¿Dónde estará mi carro?
Mi santo me dice: '¿Te acuerdas de cuando llevábamos a los niños dentro del carro?'. No sé por qué pero siempre que estamos en el Carrefour tenemos brotes de melancolía. Sí, cariño, le digo, me acuerdo de cuando pisaban con sus botazas ortopédicas los huevos y el pan, y teníamos que dejar dicha docena de huevos y dicho pan y coger otros, y tú decías, estos niños son imposibles, y los bajabas del carro y entonces se nos perdían y teníamos que ir a megafonía y decían sus nombres por los altavoces y pasábamos muchos nervios porque pensábamos que los había secuestrado una mafia internacional y yo te decía, eso pasa por bajarlos del carro. Y al rato aparecían de la mano de un dependiente y les abrazábamos y les volvíamos a subir al carro y volvían a pisotear los huevos, pero ya no nos importaba porque éramos felices.
Mi santo me dice que yo soy como una madre siciliana
Pero no nos dejemos llevar por la nostalgia, cariño, porque mañana los niños vuelven. Una vuelve en autobús a las dos, otro a las siete, otro a las cinco. Y mi santo y yo iremos con el Suzuki de una estación de autobuses a otra. Después de un mes estarán más altos, rozando la desproporción, tendrán las narices más grandes y no hablarán porque, de momento, habrán perdido la confianza. Y nosotros venga hacerles preguntas, ¿cómo lo habéis pasado, qué tal habéis comido? Y ellos mirarán por la ventanilla melancólicamente, como si vinieran de una vida infinitamente mejor, y contestarán con un sí y con un no. Entonces llegarán a casa y se lanzarán al teléfono. Llamarán a sus amigos y hablarán durante una hora dando hasta el mínimo detalle de cómo se lo han pasado. En otro momento les pegaríamos un grito para que colgaran, pero como acaban de llegar les admitiremos todo, para que nos vuelvan a querer. Quedarán con sus amigos esa tarde y antes de marcharse de casa se acercarán con una gran sonrisa, nos pasarán la mano por el hombro y se volverán comunicativos y sentiremos que vuelven a ser nuestros niños. Y entonces nos pedirán dinero. En otro momento les llamaríamos pelotas, pero ahora no, porque pagamos lo que sea porque nos vuelvan a querer. Nos dirán que si pueden volver a las dos de la madrugada, les diremos que de ninguna manera, que vuelvan a las once. Y se irán queriéndonos un poco menos. A las once llamarán para pedirnos si pueden quedarse hasta las doce y diremos que vale, y a las doce llamarán que si a la una. Llamarán cuantas veces haga falta a fin de volver cuando les salga de los huevos. Al día siguiente les dejaremos dormir hasta la una por ser el primer día que están en casa. Se levantarán muy cansados y se irán directamente en calzoncillos al sofá y se quedarán catatónicos. Mi santo les traerá porras y sin pronunciar una palabra se comerán siete cada uno. Mañana llegan. Hoy llenamos el carro de bollos industriales, papel higiénico y packs de crema para los granos y hacemos grandes planes educativos de cara a la vuelta de nuestros pequeños. Mi santo dice: a su edad yo ya estaba en el campo; y yo digo: a su edad, yo ya hacía la comida. En nuestra calidad de ex niños explotados nos gustaría explotar a nuestros hijos, pero ellos se nos resisten. Mi santo me dice que yo soy como una madre siciliana, que me pongo a gritar como una loca pero luego les malcrío. Y yo le digo que él les da la charla, cuando lo que ellos necesitan son órdenes concretas. Pues edúcalos tú, si eres tan lista, dice. Me duele que me diga eso y más cuando está sonando por los altavoces nuestra canción: Sin miedo a nada, de Alex Ubago, que es la canción que le gusta a la niña y por eso nos gusta a nosotros. Él se da cuenta, y para el carro (en los dos sentidos). Me toma por la cintura y me dice al oído: 'El año que viene, en vez de tanto campamento bilingüe, que se los lleve Evelio a ver si los reinserta'. Y dicho esto me da un beso (con lengua). Lo que yo digo, qué bonitas son las reconciliaciones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.