Parches
Se suele decir que el mayor peligro para el motorista -cuando el peligro no es él mismo- son los coches, un transeúnte saltasemáforos, una pelota, una calzada en mal estado o resbaladiza. Pero la experiencia demuestra que hay otro tipo de peligros más etéreos, suspendidos en el aire, disimulados en cualquier esquina y prestos para atacar sin ser advertidos en el momento más inesperado. Son, según la jerga médica, cuerpos extraños, partículas minúsculas que gustan de meterse por cualquier agujero y que una vez diagnosticados dejan el cuerpo realmente extraño, sobre todo por esta denominación tan literaria y abierta a interpretaciones escalofriantes.
A un conocido se le diagnosticó hace unos días un cuerpo extraño incrustado en la córnea del ojo derecho, lo que le proporcionó, una vez extraído en una apañada e inesperadamente veloz cura en las urgencias del hospital de Sant Pau, un parche espectacular -con esparadrapos que cruzaban su cara desde el centro de la frente hasta un poco más abajo de la oreja- y patente de corso para no asistir al trabajo en un par de días.
El pirata en que creía haberse metamorfoseado no era más que un payaso patoso con dos días por delante para aburrirse
Pero patente de corso no sería quizá la expresión más adecuada, porque la ilusión de andar las calles cual pirata desafiante -consciente de lo fácil que es hablar de estas cosas cuando la herida no es grave y el apósito provisional- se desvaneció a las primeras de cambio. De repente, el paisaje habitual pierde profundidad, acciones como servirse un vaso de agua exigen tanta concentración como hacer un puzzle de 5.000 piezas, leer y ver la televisión se convierte en un lento calentamiento para emprender una siesta y cruzar una puerta implica, con un alto porcentaje de probabilidades, darse un golpe con el marco. Es decir, que el pirata en que creía haberse metamorfoseado gracias al cuerpo extraño que se le había incrustado cual alien en el ojo derecho no era más que un payaso patoso con dos días por delante para aburrirse preguntándose cómo podían espabilarse esos fieros marinos para achuchar a sus víctimas si a una visión disminuida le sumaban, además, un gancho en la mano, una pata de palo y un loro en el hombro. Así que empezó a coleccionar mentalmente corsarios y piratas y le salió una lista de personajes auténticos e inventados, supuestamente buenos y presuntamente malos. Pero, para su sorpresa, ninguno de ellos llevaba parche.
Francis Drake y John Hawkins, los corsarios ingleses más temidos por la flota española, no llevaban, según las imágenes que de ellos circulan. Tampoco el pirata Barbanegra, a quien sí se le atribuye una de las más originales armas disuasorias que se hayan visto jamás: dos canutos humeantes que le flanqueaban el rostro y le iluminaban el rostro de suerte que 'ni con la imaginación los hombres podían concebir un espanto más aterrorizador surgido de los Infiernos', cita Howard Pyle en El libro de los piratas.
Long John Silver, prototipo donde los haya, instituyó la imagen del pirata de la pata de madera y el loro. El Corsario Negro era un tipo de 'facciones muy hermosas: nariz regular, labios finos y rojos como el coral, una frente despejada surcada por una ligera arruga que daba a aquel rostro un cierto aire melancólico; los ojos negros como dos carbones, de forma perfecta, con largas pestañas, vivos y animados por un brillo tal que en ciertos momentos debía de amilanar a los filibusteros más intrépidos'. James Hook, Jas, con su indumentaria a la Carlos II, tenía unos ojos 'del azul del nomeolvides, profundamente melancólicos, menos cuando te clavaba el garfio, momento en que en el fondo de sus pupilas aparecían dos luces rojas que le iluminaban de forma horrible'. Tampoco llevó Rackham el Rojo tal y como lo imaginó Hergé. Ni los héroes de cartón piedra y tecnicolor de El Capitán Blood, El halcón del mar, El temible burlón y El Cisne Negro: aunque quién iba a tapar los ojos a tres galanes como Errol Flynn, Burt Lancaster y Tyrone Power...
Seguro de que en la lista faltan muchos nombres. Y, en todo caso, la imagen del pirata irá siempre asociada, faltaría más, al intimidatorio parche en el ojo. Ahí está, sino, La del pirata cojo, de Joaquín Sabina: 'Pero si me dan a elegir / entre todas las vidas, yo escojo / la del pirata cojo, / con parche en el ojo, / con cara de malo, / el viejo truhán, capitán / de un barco que tuviera / por bandera / un par de tibias y una calavera'. Ahora existe incluso un emoticón: P-), que podría tener una versión más brava: P-(.
Pero en la vida real llevar un ojo tapado implica topar con toda suerte de reacciones desconcertantes y un poco frustrantes. Un curtido médico de urgencias, compadecido pero harto de ver casos similares, se ve en la obligación profesional de sugerir -'ejem, ejem'- lo bien que sienta lucir semejante aspecto. Y, ya en la calle, se siente que, en vez de ir más tapado, se va más desnudo. Un poco como si en vez de ser una persona anónima saliendo de urgencias fuera un famoso a las puertas de una clínica de cirugía estética. Miradas, cuchicheos en la espalda, conmiseración o, directamente, comentarios a grito pelado. Como los de unos motoristas: '¡Vaya parche, neng!' No sabían de la existencia de los cuerpos extraños que flotan en el aire, prestos para atacar sin ser advertidos en el momento más inesperado.
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