Ñoñería
Que venga Dios, lo vea y lo explique. Tercer partido, tercera victoria, otros tres goles y que pase el siguiente, que será Irlanda, que, dicho así de carrerilla, suena igual que Eslovenia, o Paraguay, o Suráfrica, tal que se disputara todavía la fase previa, como si se estuviera en el calentamiento para ser más exactos. Los porteros se vencen ante el aura que desprende Raúl sin que medie jugada, los entendidos se llenan la boca hablando de lo bien que se le ve a la selección española y y las apuestas suben como la espuma.
El equipo de Camacho ha encontrado para cada partido la receta que demandaba. Fue contudente en la inauguración, donde se exige presentar las credendiales; estuvo rebelde en la segunda jornada, cuando le apretaron un poco, y entretuvo en la tercera, administrando como procede el poder que le concedía la clasificación: ganó, y ganó bien, para evitar suspicacias o miradas de tuerto. El técnico dio la bola a los suplentes, como era menester, y hubo detalles que aumentan el ánimo: la jugada de Joaquín en el tercer gol, la ansiedad de Mendieta para ofrecerse como el tercer hombre en cada combinación o la capacidad de Xavi para ensanchar el campo, por no hablar otro día de Raúl, al que se le ha puesto cara de santo de tan enchufado como está, dispuesto a tirar igual de los titulares que de los suplentes. Allá Suráfrica si no supo cómo salir del apuro ni aun cuando se encontró con dos goles como dos melones, tan tontos como el que obtuvieron Eslovenia o Paraguay, de manera que para reclamaciones, al maestro armero, y que dejen en paz a Camacho, que para cabrearse se basta solo.
El comportamiento del seleccionador y del equipo español está siendo tan cómodo y fiable, el cuadro del torneo le está quedando tan limpio y guapo, los favoritos van dimitiendo de tal manera que ayer, antes del partido, había algunas dudas sobre que le convenía más: si enfrentarse a Irlanda, un rival que dará mucho la lata, pero que resulta más asequible que muchos otros, o mejor tenérselas ya con Alemania, no por desearle ningun mal, sino porque la calma es tan chicha en el bando español que necesita de alguien que le dé un susto; no de muerte, sino para espantar; que le haga sufrir un ratito, que mida su grado futbolístico; que calibre sus aspiraciones en serio, como si necesitara un certificado de garantía extendido por una selección de verdad.A la selección le está saliendo un Mundial tan a pedir de boca que los más cenizos, a tono con la fatalidad española en los grandes torneos, temen que algo malo e irremediable le ocurrirá el día menos pensado; que no es normal tanta dicha, por lo que sería preferible cruzarse con un rival temible y combatir con grandeza que exponerse a un petardazo. Tal y como se ha puesto la competición, al fin y al cabo, son más notables los que pierden que los que ganan, y de ahí la ñoñería que desprenden los emparejamientos de octavos. Frente al temor de unos se levanta la confianza de otros, que prefieren a Alemania para más tarde, porque igual la tumba antes Paraguay tal y como se han puesto las cosas. Nuevos tiempos corren para una selección española cuya invitación al optimismo es tal que la gente no se lo quiere creer por si acaso. Más que nada, es la falta de costumbre.
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