_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuando el pueblo habló

El 14 de junio de 1977, hoy hace 25 años, este país vivía una inédita jornada de reflexión preelectoral, prólogo de otra experiencia que le había sido vedada durante más de cuatro décadas: la de unas elecciones libres y pluripartidistas como las que se llevaron a cabo al día siguiente

El 14 de junio de 1977, hoy hace 25 años, este país vivía una inédita jornada de reflexión preelectoral, prólogo de otra experiencia que le había sido vedada durante más de cuatro décadas: la de unas elecciones libres y pluripartidistas como las que se llevaron a cabo al día siguiente. Desde aquellas fechas miliares ha transcurrido ya un cuarto de siglo, que para muchos de nuestros conciudadanos actuales supone toda una vida; a la intención de ellos, y de los menos jóvenes pero desmemoriados, quizá merezca la pena esbozar unas notas valorativas acerca de lo que aquellos históricos comicios supusieron, y del camino recorrido desde entonces.

Si uno hojea las páginas ya amarillentas del Boletín Oficial del Estado donde se publicaron las candidaturas admitidas a aquella convocatoria, lo primero que llama la atención es la dispersión de unas opciones entre las que, además, no había método seguro para separar el grano de la paja: en aquel momento, la distinción entre parlamentarios y extraparlamentarios carecía de sentido. La inseguridad de muchos de los grupos concurrentes en sus propias fuerzas explica que, entre las 19 listas presentadas al Congreso por la provincia de Barcelona, únicamente 7 lo fuesen de un partido (de éstos, sólo el PSUC obtuvo diputados), mientras que todas las demás eran coaliciones, en la mayoría de los casos coaliciones múltiples trabajosamente cerradas a última hora del plazo legal.

Aunque el 15-J sea comúnmente considerado el hito fundacional de la actual democracia española, es de justicia recordar que aquellas elecciones no fueron del todo equitativas, y no sólo por el uso abusivo que la Unión de Centro Democrático hizo de los resortes y los aparatos del Estado, sino también porque a numerosos partidos políticos les había sido negada la legalización y, con ella, el derecho a concurrir ante las urnas bajo su nombre, o el acceso a los medios de comunicación públicos. En Cataluña, eso obligó a toda la izquierda situada más allá del PSUC, a nacionalistas radicales y a republicanos a hacer uso de la fórmula subrepticia de la agrupación de electores y a presentarse bajo rótulos de circunstancias: el de Esquerra de Catalunya amparaba a ERC, el Partido del Trabajo, la Associació Catalana de la Dona y Estat Català; el Front per a la Unitat dels Treballadors reunía a Acción Comunista, la Organización de Izquierda Comunista, la Liga Comunista Revolucionaria y el histórico Partido Obrero de Unificación Marxista; la Candidatura d'Unitat Popular per al Socialisme era el paraguas legal del Movimiento Comunista, el Partido Carlista, el Partido Comunista de los Trabajadores y el Moviment d'Unificació Marxista; una Candidatura de los Trabajadores servía de pantalla a la maoísta Organización Revolucionaria de Trabajadores...

No se crea, sin embargo, que la proliferación de siglas -la 'sopa de letras', como se decía entonces- fuese patrimonio de la extrema izquierda. También en los ámbitos de la derecha, el centro y la izquierda moderada los proyectos viables convivían con los estrambóticos en un contexto de etiquetas confusas y marcas todavía por fijar. Así, al lado de proveristas, piñaristas (de Blas Piñar), cantareristas (de Manuel Cantarero del Castillo, el líder de Reforma Social Española) y falangistas varios, la Unió del Centre i la Democràcia Cristiana que habían fraguado UDC i el Centre Català veía disputada su etiqueta por una volátil Democràcia Social Cristiana de Catalunya; y a la coalición Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE) le sucedía otro tanto con respecto a una fantasmal Alianza Socialista Democrática, o incluso con el Partido Socialista Popular que por entonces capitaneaba aquí el después televisivo Javier Nart. Dadas las circunstancias, con los insondables déficit de cultura política acumulados a lo largo del franquismo y la inexperiencia de candidatos y votantes, resulta casi un prodigio que el cuerpo electoral tuviese tanto tino a la hora de escoger a sus representantes.

En efecto, el escrutinio de aquellas elecciones actuó como un primer cedazo objetivo entre los aspirantes a protagonistas del cambio democrático y esbozó un nuevo sistema de partidos que, de todos modos, aún sufriría importantes mutaciones a lo largo del lustro siguiente. En Cataluña, concretamente, aquel 16 de junio amaneció, por supuesto, con una rotunda victoria de las fuerzas de raigambre democrática y antifranquista (77% de los votos) frente a los grupos continuistas y al camaleonismo ucedista (21,5%), pero también con un complejísimo mapa político: 7 siglas habían alcanzado representación parlamentaria -de hecho, los 47 diputados electos se repartían entre 11 partidos distintos-, la más votada de las cuales (los socialistas) obtenía sólo el 28,4% de los sufragios, mientras que otras tres casi empataban en el 16-18% (PSUC, UCD y el Pacte Democràtic de Pujol), y tres más se situaban entre el 3,5% y el 5,6% (Alianza Popular, Esquerra y los democristianos de centro).

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Transcurridos 25 años, el abanico político catalán se ha cerrado algunos grados y tiende más hacia el bipartidismo. Y los herederos de la frondosa extrema izquierda de entonces buscan nuevos referentes dentro del magma antiglobalizador. Y los de la extrema derecha tratan de rebañar en el indigesto guiso de los miedos que suscita la inmigración. Y al parecer, desde el palacio de La Moncloa se ha querido conmemorar la efeméride del 15-J con dos gestos que me atrevo a calificar de ominosos: una Ley de Partidos Políticos que nos retrotrae a los más oscuros debates de la primera transición -¿era preciso legalizar a los comunistas para que el sistema fuese democrático?- y el fichaje de Adolfo Suárez hijo, un modo particularmente grosero de tratar de comprarle al PP imagen centrista y talante de diálogo. Dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de historia contemporánea de la UAB.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_