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El caso del gato Simbotas / 15 | INTRIGA EN LA MONCLOA

La primerísima dama

66 Se ha construido una imagen falsa de Ana Botella, a partir de prejuicios cargados de hostilidad. A veces se ha querido convertir a la esposa del Presidente del Gobierno en la autoritaria mujer del general Alcázar de las aventuras de Tintín, o en la Reina de Alicia en el País de las Maravillas, siempre dispuesta a gritar: ¡Que le corten la cabeza!

-¡Que le corten la cabeza! -gritó Ana Botella, descendiendo majestuosa la escalinata blanca que comunica la parte alta de la vivienda con el recibidor.

-¿A quién, pocholita? -trotaba tras ella José María Aznar, intentando rebasarla con rápidos pasitos cortos.

-Al director general de RTVE -replicó Ana sin mirarle, con la voz afilada, majestuosa.

-¿Otra vez? -Aznar detuvo su carrera, perplejo, y se rascó el extremo derecho del bigote con la falange del dedo índice-. ¿Aún no emitieron el reportaje sobre la anorexia?

-Sí, pero no es eso, no es eso.

-¿No se habló de tu libro de cuentos? -inclinó la cabeza.

-No es eso, no es eso -batía el aire con la melena Ana, majestuosa, cruzada de brazos, esquivando con cuartos de giro los intentos de su marido por encararse.

-¿No se te ha entrevistado en suficientes revistas de información general? -se quitó las gafas-. ¿Alguien ha dicho que no estarías capacitada para sucederme? Dime quién no te ha adulado y lo fulmino.

-No es eso, Jose, por Dios, no seas simple -se revolvió como una pantera y creció varios centímetros, los mismos que decreció su marido.

-Entonces, ¿por qué pides otra vez que le corte la cabeza al pobre Ferrari?

-¿Por qué? ¿Que por qué? Sencillamente porque PUEDO pedirlo. Qué pregunta más tonta, Jose, a veces no pareces marido mío. ¿Qué hace aquí ese pintamonas?

-Buenos días -dije, negligente.

-Sólo es un imbécil más, pocholita, no te preocupes. Tiene que informarme de unas chorradas y le doy una patá nel culo -dijo, amoroso, Aznar. Botella le sonrió con dulzura.

-Me encantas cuando te muestras poderoso, cari. ¡Pero córtale la cabeza!

-¿A JAS? -se angustió Aznar.

-A ése -me señaló, majestuosa.

Era la segunda vez en menos de veinticuatro horas que mi pellejo estaba en peligro.

67 -Les ruego que mantengan la calma -dijo Gaspar Llamazares- porque no va a pasar nada. Esto no es un secuestro. Bueno, ¡qué leche! Un poco de secuestro sí que es. Pero no llevo más arma que las dialécticas. Y luego, otra cosa: el piloto, antes de dejarme su puesto en la cabina, me ha explicado cómo despegar, pero de aterrizar no ha dicho nada. Sé que suena a broma pero, ¿alguno de ustedes sabe pilotar un avión? Después, si les parece, les planteo un poco lo que son ya mis exigencias.

Comprendí que no era una película porque nadie gritó 'nos vamos a matar' ni 'vamos a morir' ni 'está loco', a pesar de que motivos no faltaban para gritar cualquiera de las tres cosas.

-Un momento, un momento, un momento -dijo Laura-. ¿Quiere decir que vamos sin piloto?

-El tío éste nos va a amargar el día -comentó Rajoy por lo bajinis.

La situación era políticamente muy difícil: un avión con más de diez ministros a bordo viajaba a diez mil metros de altura y 900 kilómetros por hora sin piloto, o con Gaspar Llamazares como piloto, que aún podía ser considerado más grave. Personalmente también era bastante malo el panorama, puesto que en el avión viajaba yo; y en el plano familiar no podía hacerse más que un balance igualmente negativo, dado el serio riesgo que corría la vida de mis dos parientes más cercanos, mi mujer y mi hija, también a bordo de la aeronave, por deseo del Presidente del Gobierno. Un momento, un momento, un momento, pensé: por deseo del Presidente del Gobierno. Un avión fletado por el Presidente del Gobierno.

-Un poco lo que exijo -dijo Llamazares, algo decepcionado al comprobar que ni siquiera secuestrando un avión concitaba su persona expectación alguna- es un guiñol en Canal+.

-¡Pero si ya tiene! -gritó alguien, creo que Jaume Matas, sí, seguro que era él, porque pensé en Monchito, el muñeco de José Luis Moreno.

-¡Pues otro! -replicó Llamazares- ¡Y más presencia en el Caiga quien caiga! ¡Y que me lleven a Gran Hermano y a Operación Triunfo! ¡¿Por qué no podía ir yo a Eurovisión en lugar de Rosa?! Escúchenme: 'IU lívin a selebreeeeison'.

-Hay que jorobarse -protestó Rato con gesto de asco-. ¿Se puede secuestrar un avión para ir a Eurovisión? ¿Puede ser más casposa la izquierda en este país?

