Sube el fútbol, baja Japón
Tras la caída de la Alemania nazi en mayo de 1945, el Gobierno imperial de Japón, ante la perspectiva de una guerra sin cuartel en su propio suelo, hizo un llamamiento para que hubiera 'cien millones de muertes con honor'. Desde entonces, a los japoneses siempre les violenta mostrar fervor patriótico. No suele gustarles detenerse a pensar en lo que ocurrió la última vez que cedieron a sus impulsos de ondear banderas: la ferocidad de la invasión japonesa de China y otros vecinos asiáticos, la locura de emprender una guerra contra Estados Unidos y sus aliados, las dos bombas atómicas, la rendición ignominiosa y los siete años de ocupación norteamericana.
El Mundial de fútbol, que acaba hoy en Yokohama, ha hecho que, de pronto, el fervor patriótico vuelva a ser respetable. Desde Pearl Harbour, o quizá desde la victoria en la guerra ruso-japonesa de 1905, no habían presenciado las calles de Tokio, Osaka e incluso Hiroshima tales escenas de celebración nacional. La gente, sobre todo jóvenes pero también bastantes personas mayores, bailaba y cantaba como suelen hacer los brasileños, los ingleses o los españoles cuando sus selecciones triunfan en el terreno de juego. En la sociedad más rígida y reprimida del planeta, la sensación que había era la de que había saltado el tapón de una botella de champaña que llevaba demasiado tiempo envejeciendo. Después de que Japón derrotara a Túnez y se clasificara para la segunda ronda del campeonato, el primer ministro, Junichiro Koizumi, pronunció estas palabras tan pasmosamente sinceras: 'Es maravilloso. Es tan emocionante que se me llenan los ojos de lágrimas. Es extraño, pero supongo que eso es la alegría'.
Japón está estancado desde hace 10 años. Lo que sirvió para transformar al país de la posguerra en una gran potencia económica ya no funciona
Preocuparse por los rateros en los trenes abarrotados es padecer paranoia. Las mujeres pueden pasear en Tokio por la noche con absoluta tranquilidad
Los japoneses tienen mucho dinero en efectivo, pero una forma de vida miserable. Viven en pequeños apartamentos en edificios grises y monótonos
Según el gran periódico nacional 'Asahi Shimbun', una de las enseñanzas fundamentales del Mundial es que 'no hay sitio para el nacionalismo xenófobo'
De repente, está bien tener un sentido de identidad nacional; está bien y es honorable que cien millones de japoneses den rienda suelta a sus sentimientos. Ahora bien, la pregunta que surge enseguida es: ¿en qué consiste este nacionalismo benigno y vitalista? ¿Qué es esta identidad nacional japonesa que todos celebran de forma tan espontánea? Así, de pronto, la respuesta es que nadie lo sabe con certeza. Con más detenimiento, se puede decir que en Japón se respiran aires nuevos; está naciendo algo. O, al menos, se está gestando. Y el motivo por el que se puede afirmar tal cosa de forma razonablemente segura es que el Japón que ha existido desde el final de la II Guerra Mundial está moribundo, y necesariamente debe haber algo más que llene ese hueco.
Un sistema esclerótico
Es un hecho universalmente reconocido que Japón está estancado desde hace 10 años. Lo que sirvió para transformar al país de la posguerra en una gran potencia económica ya no funciona. El sistema político es esclerótico y corrupto, y la sociedad está demasiado anclada en sus tradiciones retrógradas para sostener una economía que se contrae sin cesar desde 1990 y necesita desesperadamente nuevas energías. Lo curioso es que, si observamos Japón, nadie lo diría.
Si le decimos a un argentino, por ejemplo, que Japón sufre problemas económicos, puede que sea muy educado y nos pida que no le gastemos bromas crueles. Pero no hace falta irse a Argentina, tampoco el gran rival futbolístico de dicho país, Inglaterra, sale muy bien parado en la comparación. Los ingleses que visitan Japón contrastan el vasto y maravillosamente puntual sistema de tren de alta velocidad japonés con el suyo y confiesan que les entran ganas de llorar. Y no es sólo el monorraíl, existente desde 1964, lo que avergüenza a la mayor parte de Europa. El transporte aéreo interior es asombroso, Boeings 747 abarrotados que trasladan a la gente a todas horas del día a sitios que están a poco más de una hora de distancia; los puentes de suspensión de un blanco reluciente; los rascacielos de diseño audaz. Para no hablar de los sueldos de dimensión norteamericana, el feroz consumismo (las camisetas de fútbol japonesas se venden como rollitos de sushi, a 120 euros cada una), o el precio asombroso de salir a comer algo en uno de los concurridos restaurantes de Tokio.
