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Reportaje:

Madrid se abre a la ciencia

La feria Madrid por la Ciencia reúne un sinfín de artilugios que son verdades científicas al alcance de cualquiera

Carmen Morán Breña

Camino de la feria Madrid por la Ciencia, el taxista pregunta: "¿Y en esa feria qué venden?". Pues habrá qué ver, es de ciencia. "Pues sí, pero en las ferias se vende, y no se puede pedir cuarto y mitad de ciencia, no?", insiste el taxista. Muchas veces, la ciencia es lo que no se ve. Uno va montado en el metro, que no es más que un cajón con asientos y ¿qué es lo que no se ve?: el bogie (o boje) del tren, un poderoso y articulado artefacto que hace mover las ruedas, que frena, que coge impulso y arranca. Eso sí puede verse en la feria Madrid por la Ciencia, en el Parque Juan Carlos I de Madrid.

Hay otras cosas que se ven y, además, huelen. Por ejemplo, el chapapote. En el pabellón de la Universidad Complutense, el profesor titular de Ingeniería Química José Aracil coge una paleta de metal y la mancha con el pegajoso fuel derramado por el Prestige. Después, con un papel impregnado en biodiésel, la limpia hasta dejarla como la patena. Pero si los marineros gallegos tratan de hacerlo sin el poderoso combustible, la mancha se resiste como en un anuncio de detergente. Además, el biodiésel "es biodegradable al 100% si lleva etanol en su composición". En un pequeño tarro de cristal, Aracil muestra piedras limpias de chapapote gracias a este combustible del que ya se producen en Europa "un millón de toneladas".

La matemática más compleja la explican los alumnos con las escamas de las piñas pintadas de colores

Y ciencia son también aquellas terribles fórmulas matemáticas, físicas y químicas que explicaban en la escuela y que los niños aprendían como dogma de fe. Eso no les pasa ya a los alumnos de los 60 colegios que participan en esta feria. Porque ellos mismos han diseñado y construido sus artilugios para saber qué es la velocidad, cómo se demuestra que la Tierra gira sobre su eje, cómo funciona un robot o cómo pesar a un astronauta en un espacio ingrávido.

La gracia del asunto es que ellos mismos le cuentan al visitante en qué consiste eso que parece imposible. "Oiga, ¿se lo explico?", pregunta dispuesta Patricia, del colegio Santa Cristina, que va a 5º de primaria. Dicho y hecho, da una lección magistral del funcionamiento del oído. Ya, ya, martillo, yunque y estribo. "Que no, que falta otro huesecillo, el lenticular, que es éste de aquí", señala Patricia.

Un poco más allá, los alumnos del instituto Gregorio Marañón han instalado un enorme péndulo de Foucault que cuelga del techo y oscila cadencioso sobre un tablero primorosamente pintado. Con el correr de las agujas del reloj, el visitante espera embobado que el péndulo derribe un palito que se levanta sobre el tablero. Y acabará cayendo, pero no porque el péndulo varíe su recorrido. La tierra gira. Sin truco ni cartón. Ciencia.

El año pasado, éste es el cuarto, la feria científica recibió 80.000 visitas. Todos los que vengan este año podrán montar en la cabina que han construido en el instituto Ignacio Ellacuría (Alcorcón), un simulador de vuelo digno del mejor recreativo. En la cabina, los que sueñan con pilotar, pueden ensayar cómo volar entre dos torres sin derribarlas o ver cómo su avión se hunde en el mar.

La matemática más compleja la explican los alumnos con las escamas de las piñas pintadas de colores, y con circuitos eléctricos hacen los estudiantes del instituto Rafael Alberti mover un avión de marquetería, encender un semáforo y manar una fuente.

Physical Mystery Tour han titulado los chicos del Manuel de Falla a sus trucos virtuales o mágicos. Una de las alumnas introduce un papel en una urna, como si votara en las elecciones, pero los niños que observan el proceso ven cómo el papel desaparece nada más entrar. "Hay un espejo", aventura una muchacha. Y tiene razón, pero ¿dónde, cómo? Prueben también a tocar el muñeco play móbil. Su mano lo intentará, pero sin resultado, porque es sólo una imagen virtual. Líneas, focos, espejos curvados. Pura física con la que los chicos disfrutan anonadando a los adultos.

Y los niños no han olvidado la sombra de la guerra. Casi todos llevan su pegatina. Ni los mayores. Al consejero de Educación, Carlos Mayor Oreja, y al secretario de Estado de Universidades, Julio Iglesias de Ussel, que ayer inauguraron la feria, les persiguieron durante el recorrido una procesión de trabajadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) con pancartas y gritos de "No a la guerra". Disfrutar con esta feria no tiene ninguna ciencia.

Madrid por la Ciencia. Hasta el domingo. Recinto Ferial Juan Carlos I. Pabellón 5. De 10.00 a 20.00. Entrada gratis.

El fuelle del maestro herrero

La ciencia no tiene edad, ni fronteras, ni tiempo. Para demostrar esta sencilla teoría, en la feria Madrid por la Ciencia, además de niños, hay adultos (las grandes instituciones científicas y las universidades tienen su puesto); y hay también un espacio europeo en el que los colegios bilingües han instalado sus recintos: la misma ciencia pero en distintos idiomas. Por último, este año los organizadores han querido hacer una miniferia de la artesanía para que los visitantes conozcan la precaria ciencia de los artesanos, un precioso vínculo entre el arte y el laboratorio. Ataviado con traje de época, el maestro herrero es el que más éxito tiene, porque no para de follar delante de todos. "Lo dice el diccionario, follar es dar aire con el fuelle", y es cierto, en la primera acepción que el de la Real Academia recoge del término. Y el fuelle del maestro herrero es de tremendas dimensiones. En un periquete mueve el fuelle y atiza la lumbre, que sale como un géiser calentando una fina barra de acero. Machaca con ritmo sobre el yunque y el sonido de la fragua sirve de reclamo para los visitantes que no pierden ripio. Clinc, clonc, clinc. La pinza hunde el acero candente en el cubo de agua una vez moldeado y aparece una pequeña herradura de la suerte. El proceso no lleva más de siete u ocho minutos. Al lado huele a chocolate del de verdad, con mucho cacao, que unos maestros chocolateros llegados de Valencia ofrecen en el mostrador. La pequeña feria de artesanía es un remanso entre tanto artilugio científico, una vuelta al pasado en el que ya se atisbaban los orígenes del progreso. La ciencia no tiene tiempo.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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