España y los Grizzlies

A Antonio Díaz Miguel no le gustaba ser considerado el entrenador de "la selección española" de baloncesto. Año tras año, durante las décadas que dirigió a España, se empeñó en cambiar esa denominación tradicional y asentada por la de entrenador del "equipo nacional", con la que se sentía mucho más identificado.
Bien es cierto que a Antonio le atraía irresistiblemente descubrir la cuadratura del círculo todas y cada uno de las temporadas, pero en este caso lo cierto es que su demanda e intención no eran una frivolité o moda pasajera, pues escondía una filosofía fundamental: los mejores jugadores no forman el mejor equipo, salvo que se comporten como tal.
Una selección la puede hacer cualquiera. El problema surge cuando hay que convertirla en un verdadero equipo. En el último Campeonato del Mundo, disputado el verano pasado, tuvimos el último ejemplo de ello. Estados Unidos, una selección de grandes talentos individuales, sucumbió frente a equipos en toda la extensión de la palabra como fueron Yugoslavia, Argentina y España.
No hay ninguna duda de que fue esta virtud la que posibilitó la buena actuación española, capaz de sacar petróleo de un colectivo no excesivamente lustroso gracias a un comportamiento totalmente solidario y unificado.
Esta dinámica se está manteniendo, por lo que no es de extrañar que estemos asistiendo a la explosión definitiva del cuarto mosquetero, Felipe Reyes, un jugador de equipo impagable y que está llamado a convertirse en la cuarta pata -junto a Raúl López, Navarro y, por supuesto, Gasol- de un equipo con mayúsculas que, poco a poco, va quemando etapas ante su gran reto: los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
En las antípodas de esta filosofía podemos observar a los Grizzlies de Memphis. Resulta desesperante comprobar cómo talentos individuales son desaprovechados por una mala comprensión de las mecánicas que deben presidir un juego de equipo como es el baloncesto.
Si ya conocíamos las particularidades del indomable y anárquico base Williams, ahora vemos cómo el pobre Gasol tiene que lidiar con un tal Giricek, un auténtico y genuino chupón, incapaz de ver más allá de sus propios intereses y que reduce el juego del baloncesto a una cuestión entre él, la pelota y el aro.
Dirigidos por estas dos lumbreras, no es de extrañar los resultados. Los Grizzlies traicionan noche tras noche las jerarquías que otorgan el talento y los números estadísticos convirtiendo a las estrellas en actores secundarios al servicio de jugadores que ni tienen ni se han ganado todavía ese protagonismo.
El mundo al revés y la derrota como castigo.
Mientras tanto, el Pamesa valenciano, el mejor equipo, que no la mejor plantilla, de la Liga ACB, sigue instalado en la cumbre. Por algo será.
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