Si Japón sigue siendo la segunda economía del mundo, es por algo.
Ahora bien, cuando se mira por debajo de la superficie y se intenta no sólo ver lo que está pasando, sino oír y leer cosas al respecto, surge una imagen diferente. Entonces se empiezan a comprender algunas razones de ese lento declive que suele denominarse 'el malestar japonés'.
La más evidente es el sistema político, que en muchos aspectos recuerda a los últimos años del Partido Revolucionario Institucional de México. El Partido Democrático Liberal, no tan corrupto como el PRI -ni en su apropiación de fondos del Estado ni en la manipulación de los resultados electorales-, es una máquina política de suave eficacia, que se mantiene en marcha gracias a una amplia y arrogante burocracia estatal y la financiación de las grandes empresas. Los principales patrocinadores privados del PDL proceden del sector de la construcción, en el que las empresas se han beneficiado enormemente de un flujo constante de inversiones oficiales en carreteras, presas y puentes, a menudo innecesarios y, a veces, perjudiciales para el medio ambiente.
La codicia de los políticos
Una nación compuesta por mil islas dotadas de ríos, puertos naturales, playas y un paisaje montañoso de verde intenso ha sufrido tremendos destrozos, según los ecologistas, para saciar la codicia de los políticos y los grandes empresarios. Un libro titulado Perros y demonios, de Alex Kerr, un norteamericano que lleva mucho tiempo residiendo en Japón, destaca que el 55% de la línea costera de Japón está cubierto de cemento, y que en todos los ríos importantes se han hecho desvíos o se han construido presas. 'Las obras públicas se han multiplicado en Japón', escribe Kerr, 'porque resultan muy rentables para los que ocupan el poder. La manipulación de las pujas y los regalos son una práctica común que proporciona cientos de millones de dólares a los políticos'.
Los japoneses tienen mucho dinero en efectivo, pero una forma de vida miserable. Viven en pequeños apartamentos dentro de los edificios grises y monótonos que se erigieron a lo largo y ancho de Japón, a gran velocidad y sin pensar mucho en la estética ni la comodidad, tras la devastación causada por los bombardeos norteamericanos en la guerra. En la gran megalópolis de 30 millones de habitantes que son Tokio y las ciudades que la rodean, los traslados de ida y vuelta al trabajo son constantes; las posibilidades de huir al mar o el campo -lo poco que no está encerrado en cemento-, limitadas. Además, todo el mundo está demasiado agotado, niños y adultos, por las presiones que ejercen los colegios, las empresas y la sociedad en general, no sólo para trabajar, sino para que a uno le vean trabajando. Es increíble, pero, cuando se va en tren, en cualquier lugar de Japón y a cualquier hora, siempre se ve a la tercera parte de los pasajeros completamente dormidos.
Exportador de personas
Japón es el único país industrializado que es exportador neto de personas. La tendencia es tan clara que la edición japonesa de Newsweek publicó en 1996 un cuadernillo especial de 10 páginas con recomendaciones para irse a vivir al extranjero. El artículo se titulaba Escaparse de Japón.
Pero los obstáculos físicos de la vida cotidiana no son el único motivo de la disparidad entre la riqueza y la calidad de vida de los japoneses. Otro factor son las abrazaderas mentales que impone la sociedad. Desde el colegio -que, según las encuestas, los niños japoneses odian mucho más que los europeos o los americanos- se inculca la idea de la sumisión a un sistema férreo de normas sociales invisibles; se enseña que la individualidad es mala porque ser diferente es ser anormal. Masao Miyamoto, autor de un libro sobre Japón que se titula La sociedad de la camisa de fuerza, lo explicaba de esta forma durante una conferencia en la Universidad de Oxford: 'Cuando se recorre la campiña inglesa, se ven muchas ovejas que pastan en las colinas, y eso aporta una sensación de paz. Esa paz es exactamente lo que quieren conseguir los burócratas en la sociedad japonesa. Pero deseo subrayar que quieren esa paz porque su imagen ideal de la población es la de unas personas sumisas y obedientes. De esa forma, la gente es fácil de controlar y el sistema no necesita cambiar'. Según Miyamoto, un psiquiatra que vive en Estados Unidos, el adoctrinamiento es tan eficaz que 'cuando cumple 18 años, el niño japonés se ha convertido en un borrego perfecto'.
