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Columna
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La vivienda imposible

Sobre los jóvenes recae una prepotente acusación: no queréis iros de casa. Vagos, acomodados, aprovechados, burgueses... La mitad de los jóvenes españoles entre los 20 y los 34 años vivimos con nuestros padres, según un estudio del Instituto de la Juventud. Estos datos fueron obtenidos hace dos años, cuando aún el precio de la vivienda era de este mundo. Hoy, el precio de los pisos es desorbitado, el planeta inmobiliario gira en una dimensión ajena a los jóvenes que miramos, desde los trabajos temporales y las explotadoras becas, los inalcanzables carteles de las agencias prendidos en los balcones del barrio.

El precio de la vivienda ha aumentado un 48% en los últimos tres años, según el Banco de España. Uno de los crecimientos más brutales de Europa. Todo está en crisis menos el sector de compra-venta de inmuebles. En los trabajos, las becas no se renuevan, los contratos no se estabilizan o, incluso, nos despiden a pesar de ser fijos porque la empresa 'no atraviesa un buen momento'. Las gráficas de la economía mundial caen en picado mientras el precio del los pisos sube cada vez que llamas a la inmobiliaria.

Ahora se construye más que nunca, los alrededores de Madrid se han convertido en un camposanto de grúas. En los últimos tres años se han edificado medio millón de viviendas, muy por encima de la demanda, pero los precios siguen ascendiendo sin pronóstico de desaceleración.

La explicación técnica aportada por estudiosos con cargo blindado y segunda residencia alude a los bajos tipos de interés y las facilidades fiscales. Los precios están tan inflados que el año pasado la hipoteca de una vivienda absorbía el 36% del sueldo de una familia media. El joven, si ha superado el problema del paro, ni siquiera tiene opción a un lugar donde crear una familia que le dé un tercio de sus ingresos al señor de la constructora.

En el centro de Madrid se ofrecen viviendas por cuarenta millones que aunque al interesado se los pagasen en cómodos plazos no se metería a vivir en ellos ni loco. Quintos pisos de cincuenta y dos metros útiles sin ascensor, estudios interiores a patios de luces completamente fundidas, primeras alturas con una ventana a la calle justo encima de una churrería... Hace unos años, la solución a los intratables precios del centro era marcharse a las afueras. Hoy es casi peor. Zonas del norte como Majadahonda, Pozuelo, Las Rozas o incluso del sur como Getafe y Móstoles, se han transformado en codiciadas ciudades dormitorio, no excesivamente alejadas y más oxigenadas que el centro de Madrid. En estos momentos, las zonas relativamente accesibles para el joven son pueblos no sólo sin metro, sino con su propio parte meteorológico.

El coste medio de la vivienda nueva se ha disparado en toda España, pero especialmente en Madrid. Hace dos años, las cifras nacionales estaban en 1.100 euros (unas 183.000 pesetas) el metro cuadrado, pero en Madrid se alcanzó ese precio hace 14 años. Hoy, el metro cuadrado de vivienda nueva en la capital vale más de 2.000 euros, es decir, que cada baldosa del baño le cuesta a un joven dos meses de sueldo.

La vivienda de alquiler tampoco libra a los padres del treintañero ruidoso y desordenado, ni al joven del caótico zapping de sus progenitores (en el que el cambio de La Primera a La Segunda siempre desemboca en el desintonizado canal 12). La oferta de casas en alquiler es escasísima, apenas representa un 9% del parque de viviendas en España. Si muchos de los pisos en venta que ofrecen las inmobiliarias son invivibles, los de alquiler son cuatro e inelegibles.

A los jóvenes se nos está cayendo el pelo y el estómago sentados en el sofá de nuestros padres viendo cómo cada mes nuestra nómina es capaz de comprar menos tarima flotante de esos apartamentos por construir en San Chinarro o esos otros por restaurar en Tribunal.

Resignados nos levantamos del sofá, hablamos con nuestra pareja por teléfono, hacemos tiempo hasta que bajen los precios o suba mamá a hacer la cena.

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