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Columna
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Operación Triunfo

La historia de Patricio Lara, el marmitón que cayó al mar y alcanzó la costa a nado, tiene mucho de historia ejemplar y está en la onda de esa retórica del esfuerzo individual, tan de moda últimamente, que magnifica por igual a la Rosa de Eurovisión y a eso que los comentaristas deportivos llaman 'los triunfos de nuestros chicos de la selección nacional'.

Pero, más que su gesta, lo que retrata a Patricio Lara es la sensibilidad que reflejan sus palabras: 'Ahora entiendo lo que pasan los inmigrantes al cruzar el Estrecho'. El marmitón, sin duda, está algo desfasado. No conoce el último hallazgo semántico del PSOE: España es una 'barra libre' ante la que se apelotonan los inmigrantes tras cruzar el Estrecho, travesía de muerte y miedo que debe de haberse convertido en algo parecido a la antigua ruta del bakalao.

Este país se pirra últimamente por las historias de esfuerzo y triunfo, pero, aunque sea obvio, convendría recordar que el triunfo no es una forzosa consecuencia del esfuerzo. Por el contrario, son mayoría las historias de tesón que acaban en fracaso. Hace falta mucha voluntad para cruzar África y embarcarse en una patera, sabiendo que es alta la posibilidad de morir o de ser detenido. Pero, aún así, son muchos los que lo intentan. Es más, la mayor parte de los que son detenidos siguen tentando la suerte.

Hace falta arrojo para dejar a los hijos en manos de los abuelos, hipotecarse en la compra de un billete de avión y disfrazarse de turista para tratar de pasar los filtros policiales del aeropuerto de Barajas. Esto es lo que cada día hacen decenas de mujeres iberoamericanas que intentan encontrar empleo en el servicio doméstico.

Es una pena que tanto valor y energía se desperdicien. Si hubiese condiciones -es decir, capital, infraestructuras y administradores honestos y eficaces-, los países de origen de los emigrantes saldrían rápidamente de la miseria. Si los europeos no fuésemos tan egoístas y comenzáramos a desarmar las barreras que hemos levantado a los productos agrícolas africanos veríamos también cómo decrece el flujo migratorio: nadie se juega la vida en una patera si tiene la oportunidad de asegurarse el futuro en su propia tierra.

Algunas veces -cada vez menos-, uno vuelve a creer que el periodismo es útil. Esa era la sensación que tenía el miércoles al leer en este periódico el reportaje de Tereixa Constenla en el que se contaban las vidas -auténticos dramas- de los encerrados en la muy rociera Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.

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No hay duda de que los estados tienen derecho a controlar sus fronteras. Pero no conviene olvidar que los inmigrantes también tienen derecho a que se respete su dignidad. Los que se juegan la vida para poder alimentar a sus familias están mucho más cerca de la heroicidad que de la delincuencia -como sugiere el PP- o de la frivolidad, como apunta el PSOE al hablar de 'barra libre', como si lo de esta pobre gente no fuera sino un subproducto del botellón. Por lo visto, la pesca de votos en el supuestamente infinito caladero del centro justifica cualquier cosa. Incluso la estupidez y el insulto a quienes no pueden defenderse.

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