Un cuarteto aún desafinado
Rafael Calatayud tiene más que demostrada su capacidad para dirigir esa clase de comedia agridulce donde el discurrir más o menos plácido de las situaciones graciosas va generando apuntes más rotundos sobre algunas severas contradicciones de la humana conducta humana. En realidad, si no fuera algo exagerado, podría decirse que es el director valenciano actual más dotado para observar con una cierta mirada antropológica el material dramático que se lleva entre manos para convertirlo en espectáculo, por lo general sin timideces ni estridencias de vanguardia, pero siempre de una eficacia notable en esa especie de media distancia irónica que le mantiene alejado tanto de los velocistas como de los maratonianos.
Alarmas & excursiones
De Michael Frayn, en versión de Juanjo Arteche. Intérpretes, Juli Cantó, Cristina Fenollar, Mamen García, Toni Misó. Vestuario, Maribel Peydró, Maribel Monleón. Iluminación, Víctor Antón. Escenografía, Daniel Tejero. Sonido, Vicente y Richard Cano. Dirección, Rafael Calatayud. La Pavana. Teatro Talía. Valencia.
En este montaje, que toma altura a medida que avanza, hay que decir que la dirección no siempre ha sabido todavía dar con el ritmo adecuado para acompasar esas cuatro escenas de vodevil de la era tecnológica (en realidad, una crónica ágil de encuentros y desencuentros, como pasa casi siempre en el teatro), unidas por un hilo sutilísimo que a veces corre el riesgo de perderse por exageración de evidencias. La primera escena no es ya que tenga problemas graves de ritmo, es que no está bien montada en lo que tiene que ver con la velocidad de lo que se cuenta ni con un exceso de estridencias que no parece la mejor manera de entrar en un montaje de dos horas. El texto, y las situaciones que lo informan, es ahí lo bastante caliente como para permitirse enfriarlo un poco sin perder nada a cambio, al contrario. Hay ahí un problema de registro.
Es en el segundo de los bloques donde se ve lo que el montaje puede dar de sí, con el relato perfecto de una noche de hotel a cargo de dos parejas intercambiables, el tercero regresa en cierto modo al principio de la obra, para insistir en una situación vinculada al vacío ritual de la conducta social, mientras que el último, donde la telefonía inmóvil tiene el protagonismo, es un crescendo de equívocos y desencuentros muy bien montado en su esqueleto primordial, aunque con algunos desajustes en la espiral de su desarrollo, que resume lo que el montaje debería de ser desde el principio.
Por lo demás, y a falta de algunos ajustes de cierta importancia, Cristina Fenollar hace de tontita irónica con mucha intención y notables resultados, Mamen García demuestra sus cualidades de actriz sin necesidad de hacer casi nada, aunque es mucho lo que hace, Toni Misó sugiere que, así como Ronaldo no sabe jugar sin el balón, se muestra más convincente cuando tiene un buen pasaje textual al que agarrarse, y ahí puede ser espléndido, mientras que Juli Cantó es Juli Cantó, un todo terreno de mucha seguridad en las curvas que nunca da sorpresas. Un montaje, en fin, que puede ser redondo, y de mucho mérito, si afina los instrumentos por donde respira la mucha vida escénica que contiene.
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