Novillada otoñal
A lo mejor estaba escrito. Que la novillada iba a resultar como el tiempo: revuelto, lluvioso y otoñal. Tibio y deslucido. Y así fue que los novillos exhibieron bonitas láminas y mansedumbre a repartir sin disumulo. Aunque como casi siempre, alguno manifestara nobleza, y fuera posible darle lances o muletazos.
La actuación más completa de la tarde la llevó a cabo Luis Bolívar. Quien además de hacer un excelente quite por saltilleras, en el segundo de la tarde, le ganó la partida a los dos mansos con genio de su correspondiente lote. Buena disposición, cabeza torera entre los hombros, y valor para ponerse en lugares comprometidos. Encima acertó a robar un natural, aquel derechazo, que dejaron nota de que posee buen estilo. Una tarde prometedora del novillero colombiano, que se presentó con picadores en Las Ventas este verano y ayer refrendó la buena impresión que causó.
San Román / Palacios, Miñarro, Bolívar
Novillos de Antonio San Román, bien presentados, mansos en general, de juego irregular; 5º, devuelto al resultar lesionado; sobrero de Román Sorando, deslucido. Andrés Palacios: aviso y silencio; palmas. José Luis Miñarro: aviso y silencio; silencio. Luis Bolívar: silencio y ovación. Plaza de Las Ventas, 22 de septiembre. Un cuarto de entrada.
Andrés Palacios explicó en su primero, sin mucho ruido, que atesora buenas maneras, corte a tener en cuenta, y una idea clásica de que es eso de parar, templar y mandar. Pero le cuesta aplicar la teoría. Muletazos sueltos que tuvieron prestancia, y un toreo a dos manos para cerrar al novillo en el tercio, antes de entrar a herir, que dejaron en el aire cierto aroma que es grato respirar. Pero le toca aplicarse.
En su segundo, Palacios pisó con más firmeza la arena, y sin llegar a ligar faena, consiguió muletazos por ambos pitones, templados, en los que imprimió gusto. Cuando estaba rematando la faena con ayudados por alto a guisa de sanjuaneras, el arco iris se hizo presente en lo alto. Toda una belleza de luz y misterio pasada por agua, que no dejaría de caer hasta el final del festejo.
José Luis Miñarro quitó por gaoneras muy ceñidas en su primero, y luego comenzó la faena de muleta por ajustados estatuarios, para a continuación perderse en un trasteo largo, desigual, sin mando. Al sobrero de Román Sorando lo pasó de muleta con templanza y sosería, tal como era el deslucido novillo.