'Los rituales de autolesión han provocado que la gente confunda mi persona con mi personaje'
La entrevista hay que leerla bien sentados, porque lo que cuenta la entrevistada es un poco gore. Ella no lo es -de hecho, transmite simpatía amable-, pero sí lo ha sido en repetidas ocasiones el vehículo que ha elegido para expresarse en sus performances o montajes escénicos. Ana Elena Pena tiene otro apellido, pero, para sus espectáculos, utiliza éste. Vino de Murcia y estudió en Valencia Bellas Artes. 'No aprendí allí demasiado de arte', cuenta. Ahora, no obstante, quiere doctorarse. Como estudiante, aprendió a espantar a sus mentores con sus primeros montajes estudiantiles, tan irreverentes como crudos. Porque ahora tiene 25 años, pero ya lleva unos cuantos dejando del revés a quienes han visto sus espectáculos. Ana Elena ha utilizado en ocasiones -pocas, pero recordadas- la autolesión para transmitir mensajes unidos a la religiosidad, a los rituales sangrientos, y a las fantasías sexuales obsesivas. Uno de sus brazos habla por sí mismo: cicatrices de cortes lo decoran. Cortes que se practicaba a sí misma con un cútex.
Pregunta. ¿Esos cortes dolieron?
Respuesta. Sí, claro. Pero a mí no me gusta el dolor. La autolesión deja marcas, y eso puede dificultarte el día a día de tu vida.Tampoco utilizo tanto este recurso en mis espectáculos. Lo que pasa es que se me conoce por él.
P. ¿Le molesta?
R. Me molesta que confundan la persona con el personaje. Y montar rituales de autolesión, en algunos casos, ha provocado eso, y afecta a mi vida privada. Había quien hacía una rima: 'Ana Elena Pena, la que se abrió la vena'. Otros decían que era una histérica, una maníaco depresiva. Y otros, realmente, me han gastado bromas, por llamarlo de algún modo, de muy mal gusto. También hay chicos que no se me han acercado porque me creen una tía muy rara, piensan que quizás en mi casa me machaco la cabeza con un martillo. En cambio, lo único raro que tengo en mi casa es una foto de Fernando Esteso tocándome las tetas. Yo soy muy tradicional en mi intimidad. Si hace falta ir a misa, voy. Me gustaría casarme, y de blanco, y eso, hoy en día, sí que es transgresor. Creo en Dios y en el amor. Y en el punto G.
P. ¿Ahora ya no desarrolla montajes violentos?
R. No. Sobre el escenario, sigo huyendo de la rutina y del aburrimiento, como también lo hago en el resto de mi vida. Pero he evolucionado hacia un teatro cabaret, y pronto quiero organizar una especie de cabaret tecno-ye-ye. Me gustaría utilizar cuplés con una estética cañí y una banda sonora electrónica, porque me interesa el esperpento como discurso y como estética. Digamos que empecé con la violencia, y he llegado a escenificar lo más cursi. Tiendo hacia las mezclas agridulces.
P. ¿Por qué empezó haciendo montajes tan duros?
R. Porque me interesaba desarrollar los aspectos sexuales y violentos de la condición femenina. Un hombre vierte su propia sangre en un escenario, y es un provocador. Lo hace una mujer, y es como si se mancillara algo sagrado. Siempre me ha interesado ver qué efectos tenía esto sobre el público. Porque la autolesión agrede al espectador. Pero también me ha permitido analizarlo.
P. ¿Y qué ha descubierto?
R. Por lo que yo he podido comprobar, una mujer sin ropa autoinfligiéndose daño provoca en las mujeres gran escándalo. Y en los hombres, excitación sexual.
P. ¿El sexo va unido a la violencia?
R. En algunos espectáculos he utilizado los dos conceptos. Yo puedo no haberlo interpretado así, pero el público lo ha hecho. Por ejemplo, yo he podido clavarme siete agujas muy finas en los pechos desnudos. Para mí, los pechos son una referencia a la maternidad, pero el público puede ver sólo tetas con agujas. La sangre va muy unida a la condición femenina. En el parto hay sangre. Y en la regla. Y en la pérdida de la virginidad.
P. ¿Y la religiosidad? ¿Por qué la utiliza?
R. La familia, los dogmas, y de dónde vienes, influye mucho. Yo tenía un novio del Opus, y sé lo que es una religiosidad opresiva. Los paisajes de El Bosco, las torturas del infierno... todo eso me ha marcado. En un espectáculo, me cortaba en público, mezclaba mi sangre con leche, y probaba el resultado. Utilicé galletas María para escenificar el rito de la comunión.
P. ¿Nunca pensó en fingir? ¿En utilizar sangre falsa para no dañarse, en interpretar el ritual, en vez de vivirlo?
R. Es cierto que en algunos espectáculos he sentido dolor, sí, pero era dolor con un sentido. También duele la depilación, y todas nos la hacemos.
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