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El caso del gato Simbotas / 6. | INTRIGA EN LA MONCLOA

El gato que sabía demasiado

30 Se ha escrito que el cocker dorado es un animal con tendencias maniaco-depresivas: un día amanece entusiasta y cariñoso, y otro hosco y agresivo. También se ha escrito lo contrario. Es mucho aún lo que desconocemos del perro, un animal que comparte destino con el hombre desde hace cien mil años. De los gatos sabemos todavía menos. Sólo nos conocemos desde hace tres mil años. En el Antiguo Egipto los adoraban. No es raro: los gatos custodiaban las cosechas, las mantenían a salvo de pequeños roedores y reptiles, y todos tendemos a adorar a quien nos garantiza el sustento, sea gato o Presidente del Gobierno.

Hoy los gatos han perdido esa utilidad para el hombre. Dentro de unos pocos miles de años se dirá que ni blancos ni negros cazan ratones. Para el perro todavía se conserva la función de guardar la casa, sobre todo el que tiene casa que guardar, pero la relación del gato con el ser humano ya es, casi exclusivamente, afectiva. Por eso, yo creo, es más sincera.

-¿Quiere usted decir, amigo, que Gufa y Cico, los dorados cockers del Presidente, están fuera de la carrera sucesoria? -inquirió Federico Trillo, sin abandonar la extraña postura de sujetarse los riñones con las palmas de las manos.

-Probablemente, y eso garantiza su vida.

-¿Y por ventura insinúa usted, mi querido amigo, que el gato Simbotas conocía el nombre del sucesor de José María Aznar?

-Probablemente.

-¿Y por eso fue envenenado?

-Simbotas no fue envenenado.

-¡Cómo que no, pardiez! -gritó Trillo a los vientos.

-Simbotas fue muerto, no sé cómo ni quién lo mató, pero no hubo cianuro.

-¡Válgame Dios! -declamó-. Pobre animalito. Con lo malos que son los golpes en la cabeza.

-Disculpe, ¿me puede decir por qué lleva las manos a la espalda?

-Ay, amigo mío. Ésta era la postura habitual de mi admirado Juan Fitzgeraldo Keneddy, en cuyo homenaje mantengo igualmente el tupé, aunque a algunos parezca peinado trasnochado.

-Pero Keneddy sufría lumbago.

-Ay, amigo mío, ya me gustaría a mí, si eso me acercara un punto más a Juan Fitzgeraldo, padecer lumbalgias, aunque ello me privara de vestirme de nazareno en semana santa para llevar un paso cartagenero.

-Yo no he dicho que a Simbotas le dieran un golpe en la cabeza.

Trillo siguió caminando, con las manos en los riñones, sin alterar sus andares ni hacer el menor ademán de girarse.

-Ah, yo qué sé. Tampoco hay tantas formas de matar a un gato, ¿no?

31 -Soy un desastre, Laura: sospecho de todo el que veo.

-A lo mejor es que todos son culpables.

-Eso. Tú méteme más lío en la cabeza.

-En Asesinato en el Orient Exprés es así. Poirot se vuelve loco buscando asesinos y resulta que son todos.

-Vaya, ¿y te ha dado por leer a Agatha Christie?

-Chico, por ayudarte. ¿Qué has comido hoy, Pepe Carvalho?

-Tortilla de patatas matutano caducadas al ketchup solidificado.

-Qué asco.

-¿Cómo está Marta?

-Bien, con mamá. Jugando.

-Vaya, vaya. ¿Ahora es mamá? ¿Ya no es Mimadre? ¿Ya no hace falta que vaya a verte para poner orden y decirle que Marta es tu hija y no la suya?

-Qué tzontzo eres -rió, blanda.

-¿Qué tiempo hace?

-Un calor pegajosísimo. Estoy toda húmeda.

-No me digas esas cosas a estas horas.

-Venga -se quejó sin quejarse-. ¿Has oído el lío que se ha montado en Barcelona?

-Te advertí que no dejaras salir a tu madre del pueblo.

-Qué tonto estás.

-Bueno, perdona, quería decir a mamá.

-Es un asunto medio político también. Han matado a un anticuario que era cuñado de no sé quién. Tenía un lío con la mujer de la limpieza o algo así.

-Deja, deja. Ya tengo bastante con un crimen.

-Marta te echa de menos, Paco, y yo también.

-Con lo que me paguen por esto podríamos hacer un viaje en septiembre. Los ricos se van de vacaciones en septiembre.

-A un sitio lejos.

-Yo también te echo de menos, Laura. Será que no tengo mujer de la limpieza.

-Pero qué supertzontzo eres -susurró, muy bajito, casi un suspirito.

Lo que me faltaba. Por si no tenía bastantes problemas, encima estaba enamorándome de mi mujer.