No todos los aspectos de esa situación son forzosamente negativos. Las ovejas no son criaturas violentas. Japón, en comparación con las demás grandes economías del mundo, es un país deliciosamente libre de criminalidad. Preocuparse por los rateros en los trenes abarrotados es padecer paranoia. Las mujeres pueden ir más o menos por cualquier parte de Tokio y a cualquier hora de la noche con absoluta tranquilidad. Y, si comparamos con Estados Unidos especialmente, la familia es una unidad muy sólida: las tasas de divorcios son bajas, los hogares rotos escasean y sólo el 1% de los niños nacen de madres solteras. Tales virtudes son consecuencia de una tradición confuciana que atribuye un valor fundamental a la lealtad y la permanencia en la familia y en la sociedad en general. Y hay otra virtud, heroicamente practicada por los japoneses después de la guerra: el esfuerzo.
El inconveniente, como revela la experiencia de visitar habitualmente los locales y tiendas de comida rápida de todo Japón, es que los japoneses están más adaptados que nadie -por motivos de cultura, historia y tradición- para trabajar en los McDonald's. El empleado ideal de McDonald's es un robot rápido, diligente e incansable, invariablemente cortés con todos los clientes, sin hacer distinciones. Ese robot está hecho de carne y hueso, y es japonés.
Una criatura que asimismo está perfectamente diseñada para la fabricación en serie de automóviles. Alex Kerr, entrevistado esta semana en Japón, dice que la industria del automóvil fue el sector fundamental en los años setenta. 'A Japón se le da bien la fabricación de maquinaria. Lo que no se le da tan bien son los programas y contenidos'.
Kerr no se refiere exclusivamente a la tecnología de la información, aunque los éxitos en este ámbito de Europa, Estados Unidos y países asiáticos vecinos a los que, hasta hace poco, superaba Japón, son los que hacen que ahora este país parezca haberse detenido mientras todos los demás le adelantan a toda velocidad. Kerr está hablando también del turismo, una de las mayores fuentes de ingresos de esta nación en la época de riqueza posterior a la guerra fría. Japón es el país número 32 del mundo por número de visitantes, cuatro millones al año; 'menos que Túnez y Croacia', dice Kerr. En parte se debe al destrozo del paraíso, y, en parte, a la actitud esquizofrénica hacia los extranjeros que se inculca a los japoneses desde su más tierna edad.
Por un lado, como demuestra la abundancia de marcas europeas y norteamericanas en los anuncios de neón de Tokio, existe una profunda admiración respecto a Occidente; por otro, hay un recelo que raya en la xenofobia y que se ha visto en ocasiones durante las primeras fases del Mundial. Un ejemplo fue el de un europeo que, como experimento, llamó a 20 hoteles en Tokio y preguntó si tenían una habitación disponible para la segunda semana del campeonato. Todos menos uno dijeron que no. El europeo pidió entonces a su secretaria japonesa que llamara a esos mismos hoteles. Más de la mitad tenían habitaciones libres.
Sin embargo, a medida que ha avanzado el Mundial y que se ha visto que todos esos extranjeros grandones y de ojos extraños eran bastante inofensivos, los japoneses han relajado visiblemente sus músculos faciales en todo el país. Con la posible salvedad de Estados Unidos y otras fuerzas aliadas de ocupación en 1945, nunca había habido tantos extranjeros en Japón. Y, como dice un alto miembro japonés del comité organizador de la Copa del Mundo, 'los rostros extranjeros -europeos, africanos y latinoamericanos- se han movido alegremente y con libertad en varias de las sedes más remotas, como Oita y Miyagi, y eso sólo puede servir para aliviar las preocupaciones de la gente sobre los forasteros y contribuir a que los japoneses estén más dispuestos a huir de su aislamiento y acercarse al resto del mundo'.
