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Columna
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Un hilo femenino

¿Qué podría unir la obra de Daniela Rossell, Beth Moyses y Ana Casas? En apariencia, nada, a excepción de que todas ellas exponen actualmente en la Casa de América. También el hecho de que son mujeres. Pero, ¿tiene eso que ver con la obra? Sí. Pero, ¿sabríamos que lo son sólo viendo su obra? Entro primero en la muestra Ricas y famosas, de la mexicana Daniela Rossell, y me llevo una gran decepción. Apenas un puñado de fotos, una exigua muestra de lo que, compruebo a través del catálogo, es una colección amplia. Echo de menos más fotos, algunas que incluso aparecieron en el reportaje que El País Semanal publicó con texto de Juan Villoro y que en la Casa de América no están. Rossell fotografía a multimillonarias mexicanas. Aparecen en sus mansiones, en sus palacios, con todo el artificio de que es capaz la más íntima opulencia. Es difícil distinguir entre sujetos y objetos, tal es su autosuficiente comunión, una mutua perversidad que supera los límites de cualquier cuestionamiento: esto es lo que hay, parecen decir al unísono el tinte de las rubias, las sedas salvajes, la tensa pasamanería, los jarrones chinos, los osos disecados, las fantasías moriscas, las colecciones de peluches que no son reminiscentes ni tiernos ni falta que les hace, los leggins apretados en los muslos de la liposucción, su acumulativo encierro, su descarada libertad. No salen en las fotos, aunque se pueden ver, los montones de coca, los tranxiliums, las armas.

Después paso a contemplar una proyección de la performance Memoria del afecto, de la artista brasileña Beth Moyses. Decenas de mujeres arrastrando despacio sus vestidos de novia por las avenidas financieras de São Paulo. Van deshojando flores, dejando caer sus pétalos. Van serias, perfectamente concentradas en su intención. Entierran al final los tallos espinosos que han quedado: a palazos de sepulturero, embarrando sus dobladillos de organdí. Era el 25 de noviembre de 2000, Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer, pero lo repitió hace unas semanas en Madrid. Dice Moyses que intenta 'transformar la calidad del afecto, recuperar un sentimiento que quedó dormido en el pasado'. Dice que habla 'de los sueños, de las fantasías, de las expectativas de las mujeres'. Ha alfombrado una sala de la Casa de América con los trajes de novia. Puede uno descalzarse y avanzar sobre ellos. Estoy sola y lo hago. Piso perlas, brocados, drapeados, puntillas. Me suben sentimientos por las piernas, de los que engañan en el sexo y sangran el corazón. Me suben biografías conyugales y delitos. Miro las fotos en blanco y negro, varias mujeres con tocados nupciales, primeros planos: falsas piedras preciosas, peinados de segunda. No salen en las fotos, aunque se pueden ver, los moratones, las patadas, los gritos.

Subo a ver Álbum, de Ana Casas, una exposición mucho mejor montada que la de Rossell. A partir de fotos y apuntes de su abuela, Casas indaga en su propia identidad y en la memoria de su familia: 'Las fotos de mi infancia me obsesionan', dice, 'las miro una y otra vez, buscando entender algo que se me escapa'. Se le escapa el tiempo. Como escapó su abuelo una tarde y no volvió, como escaparon los pechos de su abuela en el quirófano y dejaron un mapa de cicatrices, como escaparon los kilos de su tripa con unas dietas que son el método de la conciencia.

Ana Casas se pregunta por la niña que ya no está y que ocupa un escenario que permanece. Siguen la casa en Viena y el agreste jardín y la cámara vieja. Pero sólo esa última le pertenece ahora: sólo la herramienta incierta para fijar lo que ya no es, lo que ya siempre será. Quiere entender el mecanismo de la biografía, qué pasó, desnudándose, desnudando a la anciana. Pasó lo que se ve: las idas y venidas, la sucesión de estaciones, la voluntad de permanencia, la enfermedad. No salen en las fotos, aunque se pueden ver, la impotencia, la soledad, la estupefacción.

Me pregunto de nuevo dónde está el hilo femenino que une la obra de las tres artistas. Tiro del hilo. Dorado en los salones del DF, díscolo como un error inapreciable contra el dominio de sus amas, me conduce hasta los jirones de las novias paulistas, sucio como un sueño fracasado, y tiro y tiro hasta llegar a la piel de una mujer vienesa y llevarme sus años, sus glándulas mamarias, sus secretos. Y el hilo era una tristeza repugnada, violentada, desnuda.

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