Encrucijada
Cubiertas de papeles, así estaban las calles los últimos días de la primera campaña electoral desde la segunda República. Octavillas, trípticos, folletos, carteles, pasquines, pegatinas... La llamada de las urnas concitó una lluvia de impresos de todos los tamaños, tintas y tipografías. Con una sola cadena de televisión del Gobierno y ninguna experiencia en mercadotecnia política, el 15 de junio de 1977, hace 25 años, la libertad se expresó después de derramar un confeti multicolor de ingenuidades. Sobre aquella encrucijada tapizada de papel empezó a caminar la democracia, que dejaba atrás la dictadura y la 'reforma pactada' para iniciar un pacto de la ruptura que cuajaría en la Constitución. Ha advertido Javier Tusell contra las interpretaciones que camuflan la fragilidad de la transición y que esconden la 'levedad' de la historia que acuñó Kundera, tan singularmente reflejada en un proceso donde, según el politólogo Josep Maria Colomer, la negociación y el acuerdo fueron propiciados por el hecho de que ninguno de los proyectos en pugna (continuidad del franquismo, reforma moderada del régimen y oposición antifranquista) contaba con apoyos sociales para imponerse por sí mismo. Esa 'fortuna' de circunstancias dadas, puntualiza el historiador, necesitó de la virtú de los políticos, de sus capacidades, para llegar a buen puerto. A causa de la inestabilidad en que se fraguó el consenso pluralista de la transición, acota a su vez el profesor de Ciencia Política, surgió una democracia de confrontación bipolar, que concentra el poder en los líderes de los dos partidos mayores. La democracia de baja calidad es una hipoteca de aquella coyuntura feliz, sin duda porque exigió ignorar en buena medida la calle y el confeti, estableciendo un precedente que sentó costumbre. Hablamos de la transición española, la primera, ya que en la segunda transición, la de la autonomía, desmenuzada por Alfons Cucó en un reciente ensayo, a los valencianos nos esperaba un futuro de caminos que se bifurcan, con una manipulación abusiva de la calle y un déficit de virtú en los políticos bastante escandaloso. Aunque esa, a lo mejor, es otra historia.
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