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Crítica:DANZA | 'COPPELIA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Muñeca con engranajes chirriantes

El famoso ballet de 1870 basado en el cuento de Hoffmann donde un tal doctor Coppelius juega a un oscuro trasvase entre la alquimia, la perversión y la creación de autómatas ha conocido múltiples versiones a lo largo de sus más de 130 años de existencia. Si hoy se conserva con trazas del original perdido, es una vez más gracias a la labor de Marius Petipa en San Petersburgo, y tenemos en el recuerdo reciente las estupendas versiones de Enrique Martínez (en la Scala y en ABT), la de Leon Fokin a finales de los años cuarenta con el ballet cubano (Swanilda es, sin duda el mejor papel de Alicia Alonso) o la que mantiene la Escuela Vagánova de San Petersburgo como ejercicio de graduación.

Ballet de la Deutsche Oper de Berlín

Coppelia. Coreografía: Ronald Hynd (sobre original de Petipa); música: Léo Delibes; diseños: Roberta Guidi di Bagno; dirección musical: Peter Ernst Lassen. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Teatro de la Maestranza, Sevilla. 7 de enero.

La del británico Ronald Hynd no es la peor, pero carece de brillantez y de logística musical en estilo y acentos, así como en el conjunto (ensemble) y pecando en esa manía de los coreógrafos ingleses por enmendarle la plana a la tradición franco-rusa.

Lo destacable es, sin duda, que el teatro sevillano se esfuerce por ofrecer ballet clásico en toda regla y que en cada temporada haga venir un gran conjunto como es el berlinés, aunque hoy no pase por sus mejores momentos.

Los decorados de aire entre alsaciano y tirolés cumplen con la atmósfera, menos en la casa de Coppelius, que recuerda, toque surrealista, a una maqueta de torres a lo Gaudí y menos en las ruinas góticas de lo que debía ser el taller de los muñecos del segundo acto. Con el vestuario sucede otro tanto: ese empeño arcaizante de poner largos tutús románticos para evoluciones que proceden de la época del tutú transición y que se han bailado todo el siglo XX con tutú corto de plato (así lo justifican los movimientos). La orquesta dejó un magnífico sabor de oído en esa partitura de Delibes, probablemente, junto al Lago de Chaicovski y a la Giselle de Adam, las tres obras emblemáticas del gran ballet histórico.

El reparto lo encabezó la francesa Christine Camillo (una de las niñas mimadas de Berlín desde los tiempos de Schaufuss), que se mantiene en forma y es virtuosa en sus giros y equilibrios, acompañada por el español Goyo Montero como Franz. Montero tiene cualidades, pero lucha constantemente con su físico, que no es el que piden esta danza y estos personajes. El resultado es una pareja dispareja y un desmesurado esfuerzo por forzar la ejecución hacia una brillantez antinatural, poco creíble y con un constante exceso en la bravura de exhibición. El ballet clásico es otra cosa: es mesura, control, musicalidad a toda costa, imbricación ligada entre paso y compás. La versión de Hynd, por otra parte, deforma el argumento convirtiendo a la protagonista en hija del alcalde. Un despropósito que no ayuda al producto.

En el centro, Christine Camillo, en el primer acto de <b></b><i>Coppelia</i> con la Deutsche Oper en Sevilla.
En el centro, Christine Camillo, en el primer acto de Coppelia con la Deutsche Oper en Sevilla.ALEJANDRO RUESGA

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