El Athletic se da un gustazo
El conjunto rojiblanco ofrece su mejor fútbol y rompe la racha de 34 partidos encajando goles
Pues sí, resulta que al Athletic le quedaban gasolina e ideas para jugar al fútbol. Que tenía la ambición suficiente para meterse entre ceja y ceja la portería contraria, la responsabilidad adecuada para disputar cada pelota como si la dignidad estuviera en juego y la técnica necesaria para no perderla inmediatamente, como acostumbraba. En el asunto, intermediaron dos razones, mejor dicho dos personas, que agigantaron su estatura futbolística paraborrar de un plumazo dos líneas del Alavés. Alkiza, con las pilas a rebosar, pasó la lija por el centro del campo alavesista, cuyos mediocampistas sólo asomaron al partido en alguna falta estruendosa y en continuas pérdidas de balón. El otro, Urzaiz, desestabilizó él solito a toda la línea defensiva de los vitorianos, incapaces de frenar su impetu, sabiduría y potencia, ni por las buenas, ni por las malas.
ATHLETIC 2 - ALAVÉS 0
Athletic: Aranzubia; Javi González, Lacruz, Karanka, Del Horno (Orbaiz, m. 70); Gurpegui, Alkiza (Óscar Vales, m. 88); Etxeberria, Ezquerro (Larrazabal, m. 70), Arriaga; y Urzaiz. Alavés: Dutruel; Edu Alonso, Karmona, Abelardo, Geli; Turiel (Luis Helguera, m. 75), Pablo (Magno, m. 45); Jordi Cruyff, Ilie, Ibon Begoña; y Rubén Navarro (Iván Alonso, m. 77). Goles: 1-0. M. 15. Jugada al primer toque, por la derecha, entre Gurpegui y Etxeberria y el centro de éste lo cabecea Urzaiz superando en el salto a Jordi Cruyff. 2-0- M. 73. Saque de esquina que efectúa Orbaiz al primer palo y Etxeberria cabecea libre de marcaje. Árbitro: Rodríguez Santiago. Amonestó a Ezquerro, del Athletic, y a Turiel, Pablo y Abelardo -que acarrea suspensión-, del Alavés. Unos 38.000 espectadores en San Mamés.
Seguramente intermedió también el síndrome de San Mamés que sufre el Alavés, que le empequeñece hasta el punto de dejarle mudo, inservible, irreconocible. Va a ser verdad que al equipo de Mané se le cae el arco de la Catedral encima, en cuanto pisa el verde, como si le pareciera un sacrilegio cometer el pecado de marcar un gol.
Al tercer minuto de partido, al Alavés ya le temblaban las piernas cuando Ezquerro disparó y sólo el cuerpo de Karmona evitó que aquella bala se fuera a la red. El Athletic tiró de manual, es decir alternó los balones aéreos a Urzaiz y Ezquerro con las combinaciones y el uno contra uno. En todas ganaba el Athletic y ganaba el fútbol. El Alavés, asustado, se quedó con una sola idea en la cabeza: buscar diagonales entre los defensas para que Ilie metiera el turbo. Una alternativa inútil: sólo encontró el desierto.
A cambio, el Athletic empezó a gustarse. Alkiza robaba y distribuía y Ezquerro dió un recital de futbito en el área pequeña, en una jugada memorable, tan egoista como bella. Y así, por ese camino, llegó el gol de Urzaiz, un cabezazo inapelable en pleno desconcierto defensivo del Alavés que hizo crecer el volcán rojiblanco. Hasta Arriaga, el más joven se creció, con exhibiciones de control y recorte que parecían olvidadas en la Catedral, demasiado habituada al fútbol industrioso y espeso.
El Athletic se reconocilió con el fútbol en 45 minutos deliciosos, impensables, impagables para lo que se estila en Bilbao. Fútbol rápido, vertical, de toque, de remate, al que el Alavés asistió atónito.
Mané reaccionó en el descanso. Visto que Pablo sólo tuvo protragonismo en una dura entrada a Etxeberria que le costó la tarjeta, decidió meter más voltaje al equipo dando entrada a Magno, un guerrillero que también hace de la velocidad su argumento. A correr, dijo Mané, y supo lo que hacía. Desde entonces, el partido cambió de área. A dentelladas, más que a base de toque, el Alavés acorraló al Athletic. Balones largos, balones aéreos, jugadas a balón parado sirvieron para que la defensa del Athletic, hasta entonces muy adelantada, empezara a ver los ojos de su portero. Mala señal. El Athletic fue perdiendo peso, aunque mantenía las constantes vitales del buen gusto. El Alavés atacaba, pero sin ocasiones de gol; el Athletic defendía, pero producía ocasiones claras (Ezquerro tropezó con Dutruel cuando lo más fácil era marcar). El partido se adelgazó, aunque no perdía un ápice de tensión, convertido en un cálculo de probabilidades.
Y en esto llegó el gol de Etxeberria, cuando parecía que el Alavés había ajustado a su pareja de centrales -más listos, más rapidos, más puestos-. Un saque de esquina bien tocado, y Etxeberria, inesperadamente, mete la frente, en pleno desconcierto alavesista.
El Athletic acariciaba la posibilidad no ya de ganar, que era un asunto de urgencia (para el club, para el equipo, para el entrenador), sino de soltar lastre, además. Pesaba sobre el Athletic la insolvencia defensiva. 34 jornadas consecutivas encajando goles en tu portería (mañana se cumpliría un año del último cero en en el casillero) desacreditan a cualquier equipo, tanto individual como colectivamente. El Alavés se lo ponía en bandeja y no era cuestión de desaprovecharlo. Aunaque prevalezca el valor de la victoria, en el Athletic había cundido el pánico defensivo y los jugadores no ocultaban su sonrojo por tal demérito defensivo.
El gol de Etxeberria aniquiló el partidio. Lo endureció, lo enrareció con una sucesión de faltas que expresaban el abatimiento del Alavés por dar la razón a su presidente, Gonzalo Antón, cuando afirmó, días antes del encuentro, que su equipo se había acostumbrado a resucitar al Athletic en sus peores momentos.
No contravinieron su pensamiento. El mejor Alavés, que prometió Mané, fue el Alavés de siempre. El trauma continúa.
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