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Crónica:A PIE DE PÁGINA
Crónica
Texto informativo con interpretación

¿Por qué es usted tan posmoderno?

Durante mucho tiempo, tuve que contestar a la pregunta de por qué no escribía en catalán. Si me la hacían fuera de Cataluña, ésta me llegaba en un tono de voz más bien neutral, generalmente lleno de curiosidad por saber en qué consiste la convivencia pacífica e inteligente de dos lenguas en un solo país. Pero si la pregunta me la formulaban, por ejemplo, en una emisora de la radio nacional catalana y en pleno furor 'pujolino', contenía un tufillo de reprobación moral y uno sentía que tenía que defenderse. Así las cosas, un día di con una fórmula para responder a la cuestión siempre de la misma forma, tanto si me lo preguntaban en el extranjero (contestaba en castellano) como si me lo preguntaban en mi país (contestaba en catalán): no escribo en mi lengua materna porque al ser a todas luces mi lengua verdadera digo siempre la aburrida verdad que mi madre me hizo jurar de niño que diría siempre, mientras que con el castellano, en cambio, me libero del juramento, falseo mi identidad, lo cual es perfecto, porque me siento siempre situado en el espacio más adecuado, sin duda el más idóneo, para la escritura de ficciones. En catalán, pues, digo siempre la verdad, soy muy sincero. Y en castellano invento.

'No escribo en catalán porque es mi lengua verdadera y digo siempre la aburrida verdad que mi madre me hizo jurar de niño que diría, mientras que con el castellano me libero del juramento'

Todo esto contesto cuando me preguntan y, si se da el caso, a veces hasta añado: después de todo, me dedico a las ficciones y sobre todo a las autoficciones y gracias a ellas me enmascaro día tras día. En realidad, no escribo para conocerme a mí mismo sino para esconderme cada vez más. Y si firmo con ese nombre que me han dicho que es el mío es sólo porque, como decía mi amigo Paco Monge, no hay mejor pseudónimo o forma de ocultarse que firmar con el nombre propio.

Hace poco, en una entrevista a Gil de Biedma, leí unos comentarios de este poeta que me parecieron ligeramente emparentados con decir la verdad en catalán e inventar en castellano: 'Lo que Pere Gimferrer me dijo a mí, o lo que leí en alguna parte, es que él, escribiendo poemas en castellano, tenía la impresión de utilizar una máscara, de estar representando un papel, sensación que no tenía escribiendo en catalán'. Para Gil de Biedma, si uno lee las poesías de Gimferrer puede ver con claridad que todos los poemas en castellano son irónicos y que apenas hay poemas de Gimferrer en catalán que lo sean. Y a continuación Gil de Biedma llega a una sencilla pero precisa definición de la palabra ironía: 'Es asumir una distancia ante lo que uno dice y el medio con que lo dice'. En efecto, yo creo que quien redacta con esa distancia, por ejemplo, un poema, siempre es otro. Ya lo vio Proust cuando escribió contra Sainte Beuve y dijo que 'el libro es producto de un yo distinto al que se manifiesta en nuestros hábitos'. La verdad, la sinceridad, es algo muy necio y detestable en literatura. 'Y a fin de cuentas, ¡la sinceridad, qué lata! No es nada fascinante', decía Gombrowicz. 'La literatura es invención', decía Nabokov, 'la ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador, como lo es la tramposísima Naturaleza'.

El problema de la expresión de

la verdad -¿qué verdad, por cierto?- es tan complicado que, por ejemplo, el Diario de André Gide aparece hoy día entre nosotros como una aventura en la que el autor optó abusivamente por la sinceridad y al final nos instruyó menos acerca de este tema, el de la sinceridad, que Proust con sus geniales evasivas.

Si Truman Capote dijo aquello de 'soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio', yo podría decir ahora que soy un catalán que escribe en castellano, soy irónico, soy creador de autoficción, soy posmoderno (o no), trabajo raro porque bailo mucho el danzón. Bueno, lo del danzón creo que lo dicen -pero también podría ser que me lo hubiera inventado- en ciertos sectores del mundo académico español, que es un tinglado (por suerte no general) de profesores universitarios, majaderos que aconsejan todavía la narrativa de posguerra, zampabollos dedicados a las separatas y a los cursos de doctorado y a los simposios y a las publicaciones especializadas: un rancio mundo académico, devoto del cochambroso realismo español, un mundo poco dado a la inteligencia y la novedad o la creatividad y que, por ejemplo, usa impunemente desde hace años la palabra posmoderno como sinónimo de falso, vacío, light. Y lo más asombroso de todo: acusa a la posmodernidad de ser reaccionaria. ¡Precisamente ellos, que están carcomidos y no cesan de invitar a sus pobres alumnos a seguir unas directrices estéticas impuestas en un pasado muy distante y que eran buenas para el padre Coloma!

