del equipo, medio en serio, medio en broma, pidió Mínguez voluntarios para la mítica París-Roubaix y, para cachondeo de todo el resto de los compañeros, fuisteis vosotros dos los únicos en levantar la mano. ¿Qué hay de cierto en esa historia?
R. Todo. Cuando acabas de pasar, eres todo ilusión y los corredores veteranos y experimentados suelen haberla perdido y por eso tienen una mentalidad diferente. Igual precisamente por eso, corredores que han podido tener condiciones se han quedado en el camino; corredores que podían haber brillado en carreras de un día y que, por una mentalidad conservadora, se han acomodado en hacer puestecitos en la general de ciertas carreras, destacar en la Vuelta... Sin ilusión, no hay ganas de ganar ni de experimentar algo nuevo. La inexperiencia tiene esas virtudes.
P. Ay, me refrescas la memoria. ¿Y te acuerdas cuando en la mañana de aquella Roubaix corrimos la cortina de la habitación y la alegría que nos entró en el cuerpo cuando vimos que diluviaba?
R. Yo más aún me acuerdo de la caída que tuve aquel día. Ahí vi yo que esto de la Roubaix era diferente. Es una carrera con premio extra: no es sólo ganar, sino simplemente terminarla. Es como ganar el Tour. Algo así.
P. ¿Cuál es tu secreto para asimilar todos los cambios que se han producido a tu alrededor?
R. No lo sé muy bien. Será mi forma de ser. Al principio, lo de Verona fue muy duro, durísimo. Desde fuera, la gente sólo veía lo bonito, pero el cambio tan brusco de un día para otro, el pasar de hacer una vida completamente normal, la de un ciclista anónimo, la misma que puede tener cualquier trabajador normal y corriente, a ser una persona constantemente mirada y vigilada, con una presión constante en cada cosa que hacía, no fue algo fácil de asimilar. Por ejemplo, en Italia, todos los titulares preguntaban lo mismo: a ver quién era Óscar Freire. Querían saberlo todo de mí cuando el día anterior ni siquiera me conocían de nada. Desde fuera quizá no se apreciara, pero cada palabra que pronunciaba era una pequeña carga. El segundo Mundial fue completamente diferente; en vez de 23 años, y dos como profesional, ya tenía 25 y cuatro de corredor, y la experiencia de la vez anterior. Creo que lo llevé mucho mejor. Cada año maduras, y piensas un poco diferente. Si tuviera que explicarlo de una manera sencilla, me compararía con uno de éstos de Operación Triunfo, que pasan de ser desconocidos hoy a que les conozca todo el mundo pasado mañana, a encontrarte en un mundo que no es el tuyo. Uno que gana, por ejemplo, el Tour lo va viendo día a día y no sorprende de la misma manera, pero lo mío fue así, de repente. Yo el día anterior no me imaginaba que podía ser campeón del mundo y, sin embargo, 24 horas después lo era. Como es cántabro, digamos que soy el Bustamante del ciclismo, ¡je!, ¡je!, pero a nivel mundial, ¿eh?
P. Aunque todavía te falte para llegar a viejo, ya vas siendo veterano. Así que tendrás que enfrentarte ya a retos mayores. ¿Será este año el de la Copa del Mundo?
R. Ojalá. Cuando pasé, miraba a mi alrededor y parecían todos mis padres. Muchos estaban casados, con hijos, y yo, con 22 años, me decía: "¡Dónde me he metido!". Ahora es como cuando corría en juveniles o algo así, más o menos todos de mi edad, aunque ya empiezas a ver bastantes jóvenes y también algún que otro mayor. Pero a los mayores... como que les has perdido ya esa prudencia que tenías con ellos. Es como cuando de pequeño veías a alguien en la tele y pensabas que era diferente por salir allí. Ahora yo soy el que salgo y todo es igual. Es curioso, pero esta sensación la he tenido este año por primera vez.
P. Se dice efecto Freire cuando se habla de la lenta pero continua apertura del ciclismo español al mundo de las clásicas. ¿Te sientes orgulloso de ser el responsable?
R. Que me tomen como una referencia, la de ser el propulsor de un cambio de mentalidad, es evidente que es algo que me enorgullece. Y más cuando veo potencial en algunos de ellos. Pero sigo diciendo que los que se equivocan no son los corredores, sino los directores. Hay jóvenes que vienen con una mentalidad más abierta y con ganas de destacar en las clásicas, pero ya desde la primera concentración del año se les motiva para la general de Mallorca, Andalucía... Y, al final, se les va el interés por las clásicas porque ven que aquí lo que se valora es eso. Algunos lo están intentado, pero el paso grande lo tienen que dar los directores, no sólo los corredores. El ciclismo español sigue siendo un ciclismo de unos pocos directores con mentalidad de vueltas. No es por criticar, pero hay corredores que aspiran a ser el 15º o el 20º en el Tour cuando te llega, por ejemplo, un corredor como Jalabert, que se olvida de la general, se centra en las etapas y da un espectáculo de lo más bonito.
P. ¿Quiere eso decir que tú también has dicho nunca máis, pero a los equipos españoles?
R. No; creo que más bien han sido ellos los que me lo han dicho a mí. Yo estaría encantado, pero entiendo que económicamente ellos también deben hacer un esfuerzo. Tengo la sensación de que no me valoran igual que si fuese un corredor de grandes vueltas.
P. ¿Qué es lo próximo que se te ha metido en la cabeza conseguir, aparte de aprender inglés?
R. Sin duda, la Milán-San Remo. La he corrido en dos ocasiones. La primera vez hice tercero, pero estuve un poco lejos de la victoria. Sin embargo, la segunda, en la que fui quinto, me vi más cerca de ella no por la distancia que me separó del ganador, sino por fuerzas, por la forma en la que me moví y por cómo me encontré.
P. Desde que te recuerdo, siempre has sido un corredor ganador. Dabas la impresión de conseguir todo aquello que te proponías. ¿Cómo definirías la diferencia que hay entre tú y un corredor que estando siempre ahí es incapaz de ganar?
R. Es sobre todo algo mental. Cuando gané el Mundial de Verona, antes de salir, pensaba que hacer el 15º o el 20º sería un resultado excelente. Pero, cuando al final me mantenía en el grupo de cabeza, sólo pensaba en ganar, no en ser cuarto o quinto. Nunca había ganado ninguna carrera de ese nivel, pero eso no me importaba. Veía todo en mi contra: los rivales, la inexperiencia... Pero, en vez de verlo de manera negativa, veía que no tenía nada que perder y sí muchísimo que ganar. Hay muchos corredores con condiciones a los que le falta esa mentalidad. Por eso se quedan siempre ahí cerca.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.