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Columna
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Derrumbes

El pasado viernes moría en México el escritor guatemalteco Augusto Monterroso, maestro del relato breve. Me gustaría recordar con ustedes una de sus historias, en concreto la que lleva por título La Fe y las montañas. Cuenta Monterroso que en un principio, cuando la Fe movía montañas sólo en contadas ocasiones, sólo cuando era absolutamente necesario, las transformaciones del paisaje eran mínimas y en ningún caso catastróficas. Pero llegó un momento en que la Fe se fue extendiendo, y con ella la idea de que mover montañas era algo, no sólo posible, sino divertido. La situación llegó a tales extremos que las montañas no hacían más que cambiar de sitio, lo que provocaba grandes alteraciones. Tanto que la buena gente prefirió abandonar la Fe, gracias a lo cual las montañas por lo general permanecen en su sitio. Pero no siempre es así: "Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe".

La fe mueve montañas, decimos, y suena bien. Suena bien porque nos ayuda a sostener la esperanza en la transformación de la realidad y tal cosa es absolutamente necesaria en estos tiempos de pensamiento único. Otro mundo es posible, decimos, y decimos bien, porque este mundo es insostenible. Pero es importante -esa es la advertencia de Monterroso- comprender que, si bien otro mundo es posible, no cualquier otro mundo es posible, o no de cualquier manera; y que hay mundos que, aún siendo posibles, no son en absoluto deseables. No tener esto en cuenta supone extraviarse por los peligrosos senderos de lo que Michel Oakeshott llamó "la política de la fe": una visión que a) confía en la perfectibilidad de la condición humana, b) cree conocer la dirección en que tal perfectibilidad ha de encaminarse, y c) está dispuesta a utilizar todos los medios para alcanzar esa meta. Pero allí donde la política de la fe toma el mando, el resultado no es otro que el incremento de la violencia, la exclusión y el dolor.

La tarea de transformar el mundo sigue teniendo hoy como principal amenaza aquella tentación que denunciara en 1952 Albert Camus: la de sustentarse en una "ideología que sustituye la realidad viviente por una sucesión lógica de acontecimientos". El caso del País Vasco es, en este sentido, dolorosamente paradigmático. En los últimos años nuestro país se ha convertido en el paraíso de ideólogos y econometras, de filósofos políticos puros y de moralistas escolásticos, de genios de lo jurídico y expertos en política creativa. La pizarra es el escenario favorito de todos ellos, donde vuelcan sus ecuaciones lineales y plasman sus juegos de estrategia. Planificadores implacables, la lógica de los acontecimientos sustituye a la realidad viviente, sufriente y agonizante. Se mira tanto al futuro que se acaba por perder contacto con el presente. La fe, combustible de la voluntad, mueve montañas, nos dicen. El objetivo es generar propuestas ilusionantes. Todo es posible. Lo único que debemos hacer es dar el salto cuántico de la fe: siempre que lo queramos con convicción, seremos lo que queramos ser. Aunque cada vez seamos menos, o seamos peores. ¿Aunque nuestro sueño sea la pesadilla de otros?

El sábado era asesinado en Andoain Joseba Pagazaurtundua, militante socialista y activista de ¡Basta ya! Alguien, más inmediato que lejano, borracho de fe, decidió que era un obstáculo para construir otro mundo posible. Quería mover la montaña y no le importó, al contrario, que el consiguiente derrumbe se llevara una vida por delante. Y yo pregunto: ¿de verdad no tiene nada que ver el asesinato de Joseba Pagazaurtundua con la fe en ese otro mundo posible del soberanismo vasco? Incluso al margen o hasta en contra de la voluntad de sus promotores, ¿de verdad no tiene nada que ver? Por favor, respondan y actúen en consecuencia.

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