Un palacio del siglo XVI reconvertido en hotel

A la derecha, el palacio de Juan Vázquez de Molina, hoy Ayuntamiento de Úbeda. Junto a él, un palacio del siglo XVI reconvertido en hotel'. Es la frase repetida periódicamente a bordo de un autobús turístico que pasa cada hora frente a la fachada renacentista del edificio, audible desde cualquiera de las habitaciones delanteras. Todo en el inmueble retumba con intensidad: las voces de los paseantes, los chiquillos jugando en la plaza, el deambular de la clientela por el claustro, la música a gran volumen en la cafetería. Es lo que tiene el hospedarse en un escenario tan ilustre, cuyas paredes son de la época de los carruajes.

Ya desde el acceso al palacio se adivina la clase de alojamiento que ofrece. Huele fuertemente a ambientador y brilla con alevosía el pavimento de mármol blanco. El portón de entrada, remachado por tachones centenarios, otorga mayor relevancia histórica a unos interiores remedados con veleidades contemporáneas... de los años setenta y ochenta, y sálvese quien pueda de otros detalles. La cafetería y los salones de reuniones son prueba de ello, con su barra de cuarterones y sus muros decorados a la renacentista. Sólo el patio central columnado, con una fuente en el centro y la escalera principal esquinada, respeta la antigua estructura palacial en tres plantas, como puede apreciarse en otras construcciones nobiliarias del casco histórico de Úbeda.

Las dos plantas superiores albergan los 20 dormitorios, unos repintados de color fucsia y otros de salmón, la mayoría con vistas al Ayuntamiento. Todos visten un mobiliario clasicote, barnizado en tonos oscuros, obra del taller de decoración Muebles Trinidad, abierto al público en las inmediaciones del hotel. Pero su iluminación es harto deficiente para la lectura: se sustenta en un plafón con forma de floripondio colgado del techo. Los cuartos de baño ocupan buena parte de este ya de por sí generoso espacio reservado a los sueños, si bien cuanto tiene de grande la bañera lo tiene igualmente de incómoda y resbaladiza, con la grifería pegada a la mampara y los cromados algo desgastados.

La cafetería en la planta baja, de corte más moderno, recibe en horas punta la visita de los habitantes de Úbeda. Sólo que el primer lance matinal, el que otorga al desayuno el desperezo del hospedaje, reduce su oferta a un estricto autoservicio de alimentos plastificados y muy escasos para lo acostumbrado por la clientela centroeuropea.

Quien haya previsto residir en el lugar más céntrico y monumental de Úbeda, éste puede ser su hotel. Pero sepa que tras la fachada y el claustro señorial no es Renacimiento todo lo que reluce.