32 -Yo le sugiero que me borre de su lista de sospechosos -dijo Mariano Rajoy.

-¿Por qué debería hacer eso?

-Mire, caballerete. Está claro como el agua que este asunto de Simbotas tiene que ver con la sucesión del Presidente, y más claro es aún que yo no tengo nada que ver con eso -hizo una pausa en su discurso, pulsó la palanca de su silla eléctrica para girarse hacia mí y añadir, enigmático-. O sí.

-Explíquese.

-Ay, amigo, ¡qué más quisiera yo que explicarme! Pero no puedo.

-¿Y por qué?

-Yo qué sé. El carácter, la idiosincrasia... Vaya usted a saber. El caso es que no puedo explicarme. Traicionaría mi naturaleza.

¿Me estaba tomando el pelo? Entraba dentro de lo posible, pero Mariano Rajoy no sonreía. Claro que tampoco dejaba de sonreír. ¿Quién podía saber qué estaba haciendo Rajoy incluso estando delante suyo?

-Y ahora, hablemos de cosas serias -era su fórmula mágica: se inclinó hacia adelante, dio un chupada honda a su puro, burbujeó la cerveza, crepitaron las patatas fritas al salir de la bolsa, zumbó la silla para salvar los dos metros que nos separaban-. ¿Usted cree que hacemos bien trayendo a Ronaldo al Madrid?

-Le recuerdo que ha querido usted violar la cava de puros privada del Presidente en el primer día de su ausencia vacacional, que por esa causa va usted en silla de ruedas y que, por si eso no bastara para demostrar lo complicado de su situación, el Presidente sospecha que usted pudo envenenar a su gato.

-Y yo le recuerdo que soy Vicepresidente, ministro de Presidencia, Portavoz, cinco veces exministro, y usted un simple veterinario.

-Sí, veterinario, pero al servicio del Presidente, y con simpatías en el círculo de la Presidenta.

-¿La Presidenta, dice?

-Sí, la Presidenta.

-Hum -meditó-. Eso son palabras mayores, desde luego. ¿Un whiskito?

33 -Oye, Mayte -intenté dar un aire casual a la conversación-. Te quería preguntar: ¿tú le harías la autopsia a un gato?

-¿Para un concurso de televisión?

-No exactamente.

-¿Entonces? ¡Luis, aparta la tortilla del fuego!

Nunca se acostumbra uno a que un forense necesite motivos para abrir cadáveres. Los forenses hacen lo que se les dice, dan una pista o una información clave y punto pelota. Nunca los forenses tienen una tortilla en el fuego, ni la mirada triste, ni una hija con síndrome de Down.

-Se trata de asaltar el Palacio de la Moncloa.

-Ah.

-Después buscar dónde está enterrado el gato del Presidente, robar el cadáver, salir sin ser vistos y hacer la autopsia.

-¿Y no hay que devolver el cadáver después?

-No, eso no.

-Bueno. Avísame con tiempo, que le diga a Luis que se quede con la niña.

34 - Míreme usted bien -me desafió Rajoy, repentinamente serio, clavándome los ojos-. Fumo diez o doce puros al día, y de convicciones, qué quiere que le diga: yo le vicepresido un Gobierno a Izquierda Unida, si hace falta. No digo que no las tenga, pero son muy elásticas. Mi trabajo me gusta, pero no le hago ascos al descanso. Creo que no puede haber persona más distinta al Presidente que yo, de manera que no espero que su dedo me señale para sucederle. O sí. ¿Hubiera nombrado Jeckyll sucesor a Hyde? Pues no lo sé, supongo que depende del momento, y hablando de todo un poco, y sin levantar en absoluto la voz, permitirá que le pregunte: ¿se hace usted a la idea del número de pimientos que me importa a mí el gato del Presidente? No sé si me sigue el razonamiento. Espero que sí, porque en Sportmanía van a dar la semifinal del Campeonato del Mundo de 1966, un partidazo, Brasil-Suecia, y me gustaría que me dejara usted en paz con mis panchitos y mi silla de ruedas, al frente de la maquinaria del Estado.

35 El telediario de madrugada emitió un par de reportajes sobre la anorexia, unas imágenes del matrimonio Aznar posando en bañador en la playa, otro reportaje sobre el despilfarro que en otro tiempo suponían las vacaciones de los Presidentes del Gobierno, y, finalmente, la noticia sobre el lío de Barcelona del que hablaba Laura, el anticuario muerto, cuñado de no sé quién, liado con no sé quién y no sé cuántas cosas más, leches, o maldita sea, como se diga, el sospechoso del crimen, el detenido, era Negro 1, el federico que sólo una semana antes había venido a buscarme a mi consulta, menudo lío. Esto ya era un muerto de verdad.

Mañana, séptimo capítulo: Se presenta la leal oposición

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