Acoso a la danza del vientre
Movilización integrista contra el proyecto de asociación de bailarinas egipcias
Su milenaria especialidad artística tiene componentes eróticos y místicos y tanto el erotismo como la mística son criaturas del diablo para el integrismo musulmán que ha terminado por impregnar la vida en el valle del Nilo. Así que cuando Fifi Abdu ha propuesto crear la primera asociación profesional de bailarinas del vientre de Egipto la respuesta mayoritaria ha sido escandalizada. 'Eso sería como legalizar la prostitución', han gritado desde el fondo de las tripas los asilvestrados predicadores islamistas de los barrios populares de El Cairo.
Fifi Abdu es una leyenda viviente en Egipto y el mundo árabe. Está considerada la mejor bailarina del vientre del valle del Nilo, por encima de sus excelentes compatriotas Dina y Lucy, y actúa en los hoteles de cinco estrellas de las cadenas occidentales de El Cairo, cobra unos 5.000 euros por cada espectáculo de tres cuartos de hora y gana medio millón de euros al año. Los merece, porque cuando se entrega al arte de Salomé, esa danza de los siete velos con que el personaje bíblico subyugó al tirano Herodes y consiguió en bandeja de plata la cabeza de san Juan Bautista, Fifi Abdu logra hasta arrancar lágrimas de los espectadores. En las últimas décadas, sólo Tahia Carioca, Samia Gamal, Nagua Fuad y Suhair Kaki alcanzaron tal maestría.
La policía controla locales turísticos de El Cairo para vigilar si las bailarinas se cubren el ombligo
Pero Fifi Abdu tiene que circular por la capital egipcia protegida por guardaespaldas. Los islamistas, que en esta ciudad apuñalaron al premio Nobel Naguib Mahfuz, se la tienen jurada. Y ni su persona ni su arte entusiasman tampoco a los ulemas conservadores de Al Azhar, el centro del islam oficial egipcio. Dentro de pocas semanas, cuando comience el Ramadán, los ulemas volverán a discutir sobre si es halal (permitido) o haram (prohibido) el que los pobres de El Cairo se sacien en el comedor gratuito callejero que Fifi Abdu ofrece todas las noches, en la hora de ruptura del ayuno. En cuanto al Gobierno de Mubarak, ya ha tenido numerosos pleitos con la bailarina, que, en los últimos años, fue procesada una vez por abofetear a un cantante que la parodiaba, otra por hacerle lo mismo a un policía que le puso una multa por exceso de velocidad y otra por actuar 'casi desnuda' en un hotel.
El arte de Salomé, que sus profesionales prefieren llamar raqs el sharqui -danza oriental, en árabe-, nació en tiempos inmemoriales en las riberas de los ríos de India y se extendió hasta los templos babilonios, fenicios y faraónicos de la antigüedad. Era la danza sagrada de las mujeres, el símbolo de la fecundidad y la maternidad, un homenaje a la diosa madre que, con los nombres de Istar, Astarté o Cibeles, adoraban los pueblos orientales. Era, y es, un arte que pone de relieve las capacidades plásticas de la feminidad, que reconcilia a la mujer con todo su cuerpo, empezando por la pelvis y continuando por el vientre, los senos y los tobillos.
Ahora, cuando millares de chicas y mujeres practican la danza del vientre en Occidente, el integrismo le aprieta las tuercas en su propia cuna. Sus especialistas son consideradas prostitutas por exhibirse ligeras de ropa y moviendo su cuerpo cual serpientes. El acoso es muy intenso, aunque no nuevo. Ya en otros momentos históricos dirigentes ebrios de puritanismo quisieron enterrarla para siempre. Hacia 1835 el pachá Mohamed Alí la prohibió en El Cairo; en 1955, el rais Nasser ordenó que sus profesionales se cubrieran el ombligo, y en 1986 los soldados egipcios amotinados quemaron los cabarés de la avenida de las Pirámides donde se practicaba.
Hoy la danza del vientre está prohibida en la televisión pública egipcia y la policía efectúa razias frecuentes en los locales turísticos de El Cairo para comprobar que las bailarinas se cubren el ombligo, aunque sea con material transparente, y que sus faldas llegan hasta debajo de las rodillas. Así que cada vez hay menos locales que ofrezcan este espectáculo y sus profesionales son cada vez menos egipcias y cada vez más chicas procedentes del Lejano Oriente, América Latina y la ex Unión Soviética. Con todo eso, Fifi Abdu calcula que todavía hay 5.000 egipcias consagradas al arte de Salomé y quiere reunirlas en un organismo profesional.
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