Es curioso -y esto nos devuelve a la cuestión de la identidad nacional japonesa- que, según varias personas entrevistadas, de veintitantos y treinta y tantos años, el modelo que la gente aspira a imitar es más el europeo que el norteamericano. 'En parte', explica una joven japonesa que vive en Londres, pero está de visita en Tokio durante el Mundial, 'está relacionado con la típica rebelión contra los padres. La generación de nuestros padres miraba con admiración hacia Estados Unidos, el gran elemento de influencia aquí después de la II Guerra Mundial. Así que, como es natural, los jóvenes piensan que Europa es mejor'. Otra japonesa, una empresaria que ha viajado a Europa en muchas ocasiones, destaca que los norteamericanos tienen la imagen de que trabajan mucho, 'casi más que nosotros'. Y lo que los jóvenes japoneses anhelan en la actualidad es algo más parecido al equilibrio entre trabajo y diversión que se ve en Europa. 'Hace 15 años, los jóvenes salían del colegio y la universidad y sólo pensaban en una cosa: entrar a trabajar en una empresa y permanecer allí toda su vida', dice la joven empresaria. 'Ahora tienen muchas más probabilidades de aceptar un trabajo de media jornada durante un tiempo, viajar a Europa, examinar sus opciones de vida para encontrar algo que les compense y les haga felices'. Otro joven, profesor universitario, indica que los japoneses admiran la forma de vida de los europeos desde que empezaron a viajar en masa al Viejo Continente durante los prósperos años ochenta. 'Pero decían: 'Es para ellos, no para nosotros'. En cambio, ahora, la gente dice: '¿Por qué no podemos ser también un poco así, más libres de mente, más individualistas? ¿Por qué no?'.
Es en este contexto, según varios jóvenes preguntados en diversas sedes del Mundial de todo el país, en el que hay que interpretar la locura japonesa por el fútbol, un deporte que hace apenas 10 años no existía. Y no sólo entre los jóvenes, que, de forma más inmediata, consideran la experiencia de seguir el fútbol como una oportunidad de librarse de las ataduras de borregos que la sociedad se ha esforzado por imponerles. Los periódicos consagrados, dirigidos por hombres de mediana edad, también se han apuntado al fútbol -y, en concreto, a su selección nacional y su sorprendente éxito- como perspectiva de progreso para el país. Una de las enseñanzas fundamentales que se pueden extraer, según el periódico Asahi Shimbun, es que 'no hay sitio para el nacionalismo xenófobo'. Esta conclusión, explicaba el diario, se deriva del importante simbolismo que tiene el que el entrenador de la selección japonesa sea un francés, Philippe Troussier; que los tres mejores futbolistas japoneses jueguen en Europa, y que la Copa del Mundo haya reunido en armonía a gente de todo el planeta.
Lo nuevo y lo viejo
Sin embargo, el elemento central que incorpora lo nuevo sin sacrificar lo viejo es que la selección japonesa, como cualquier equipo de fútbol, mezcla un concepto tan japonés como la unidad y lealtad de grupo con la idea occidental del estilo y la imaginación individual. Tokyo Shimbun ha escrito que la selección nacional ha mostrado los admirables valores de 'independencia, responsabilidad, unidad, paciencia e inspiración', dignos de ser emulados por todo el país. Asahi Shimbun decía: 'Sólo cuando se une la fuerza de todos y cada uno de los jugadores en su conjunto puede surgir un buen equipo. Más que nunca, ahora entendemos la importancia de las iniciativas y la imaginación del individuo para el grupo'.
Asahi Shimbun, el principal periódico de la única gran nación industrializada en la que no existe un movimiento antiglobalización, resumía la influencia que el mayor acontecimiento deportivo del mundo ha ejercido en Japón de una manera que sugiere que tal vez pase a ser un hito en la historia del país. 'No hay duda de que la Copa del Mundo es una fuerza a favor de la globalización', decía el diario. 'Sin embargo, al mismo tiempo, nos ha enseñado que el mundo y Japón son variados. Nos ha dado la oportunidad de aceptar la diversidad como parte de nosotros, para ayudarnos a construir nuestras identidades'.
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