'Todo es esencial en el desierto'
Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956) es poeta, traductor y novelista. Reside en Sevilla desde 1989. Sus dos volúmenes de diarios -Terra incognita (1997) y Canciones gitanas (2000)- dan cuenta de sus viajes por Irlanda, Rusia, India y Malaisia. Jordá ha publicado recientemente Norte Grande (Península), un libro que relata su viaje por el desierto de Atacama (Chile).
Pregunta. ¿En qué sitios ha vivido?
Respuesta. En París, Londres, Burundi, Tailandia, Chile... Pero tan seguido como en Sevilla no he vivido en ningún sitio. Hasta los 32 años viví en Palma de Mallorca.
P. Su única novela es La fiebre de Siam (1988).
R. Hice un viaje por Malaisia, Singapur, Indonesia y Tailandia. Allí sufrí el dengue, una enfermedad transmitida por la picadura de un mosquito. Estuve en un hospital unos 10 días. A partir de esa experiencia escribí la novela.
P. ¿Pasó miedo?
R. Se lo puede imaginar. Me habían hablado en Singapur de un diplomático suizo que estaba moribundo por el dengue... Y tres semanas después estaba en la cama de un hospital con dengue.
P. En 1993 publicó su libro de viajes Tánger.
R. Se ha sobrevalorado el Tánger dorado de los escritores Truman Capote, Paul Bowles y Tennessee Williams y minusvalorado el real. Intenté que la mirada estuviera equilibrada hacia uno y otro. Fui mucho a Tánger durante dos o tres años. Conocí a Paul Bowles. Tuve bastante contacto con él. Un día estábamos en su casa y llamaron a la puerta. Él mismo fue a abrir. El visitante era un profesor americano que le dijo: 'Vengo de Carolina del Norte, quiero tener una impresión sobre usted'. Bowles le replicó: 'Ya la tiene'. Y le cerró la puerta. Luego tras hacer la broma, le volvió a abrir la puerta y le dijo: 'Pase mañana por aquí y hablaremos'. Cuando se estaba muriendo fue a verlo un funcionario del consulado estadounidense y le dijo: 'Tiene el aspecto de un conde'. Bowles le contestó: 'Sí, el aspecto de un conde, pero del Greco: el conde de Orgaz'.
P. ¿De dónde le viene esa necesidad de viajar?
R. Cuando naces en una isla, quieres huir de allí o quieres quedarte. Siempre he tenido la idea de no asfixiarme en ese espacio limitado que es una isla.
P. ¿Cómo prepara sus viajes?
R. Procuro ir a sitios a donde no van los turistas e intento tener una mirada alejada de la mirada rutinaria de los turistas. Procuro ir sin imágenes previas ni ideas preconcebidas. Trato de ir con la mirada más limpia posible.
P. ¿Ha sido víctima de algún robo o agresión?
R. Nunca. Cuando hacía mis viajes, hace 10 y 15 años, el mundo era menos demente. Ahora hay un nivel de locura que antes no existía. El 11-S sólo se puede concebir en términos de demencia.
P. ¿Qué ha sacado de sus viajes?
R. Uno aprende a conocerse mucho mejor. Y luego aprende a mirar, que es fundamental en la vida. Uno adquiere una mirada que no es la mirada que tenía antes de viajar.
P. En Norte Grande escribe: 'El desierto me hizo pensar en un hombre que lo había perdido todo y que ni siquiera sabía cómo ni por qué se había arruinado'.
R. El desierto ofrece la visión de una ruina, de una devastación y, al mismo tiempo, la ignorancia de por qué ha ocurrido esa ruina y esa devastación. El desierto es lo inabarcable y lo que te da miedo. Allí hubo vida, se encuentran fósiles marinos... Hubo un empobrecimiento gradual que acabó en el vacío y en la nada.
P. ¿Por qué escogió el desierto de Atacama?
R. Por azar. Fui a Chile y al desierto por casualidad. Y allí encontré un paisaje que me sedujo desde el primer momento. Quizás influyó el misterio de ese jinete de los anuncios de Nitrato de Chile que ocupaban las paredes de muchos pueblos en mi infancia. En ese desierto se extraía el nitrato de Chile. El desierto tiene una hermosura extraordinaria. Tengo horror a lo lleno, a lo barroco, a lo superfluo... En el desierto no hay nada superfluo. Todo es esencial en el desierto.
P. La presencia de cementerios y tumbas es constante en su libro.
R. En uno de mis viajes llegué al desierto el día de difuntos. En un cementerio abandonado desde hacía 60 años había flores de papel en todas las tumbas. Alguien recorría 100 kilómetros y dejaba una flor de papel en la tumba de una persona que llevaba muerta 60 años. Los habitantes del desierto de Atacama tienen una relación con la muerte totalmente distinta a la nuestra. Nuestra sociedad olvida la muerte, la ignora... En cambio, ellos tienen muy presente la muerte. Ellos llenan el vacío del desierto con la muerte. La muerte les hace, de alguna forma, compañía. Está muy presente el sustrato de la religión indígena. Eso en Norteamérica y Europa es imposible.
P. El libro es fruto de dos viajes.
R. El libro corresponde al viaje que hice en el año 2000 y recoge también experiencias del viaje de 1995. Se trata de una de las pocas veces en que he regresado a un sitio. Regresas a lugares familiares, vuelves a hablar con algunas personas, notas el vértigo del paso del tiempo... Y descubres que en cinco años no eres la misma persona.
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