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Mundial 2002 | Cuartos de final: Brasil-Inglaterra

Por una vez, Inglaterra sabe perder

Seaman volvió a conocer ayer la amargura del fútbol. Su error garrafal dio la victoria a Brasil y bajó a Inglaterra de la nube en la que vivía desde que, al ganar a Argentina, se veía ya campeona. En 1995 fue un hispano-marroquí apenas conocido al norte de los Pirineos, Nayim, quien destrozó por primera vez la moral de Seaman con un gol que le dio la Recopa al Zaragoza en perjuicio del Arsenal. Ayer fue Ronaldinho, el más modesto y sonriente componente de la triple R, quien convirtió en paño de lágrimas a Seaman y a Inglaterra toda. Todo el país se quedó mudo de tristeza. Los aficionados sabían que podía ocurrir, pero no lo esperaban. Jaleados por una prensa eufórica sin más motivo que unos minutos de buen juego ante Argentina, dos discretos empates y un fácil triunfo ante una Dinamarca con tendencias suicidas, los ingleses se creían ya campeones. Treinta millones de ellos se agolparon ante los televisores, una audiencia nunca vista desde que en 1990 Alemania se llevó la partida desde el punto de penalti. Cuatro millones llegaron tarde al trabajo y cinco se acercaron al pub de la esquina para desayunar con goles y cerveza.

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El llanto de Seaman

Pero Seaman les rompió el corazón. 'Lo siento, lo siento', decía, inconsolable, el veterano portero. Todos fueron a consolarle al acabar el partido, a acabar con sus sollozos. El primero, su rival, Marcos, pero también Keown, su compañero en el Arsenal; el capitán, Beckham; el entrenador, Ericsson. 'Me siento como si hubiera dejado caer a la gente', se lamentó. Éste ha sido, quizá, su último partido con la selección.

Los ingleses encajaron la derrota con la humildad que antes les había faltado en la victoria. Todos admitieron la superioridad de Brasil y lamentaron el rigor que le costó a Ronaldinho la expulsión. Optimistas como nadie, los lamentos por el sueño roto dieron paso a las esperanzas de futuro: el equipo ha jugado bien, sólo ha cedido ante el mejor y la juventud del cuadro armado por el gélido Ericsson permite soñar ya con el triunfo en la Eurocopa de Portugal dentro de dos años.

Pero no todo eran lamentos ni buenos deseos ayer en Londres. Medio centenar de hinchas de Brasil festejaban el triunfo a ritmo de salsa en una discoteca del centro de la ciudad. Muchos eran sospechosamente pelirrojos, pecosos y de tez blanca... como los escoceses. La policía acabó cerrando la calle para evitar que la llegada de más y más camisetas amarillas acabara sentando mal a los aficionados locales. Pero no pasó nada. Esta vez, Inglaterra supo perder.

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