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Crónica
Texto informativo con interpretación

Todos los poderes del Estado y nadie de la oposición

A primera hora de la tarde, el todo El Escorial no se había enterado demasiado del evento, a excepción de los aparcamientos reservados en su totalidad para los invitados, las vallas que prohibían dejar los coches en las inmediaciones y alguna señora provista de tentempié, estratégicamente situada en la entrada del Patio de Reyes, por donde accedieron novios y asistentes a la capilla del monasterio.

Los invitados fueron madrugadores: el primero, a las cinco y media: el oficiante, el cardenal Rouco Varela. Después, un rosario de cargos del PP, ministros y ex ministros, jóvenes promesas y muchas promesas ya irremisiblemente cumplidas o incumplidas, periodistas del régimen, artistas afines, financieros y los representantes de la instituciones del Estado, circunstancia esta última que no avalaba precisamente el cariz de boda privada que en un principio se anunció, y que dejaba en evidencia el carácter de boda sin oposición.

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Porque el que, por los preparativos y las pretensiones, parecía enlace de la Tercera Infanta, fue una boda sin socialismo oficial y con escaso botón de muestra del socialismo agazapado, dado que no conviene exagerar con tal calificativo partidario al hablar del Defensor del Pueblo, Enrique Múgica.

Ni un socialista, pues; y ni un peneuvista ni convergente, orillados de la ceremonia también Pujol e Ibarretxe. En definitiva, que aún manteniendo el supuesto carácter de boda privada, sorprende que el presidente del Gobierno, José María Aznar, tras veinte años en la política no tenga en ella más amigos que sus propios correligionarios. O bien que todos los cargos allí presentes resulten ser amigos.

Abierto para los contrayentes -en el monasterio no se hacen bodas en jueves-, el enlace se quedó en algo más medio pelo de lo que en un principio parecía pretender, en un cóctel compuesto por escaso glamour -a pesar de la presencia de los Reyes y de cuatro jefes de Gobierno-, un toque de Nuevas Generaciones, cuarto y mitad de Becerril y la jet de Quintanilla de Onésimo, encabezada ésta por Javier Rojo, organizador de las cenas veraniegas del presidente, acompañado por su mujer, vestida por Vittorio y Luchino.

Si suele admitirse que el negro no es un color demasiado apropiado para las bodas, varias invitadas hicieron caso omiso. Entre ellas, y quizá como fleco del enfado por su cese, Celia Villalobos, ex ministra de Sanidad, a quien debe durarle el malestar hasta el punto de arriesgarse a morir desnucada, dados los tacones que se había colocado.

Entre las elegantes, la Reina, Isabel Preysler -que, acompañada por su actual esposo, Miguel Boyer, coincidió en el evento con su primer ex marido, Julio Iglesias-, Miranda, la esposa de éste, y la mujer del ministro Álvarez Cascos, Gema. Entre los modelos inolvidables, el de Rita Barberá, envuelta en un fucsia rabioso muy valenciano, y pregonando, encantada, que era de su paisano Álex Vidal, y el de la ex ministra Isabel Tocino, estampada en rosa y verde y con un refajo con flor en la cabeza que la hacía fácilmente localizable.

Poco antes de la entrada de la madre de la novia lo hicieron el amigo Blair, Tony Blair, con su esposa Cherie, y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, testigo del novio, con sonrisa permanente y una mezcla entre Estée Lauder y Elizabeth Arden, facialmente hablando. Él y Raphael fueron quizá los dos asistentes -hombres y mujeres- más maquillados de la boda.

Entre las parejas de la noche, un Julio Iglesias aparentemente perjudicado de una pierna y Miranda; Flavio Briattore, directivo de Ferrari, testigo del novio y ex de Naomi Campbell; la ministra de Exteriores, Ana Palacio, y su hermana Loyola, ambas de corto y en diferentes verdes, y el vicepresidente Rodrigo Rato con Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda.

La eterna costurera de Ana Botella en Valladolid, Aby Güemes, echó la casa por la ventana con Ana Aznar y su madre, con más fortuna en el caso de la contrayente. Además de los jaretones horizontales que colocó a la esposa del presidente, rematados con vuelo abajo, Botella tuvo la relativa mala suerte de que las asistentes que eligieron la gama de colores del malva al morado, incluido el ciclamen, que ella llevaba, se contaron por decenas.

Menos glamour, pues, del pretendido, con varios pamelones fuera de lugar, que, junto con un abanico de trajes de boda bien y otros de cena en Quintanilla, acompañaron el enlace de Ana y Alejandro, muy simpático éste con los periodistas, entre los que cundió más de un susto cuando le vieron salir atravesando el patio, antes de la llegada de la novia, temiendo que se hubiera arrepentido.

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