'¿Por qué es usted tan irónico, tan posmoderno?', me preguntó el otro día un profesor al cerrar un simposio de no sé qué en la meseta castellana. Hasta ahí podíamos llegar. O dicho de otra forma: por lo visto, la ironía no ha llegado a Castilla. Y eso que El Quijote la paseó por todas los caminos de La Mancha. La pregunta del profesor, al igual que la de por qué no escribo en catalán, tenía también un tufillo de reprobación moral. ¡Y pensar que yo escribo en castellano y no en catalán porque quiero ser irónico! Me pareció una notable ironía del destino que me preguntaran esto. Y en cuanto a lo de posmoderno... Yo creo que ya está bien tanta ignorancia o mala fe, pienso que hay que acabar con ese absurdo y provinciano cliché que relaciona posmodernismo con lo light, pues ni Nabokov, ni Perec, ni Borges, por poner sólo tres claros exponentes de lo posmoderno, mantuvieron siquiera relaciones diplomáticas con lo light. Escribe Andrés Ibáñez al inicio de Por una literatura simbiótica, polémico y muy insensato (en el buen sentido de la palabra) artículo publicado en la revista Letra Internacional: 'Creo que ya es el momento de que nos replanteemos la literatura posmoderna como algo más que un conjunto de novelas que hablan de sí mismas' (...) 'La literatura posmoderna no es una imposición de mercado, ni es light, ni es una muestra de la decadencia de Occidente. La literatura posmoderna no es ni siquiera un estilo o una corriente literaria: es la expresión literaria de una época de la historia cultural, la época posmoderna, dentro de la cual caben autores de estilos y tendencias diversas como los de Tolkien o Nabokov, Miguel Espinosa o David Foster Wallace'.

No estaría nada mal que nues

tros profesores tuvieran la bondad de acercarse a autores como Roussel, Torri, Díaz Dufoo (hijo), Pynchon, Wilcock, Murakami, entre otros muchos posmodernos (o no): autores que si bien en un primer momento les taladrarían el cerebro -es lógico porque nuestros profesores han leído siempre lo mismo desde que dejaron la universidad-, a la larga les haría un bien infinito, no saben bien ellos el bien que les haría.

'No te preocupes por ser moderno pues, hagas lo que hagas, desgraciadamente lo serás', decía en los años veinte Salvador Dalí. 'No te preocupes por ser borgiano pues no por serlo eres un desgraciado', diría yo ahora, cansado de que ser borgiano sea todavía un pecado para los profesores de nuestra benemérita cultura. 'Tú eres borgiano', te dicen mirándote con desprecio o compasión. 'No, soy Fernán Caballero', respondí una vez. En fin. Me queda todavía por decir que a la pregunta de por qué no escribo en catalán (no lo hago porque quiero practicar la ironía) y a la chocante pregunta de por qué soy tan irónico, últimamente me veo obligado a soportar una tercera pregunta, también cargada de absurda reprobación moral: '¿Cómo es que no se avergüenza de hablar tanto en primera persona?'. Ahí tenemos una tercera cosa mal vista por los cruzados o académicos de simposio y tentetieso. Sin embargo, el mismo mundo académico está lleno de no-autobiógrafos igual de narcisistas. Esa reprobación moral que rodea todavía el acto autobiográfico -incluido el que yo practico, el de la autoficción- proviene sin duda de los usos sociales y las reglas de la humildad cristiana que se oponían a que uno escribiera sobre sí mismo. Pero para mí está claro que ni la autobiografía ni la autoficción son ya un pecado, son nuestra nueva frontera, como lo son la libertad de estilo, la ironía (posmoderna o no) y la mezcla universal de las lenguas a ritmo de danzón, guste o no en las aulas, señores profesores.

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