Triunfo de la belleza sensible
Con el concierto de ayer, hace su entrada en el ciclo de Grandes intérpretes un pianista grande. A sus 57 años, Josep Colom ofreció un programa al margen de toda rutina, precioso en su combinación de Debussy, Falla, Mompou y Ravel. Un homenaje a la música hispano-francesa que habría hecho felices a los cuatro compositores. Más aún si todas y cada una de las versiones alcanzan, como en Colom, niveles de arte noble, hondo, trascendente, sensible y moderno. El pianista barcelonés calza muchos puntos y registra en su espíritu largas horas de trabajo analítico, contemplación de la belleza, allí donde esté, y autocrítica de su propia intimidad.
Por dos veces sonó en un Auditorio repleto el viejo aire de habanera en las ensoñaciones de Claude Debussy (La soirée dans Grenade) y de Manuel de Falla en su elegía guitarrística de Claudio de Francia, que tuvo inmediata versión pianística y esperaba traducción orquestal en la Suite homenajes. Estamos ante un término y un concepto muy querido por los cuatro maestros de arte y sensibilidad y sentido consecuentemente por la poética pianística de Colom: evocar. No sólo el mundo exterior, no sólo el misterio de una Granada desconocida o esa Puerta del vino que casi fue estancia de Albéniz, sino también evocar los paisajes interiores, 'el alma del alma', como apurase Juan Ramón Jiménez.
Ciclo de Grandes intérpretes
(Scherzo, INAEM, Hazen y EL PAÍS). J. Colom: pianista en obras de Debussy, Falla, Mompou y Ravel. Auditorio Nacional. Madrid, 8 de octubre.
Hay, sin embargo, otros rostros musicales que concilian un realismo bravo y un aliento lírico: la Fantasía bética, de Falla, o ese tríptico admirable sobre Gaspard de la Nuit, de Bertrand, culminante en el asombroso Scarbo.
Y en medio de ese mundo mágico, el sentir y pulsar de Federico Mompou en su Música callada, en la síntesis que hace Colom al seleccionar nueve números de los 28 que integran los cuatro cuadernos. Música 'sin aire ni luz', decía el involvidable Federico, pero de una extraña reducción de la belleza a los mínimos elementos necesarios para sumirnos en las más recónditas sensaciones emocionales. Josep Colom asumió las diversas medidas de unos creadores sin trampa ni cartón, y el éxito fue tan acusado que las propinas se sucedieron. La recepción de una música a través de un saber y unas vivencias como las de Colom merece, antes que otra cosa, gratitud.