_
_
_
_
Reportaje:Copa del Mundo | ATLETISMO

'¿Miedo yo a Montgomery?'

Fredericks, el velocista africano, asegura no asustarse por la nueva marca de 100 metros

Frank Fredericks (Windhoek, Namibia, 1967) se mueve con soltura de un pasillo a otro de su hotel de concentración, y es que a sus 34 años ya es un veterano con miles de horas de vuelo y muchos hoteles anónimos en el recuerdo. Su novia le escolta a unos metros de distancia. El velocista, medalla de plata en los 100 metros de los Juegos de Atlanta (1996) y el Mundial de Atenas (1997), y oro en los 200 (Mundial de Stuttgart, 1993) sonríe cuando se le pregunta por el nuevo récord de su distancia (9,78s), obra del estadounidense Tim Montgomery: '¿Miedo yo, asustado, por qué? antes de Montgomery estaba Moe Greene y antes de él Carl Lewis y antes de ellos...' y ahí corta la relación de monstruos de la velocidad para soltar una risotada. Fredericks, una de las grandes estrellas del equipo africano que este fin de semana competirá en la Copa del Mundo se toma las cosas con humor. 'Greene estará mal, claro, pero eso es problema de Greene, pregúnteselo a él, seguro que tiene una buena contestación', dice con cierta sorna mientras busca a los representantes de la delegación africana, sin éxito.

Más información
El representante del plusmarquista dice que no correrá
El mercadeo del récord
Reportaje:: Montgomery, la última flecha
Gráfico animado:: Las claves de los 100 metros

'Entreno cerca de una hora, tampoco hay que pasarse', dice el velocista mirando con cara de juerga antes de reconocer que una de las cosas que mejor conoce de Madrid es a sus equipos de fútbol: 'También conozco al Atlético, no te creas', asegura mientras recuerda sus muchos viajes a la capital y confiesa no ser demasiado admirador de la ciudad aunque reconozca que 'tiene partes muy bonitas'. Fredericks estrecha manos de colegas y bromea con todo aquel con el que se cruza.

Dwain Chambers, el británico y rey europeo de la velocidad, por el contrario, hace honor a su fama de hombre rápido y desaparece por los ascensores con dos bolsas repletas de comida basura de una popular hamburguesería estadounidense. Junto a él otros miembros de la delegación britanica suben a las habitaciones para atiborrarse de los productos de comida rápida. Mientras, la lanzadora de disco neozelandesa, oro en Atenas en el 97, Beatrice Faumuina se ríe de casi todo dentro del autobús que desplazará a algunos atletas hasta el polideportivo del barrio madrileño de Moratalaz donde se entrenan. Es una mujer gruesa y amable que recuerda, sin que nadie se lo pregunte, sus éxitos.

Antes de parar la camioneta para recoger a los atletas de Oceanía, África y parte de Europa, ha pasado por el otro hotel, por el que se recogen los miembros de América. Menos de mil metros en línea recta separan los dos alojamientos. Sin embargo, todo un mundo de precauciones diferencia los dos hoteles. En el que se refugian los estadounidenses, entre otros, han instalado un escáner como los de los aeropuertos y dos guardias de seguridad españoles con cara de pocos amigos protegen la entrada al establecimiento.

Sin embargo, una vez dentro, los atletas se mueven por el vestíbulo con libertad. También hay algunos europeos. Por ejemplo, Gabriela Szabo, la mediofondista rumana. Liviana como un pajarillo, Szabo desaparece por uno de los corredores del hotel después de haber prometido que volvería después de cambiarse: 'Acabamos de venir de entrenarnos y quiero subir a la habitación'. No bajaría hasta la hora de la cena.

Las velocistas jamaicanas sonríen y levantan los hombros cuando se les pregunta el por qué un país tan pequeño amamanta tantos corredores de élite. 'Debe ser la genética, no?', desliza Tanya Lawrence mientras sube en un ascensor transparente y transporta una bolsa de hielos hasta su habitación. Lawrence se niega a contestar para qué quiere tanto hielo. Una de sus co compañeras accede a enseñar su bolsa y va sacando ropa nueva, envuelta en plásticos, dos latas de una bebida isotónica y una especie de panchitos. No hay nada más. Engulle una de las bebidas y guiña un ojo.

Fredericks, con la neozelandesa Faumuino, a la izquierda, y la australiana Kylie Wheeler.
Fredericks, con la neozelandesa Faumuino, a la izquierda, y la australiana Kylie Wheeler.ULY MARTÍN

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_