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Columna
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Zola

Entre las noticias discretas de la edición del pasado viernes en este periódico una nos informaba de la celebración en la Universidad de Jaén de un Congreso sobre Émile Zola y el naturalismo literario. No deja de ser curioso que Émile Zola, el cronista del despertar del movimiento obrero, industrial y minero de Francia, sea conmemorado cien años después de su muerte en una universidad situada en un pleno mar de olivos, en el sur agrícola. El tópico nos hacía pensar que Jaén era para poetas como Antonio Machado o Miguel Hernández pero no para el narrador francés. Hoy, sin embargo, ya no existe patrimonio cultural que no pueda ser compartido por toda la comunidad científica y universitaria.

Zola en Andalucía. Cuánta materia real ofrece hoy esta tierra para armar una buena crónica narrativa, densa, alargada, como le gustaba al novelista parisino. Cuánto podría hoy apuntar en sus cahiers de observaciones acerca de las formas de vida y de trabajo de esta tierra del sur de Europa, notas que pasarían luego a constituir sagas similares a las inolvidables de Germinal o El vientre de Paris. A pesar de que en Andalucía ya no existen aquellos mineros ni proletarios urbanos de finales del siglo XIX. Cien años de luchas sociales y de progreso han hecho posible que nuestras sociedades europeas sean hoy más igualitarias y democráticas que hace un siglo.

La materia narrativa del Zola de hoy la basaría en esos inmigrantes africanos que vienen a aguarnos la fiesta y que, encima, no se van cuando ya no sirven para la recogida de fresas porque otro subproletariado lo ha sustituido. Son los nuevos parias, sin nada que perder y todo por ganar, que nos recuerdan cada día que el mundo es sólo uno. Desde la Universidad Pablo de Olavide se nos cuelan en los telediarios europeos denunciando una injusta situación y desvelando a los líderes políticos cuál es la agenda europea de este principio de siglo. Otros de su misma condición protestan también en Sanglatte (Francia), en Brindisi (Italia), en Ceuta. No nos debería sorprender si, cien años después, se levanta de nuevo un guía intelectual y moral y nos señala a todos diciéndonos: J'accuse!

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