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Columna
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Señores

En el Paraninfo de la Universitat de Valencia, bajo el lema que lo preside de Ameu saviesa e bon saber, apres Deu, la Confederación Empresarial Valenciana (CEV) ha conmemorado hace unos días su 25 aniversario. Enrique Simó Genevois, su primer secretario general, leyó con énfasis el acto fundacional en presencia del presidente de CEOE, José María Cuevas, y su secretario, Juan Jiménez Aguilar, que compartían la mesa presidencial con el presidente actual de CEV y de CIERVAL, Rafael Ferrando.

El turno de intervenciones, que se desarrolló deliberadamente sin políticos, corrió a cargo de los citados, que despacharon el compromiso con buen hacer y oficio. Además, el plato fuerte recaía en los parlamentos de dos fundadores de CEV: Vicente Iborra y Silvino Navarro. Quizás porque Iborra, además de padre de la criatura, la presidió durante ocho años (1977-1985), tomó y retomó la palabra por dos veces. En la segunda cumplió sobradamente con el encargo, pero en la primera aprovechó la ocasión y en una magnífica puesta en escena dijo lo que sentía y explicó, como quien no quiere la cosa, que para estar puntualmente a las seis de la tarde en la calle de la Nave, había tenido que salir a las doce de Segovia. Y lo que es más importante: se arrancó con una definición de lo que es hoy y siempre un empresario. Figura de la sociedad que se distingue porque es dueño de su tiempo y además ha de responder a una perfecta mezcla de sentido de la libertad, independencia, responsabilidad, capacidad para asumir riesgos y tomar decisiones con todas sus consecuencias.

Algunos de los presentes, que conocían lo que se conmemoraba, veían lo que ocurría y leían entre las filas del patio de butacas y del anfiteatro el significado de los detalles, interpretaron, entre otras cosas, que la etapa constituyente de la CEV aún no ha finalizado.

De algún modo procede volver a los orígenes y sin apartarse del espíritu fundacional reescribir la historia en todos los capítulos. Y los empresarios valencianos, mayoritariamente, están dispuestos a respaldar un proyecto que incluya aspectos fundamentales como la afirmación de la independencia de las entidades empresariales, la definición del horizonte empresarial valenciano a medio y largo plazo, la liberación del lastre corporativo que se arrastra a partir de la historia reciente de la CEV, una voluntad firme para lograr la unidad y la reconciliación empresarial en la Comunidad Valenciana, un compromiso para actuar en clave autonómica -lejos de los provincianismos ancestrales-, el reconocimiento de zonas empresariales tradicionalmente desasistidas, la implantación de un esquema comarcal de trabajo, la desvinculación del devenir económico de las servidumbres políticas y el reconocimiento de que, sin un sistema financiero bien dotado y operativo que aglutine a bancos, cajas y entidades financieras, no hay defensa de los intereses autonómicos que valga.

Maquiavelo ya dijo que los grandes hombres son siempre los mismos en cualquier fortuna; y aunque varíe la fortuna -ora exaltándolos, ora oprimiéndolos-, ellos no varían, sino que mantienen siempre el ánimo firme y tan acorde con su manera de vivir, que cualquiera reconoce fácilmente que la fortuna no tiene poder sobre ellos.

En el 25 aniversario de la CEV había hombres de este talante, que son perfectamente trasladables desde aquellas reuniones iniciales -en la Cámara de Comercio y en la Feria- hasta los nuevos escenarios. Algunos de ellos, que no se prodigan, aparecieron el 26 de octubre entre las columnas de claustro de la Universitat, al pie de la estatua de Luis Vives, simplemente para hacer saber que ahí están, como hace 25 años, dispuestos a reconstruir ese proyecto empresarial que tanto se añora. La sociedad valenciana necesita señores y los tiene. Ahora sólo falta saber aprovecharlos.

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