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Minorías

Están de moda los discapacitados y los postergados. A partir de un día de estos las madres con hijos menores podrán cobrar una paga de cien euros al mes y las familias podrán favorecer a los hijos con discapacidades en las herencias. Es decir, que los ciudadanos podremos hacer algo más lo que queremos con lo nuestro, ya que el Estado benevolente se ha decidido a contrarrestar flagrantes injusticias. Se trata de aportar ventajas para compensar perjuicios seculares. Estas medidas que parecen muy modernas, son discriminatorias para las madres que han criado a sus hijos sin ayuda benefactora alguna o para los padres de hijos con minusvalías, que no han podido beneficiar a sus descendientes, de acuerdo con las medidas que ahora se aprueban.

Con estas novedades legislativas únicamente se ataja el problema parcialmente. La sociedad actual, teóricamente muy instalada en un hipotético estado del bienestar, nos aboca cada día más a procurarnos los servicios que cada cual sea capaz de organizarse. Junto a una Seguridad Social de alcance universal, los españoles hemos de pensar en suplementar la atención sanitaria con seguros privados. Nuestros mayores, cuando ya no pueden valerse por sí mismos, necesitan asistencia que habrán de sufragar con sus ahorros o con la ayuda de sus familiares. Estamos refiriéndonos a las minorías de los discapacitados, familias con hijos menores, enfermos, parados y otros protagonistas preferidos de la sociedad.

La corriente neoliberal y del pensamiento único es cruel. Despiadada con todos aquellos que representan el rostro marginal de un panorama donde prima la rentabilidad a cualquier precio y en el que no se soporta la visión cruda que proyectan sus miembros más vulnerables.

Algunas comunidades autónomas intentan llegar en contingencias sociales, allá donde el aparato central del Estado no alcanza. En el terreno de la sanidad, atención a ancianos, sistema de pensiones y planes integrales para discapacitados. No siempre lo consiguen porque es la propia maquinaria estatal la que no soporta que los españoles seamos desiguales e incluso algunos privilegiados, frente a otras discriminaciones que nadie detecta ni denuncia.

¿Por qué pagamos peajes en nuestras autopistas para recorrer la Comunidad Valenciana de norte a sur? ¿Por qué viajar en avión desde nuestra Comunidad a un destino internacional nos cuesta una media de 200 euros más?

Así podríamos seguir con una lista de reivindicaciones en el terreno de las condiciones de vida, las retribuciones, ofertas formativas, oportunidades culturales y en otros campos que van desde los horizontes profesionales a los umbrales de gratificación de los ciudadanos.

Maquiavelo, escribió que "se puede recordar a todo poderoso que jamás beneficios nuevos borraron viejas injurias", pero cuando se impide que los desequilibrios puedan compensarse, los ciudadanos y las comunidades periféricas empiezan a sentir el peso de la bota que machaca con su tacón el tejido más sensible de las minorías y lo que es más duro, sin esperanza, porque no hay conciencia de la marginación ni sentido de la equidad. Ni todos somos ignorantes ni estamos dispuestos a que se ahonde en el abismo entre lo que llamaba Jacques Attali, nómadas de lujo y nómadas de miseria.

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