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LA CRÓNICA
Columna
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Toma candela

La gente cambia. Un individuo que hasta hace un tiempo buscaba emociones fuertes al salir de los after-hours y las encontraba en apartamentos tapizados en rojo con argollas en la pared, el cráneo palpitante de narcóticos, hoy halla sensaciones de intensidad equivalente en una plácida charla a media tarde con un molt honorable botiguer. ¡Eh!, ojo, que lo de antes tampoco llegaba a los niveles de Exuperancia y su armario mágico. El individuo en cuestión jamás probó esa droga que hace que uno desee ser sodomizado por una amiga con un dildo -¿como prueba de amistad?- y eso que el individuo cree haber probado todas las drogas.

El individuo soy yo y estoy en la Baixada de la Llibreteria, 7, hogar de la cerería Subirà, la tienda -con el amoblamiento original- más antigua de Barcelona (junto a la Herboristería del Rei, sita en la calle del Vidrio). La dedicación de los Subirà al fascinante mundo de las velas se remonta a 1761. La fecha figura en letras doradas por debajo del escudo de la Barcelona, presidiendo la doble escalera palaciega por la que -en cualquier momento- podría descender Sisí Emperatriz para entregarse a los brazos de su galante húsar prusiano.

En el tiempo que les lleva exudar un kilo de cera, las abejas hacen 50 de miel. Los apicultores, por lo tanto, reciclan la cera.

La tienda es una preciosidad y un orgullo para Barcelona. Me siento afortunado al entrar en esta especie de tarta de crema rococó y ser atendido por su dueño, don Jordi Subirà i Rocamora, un hombre amable y muy catalán que se expresa en un florido castellano. Presidente del Colegio de Cereros y de la Federació Catalana D'Entitats Corals (esto no me lo cuenta pero lo pone su tarjeta de visita), se vuelca en el relato de los pormenores de la historia de la vela y su relación con los correspondientes escenarios políticos y religiosos. Soy todo oídos.

Hay mucha más cera que la que arde, gracias a las suculentas enseñanzas de don Jordi. Veamos. La cera se divide, para su mejor estudio, en tres grandes grupos, a saber: a) mineral, b) vegetal y c) animal. El sebo, que es grasa animal prensada, ya no se usa y es casi un sacrilegio nombrarlo en presencia de un cerero de estirpe. La parafina, un derivado del petróleo y, por lo tanto, perteneciente al grupo a), ha reemplazado prácticamente a los demás materiales utilizados para la confección de velas. La cera de abeja, durante añares la oficial de la Santa Iglesia, ha quedado como un capricho de purpurados florentinos. Cuando las abejas segregan cera, no hacen miel. En el tiempo que les toma exudar un kilo de cera elaborarían 50 de miel. Los apicultores, por lo tanto, reciclan la cera, la estampan con el clásico formato hexagonal y se la facilitan a las abejas para que no distraigan ni una pizca de energía productiva.

En la posguerra la vela estaba desprestigiada, era símbolo de escasez y racionamiento. Si actualmente goza de buena salud es por diversas razones, dos de las cuales apunta don Jordi: 1) el factor hippy/cantautores, o sea la vela con mensaje, encendida como estandarte de la lucha compartida en pro de un mundo mejor y 2) la influencia noreuropea, o sea la vela mona como elemento de interiorismo y detalle de calidez hogareña. En Cataluña se diseñan y fabrican el 90% de las velas españolas. (¡We've got the power!) Hay fabricantes con diseñador en plantilla y está a disposición del público exigente la línea de velas firmadas por los diseñadores de más renombre, como Mariscal y compañía. ¿Llega la cosa, don Jordi, a lanzar colecciones de otoño/invierno y primavera/verano? Casi sí, nos explica, ya que cuando se acerca el buen tiempo el cerero eficiente hace hincapié en la conveniencia de aprovisionarse de velas para jardín y piscina, sin olvidar las muy sugerentes velas flotadoras para estanque.

Una opción elegante para las cuatro estaciones es el candelabro de plata con velas negras, utilizadas por algunos con fines menos confesables que la decoración hogareña. ¿Rituales satánicos, don Jordi? Le consta que sí, y que las hay con pelos de animales en su interior, destinadas a oscuras brujerías, aunque en la cerería Subirà no se vende esa clase de velas. Nuestro experto en cirios se explaya sin disimular el orgullo y la emoción. La llama de un vela encendida -nos dice- sirve para conectar al hombre con su esencia y acercarlo a los demás y a Dios. Ese fuego epitomiza todos los fuegos y representa el hogar, la luz, el vínculo con el más allá y la vida misma. ¡Vaya! Bajo la influencia de tan apasionado discurso miro a mi alrededor y me dejo atrapar por una nube de sensaciones navideñas. Velas, velas, velas... Las hay de todos los colores, aromas y formatos imaginables. Las tradicionales o de iglesia son las menos. La mayoría son de las que invitan al festejo y la cena de luxe y suscitan ecos de intimidades y placeres mundanos. Por cada vela pía hay nueve lúbricas, carnosas, non sanctas. Este individuo supone que aquellas de ahí, tan majas, que recuerdan a un torpedo, son las que usaría Exuperancia para una de sus entrañables muestras de amistad. El individuo lo piensa pero no lo dice, porque la gente cambia.

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