Narratividad y retórica

Hacia 1910, Kandinsky titula una de sus obras Acuarela abstracta. En ella no se distinguen figuras, no se narra ninguna historia, no aparecen símbolos reconocibles, sólo se ven líneas y manchas de color sin referencias. Poco más de un año después, cientos de artistas han iniciado la aventura abstracta realizando obras en las que sólo se pueden apreciar formas, colores, texturas o materiales que no representan nada, que simplemente se muestran a sí mismos como valores estéticos. Obviamente, los artistas formados en la representación ofrecieron resistencia y así cobra sentido belicoso el término "vanguardia" como signo de una lucha que esquemáticamente se ha caracterizado en el binomio figuración-abstracción.

Los realismos, el pop art o el hiperrealismo son diferentes episodios que han jalonado el siglo en un intento de seguir componiendo las obras con figuras. Sin embargo, es intrascendente si en las obras se distinguen figuras o no, si éstas son abstracciones geométricas o si se trata de imágenes, realistas o deformadas, tomadas de lo que el ojo ve en el mundo, como se puede comprender en la obra del propio Kandinsky. El verdadero dilema planteado por las artes visuales durante todo el siglo XX está en si éstas deben cobrar una autonomía desde sus propios medios expresivos o si tienen que seguir siendo ancilas de la poesía, como sentenció Horacio.

Esta larga introducción pre

tende situar el trabajo de Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) en el centro de este problema, ya que los dibujos, las imágenes y las "instalaciones" que crea se aproximan a la recuperación que en la actualidad se está realizando de la componente narrativa en las artes visuales. No se trata ahora de mostrar imágenes o figuras, como sucedió en los movimientos anteriores, sino de recuperar la narración, la capacidad de contar historias, como hace el poeta al componer un drama. No es, por tanto, extraño el carácter fuertemente escenográfico de esa figura vestida con ropas reales que, partiendo del momento narrativo del Cristo Morto de Andrea Mantegna, se incorpora sobre su lecho. Frente a la realidad de los elementos, como el fuego que surge de las cuencas oculares de las figuras, la metáfora de la mirada incendiada y el mito de la resurrección.

Si fue difícil hace un siglo zafarse de toda una tradición narrativa para mostrar los valores sintagmáticos de la obra, no está siendo ahora menos fácil recuperar aquel sentido narrativo del instante esencial que Bernini consiguió en el barroco. Bernardí Roig se enfrenta en su obra a ese enorme reto al tratar temas como la noche, el dolor, el fuego o la muerte, e intentar mantener el equilibrio y la sobriedad, orillando lo anecdótico y articulando las imágenes en un discurso claramente narrativo. El mérito de estas obras radica en haber sabido desarrollar una retórica visual de la que previamente hay que definir sus nuevos términos, alejándose de las manidas normas del pasado. Al final, como en toda retórica, se trata de persuadir, convencer y complacer por medio de la obra.