-No digas este país, Rodri, que se lo diré al Presidente -regañó Pilar del Castillo-. Di España.

-Sácame brillo a la calva, excomunista, que el sucesor soy yo -pensó Rato, sonriendo condescendiente.

-Vas dao, que te tienen pillao por todos laos -pensó Mariano Rajoy, que estaba aprendiendo a acuchillar de pensamiento, como Rato.

-¿Cómo sabía usted de la existencia de este vuelo? -pregunté en un momento libre de gritos.

-Si aceptan ustedes mis condiciones, contestaré a esa pregunta y a otras que quieran hacerme en presencia de los medios de comunicación, que sin duda estarán atentos a esta noticia, lo que me permitirá, al fin, ser alguien.

Francisco Álvarez Cascos se levantó sin mediar palabra, se fue de frente hacia Gaspar Llamazares y le dio un rodillazo en las partes.

-No he entendido bien la respuesta a la pregunta que te ha hecho mi amigo el veterinario -dijo, amable. Vestido de azafata imponía más autoridad, dado el ambiente aeronáutico en el que nos desenvolvíamos.

-¡Muy bien, Paco! -le animó Celia Villalobos, siempre partidaria de las emociones fuertes.

-No hay de qué -se ablandó Cascos-. Hace años que deseaba hacer algo así con un comunista.

-¿Esto que ha hecho Paco está bien, Ángel? -preguntó Pixie.

-Era judsto y necesadio, José Madía -contestó Dixie.

-¿Quién le puso sobre la pista de este vuelo? -insistí. Laura estaba aterrada. Marta dormía. Cómo son los críos.

-Pero si fueron ustedes -protestó Llamazares, aún con el cuerpo algo doblado-. Recibí una llamada del Presidente del Gobierno invitándome a volar. Me dijo que el piloto era amigo suyo, y que si me haría ilusión volar con gente importante.

68 -De manera que ha descubierto usted mi pequeña añagaza, ja ja ja -la risa de Aznar tropieza con una barricada de dientes y da un poquito de grima-. No quería que se mataran ustedes, ni mucho menos. Ni siquiera que tuvieran un accidente.

-Nadie lo temió -dije, quizá con demasiada suficiencia, porque me miró con cara de no me provoques que a lo mejor no quería entonces y sí que quiero ahora-. Hace años que Calle 13 emite en Canal Satélite todas las películas sobre catástrofes aéreas. Cualquiera sabe cómo hacer un aterrizaje de emergencia.

-Claro -admitió, mohíno. Caminábamos parsimoniosamente entre los árboles frutales del amplio jardín.

Era la hora de su segundo puro del día, las siete de la tarde, con el sol en declive. Aznar, para demostrar que es un hombre de nervios templados, anda despacííííísimo, y para disimular sus piernas cortas da zancadas más largas de lo razonable, por lo que tiene uno la impresión de caminar junto a Groucho Marx sin pilas.

-Pero entonces, ¿qué pretendía usted, Presidente? ¿Por qué animar a Gaspar Llamazares a secuestrar un avión en el que viaja medio Gobierno y un veterinario con su familia?

-¿Qué quería? -se detuvo Aznar junto a un albaricoque, arrancó una fruta del árbol, la pulió un poquito con los nudillos-. Demostrarles que están en mis manos.

Mordisqueó la fruta para probarla, con algo de prevención. Convencido, dio un bocado más amplio, recreándose en la mezcla de sabores en su paladar, albaricoque, puro y poder.

-Observe este jardín -prosiguió su lentísimo paso, contraje todos los músculos de la cara para evitar un bostezo: se avecinaba uno de sus famosos coñazos-. Tiene árboles frutales, pero están plantados a capricho, sin ninguna vocación agrícola. Son frutales para adornar, no para abastecerse de fruta. Es un jardín de ricos de verdad. Esto, a mí, me la repampinfla. Ana sí disfruta de la parte de promoción que tiene el poder, pero yo no. Para mí el poder es un fin en sí mismo, no un instrumento para ascender en la escala social. Sólo me permito algunos pequeños caprichos personales, como mandar a todo el mundo y despreciar a quien me contraría. Y si le cuento todo esto, ¿por qué es? ¿Porque siento deseos de confesarme, como Michael Corleone en El Padrino III? No. No veo nada de lo que arrepentirme y además tengo un alto concepto de mí mismo. Si le cuento esto es porque usted va a ver algo que podría ser malinterpretado. Quiero mostrarle la esencia del poder. Por cierto, ¿quién estuvo a los mandos del avión durante el aterrizaje?

-Francisco Álvarez Cascos.

-De manera que Paco está abonado a Canal Satélite desde hace años. Curioso. Tomo nota. Antes de que me olvide. La cena es a las diez. Privada. Sólo usted con su mujer. Y Ana, por supuesto. Una cena de matrimonios. Y ahora, venga conmigo.

No sabía, no podía saber, que el próximo suceso derivaría en un nuevo caso de código marrón.

Mañana, décimosexto capítulo: El misterio del helado de café.

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