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Crónica
Texto informativo con interpretación

Francia, al borde del descalabro

La expulsión de Henry condena a los franceses ante Uruguay en un partido duro y que acabó siendo vibrante

José Sámano

No espabila Francia, que ha entrado en el Mundial con más titubeos de los debidos y si no lo remedia en la última jornada frente a Dinamarca se despedirá del torneo a las primeras de cambio, lo que no le ocurre desde 1978. Claro que entonces no estaba en la cima. Esta vez sería la sorpresa del siglo, pero los campeones han hecho muy poco hasta la fecha. Más bien nada. Ni contra los debutantes senegaleses ni contra los repescados uruguayos, los últimos en clasificarse para el Mundial.

Uruguay, con más consistencia que en su estreno, puso en muchos aprietos a Francia, en un encuentro áspero y crudo al principio, y vibrante en su terminación por lo mucho que estaba en juego. Un final agónico para los de Lemerre, que siguen enganchados al torneo gracias a la puntera de Barthez, que evitó el desastre cuando el árbitro se remangaba para echar un vistazo al cronómetro.

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Se sabía que sin Zidane al mando, Francia era un equipo más plano y previsible. Pero esta selección también era reconocida por su despliegue hercúleo, por su máxima atención a esos pequeños detalles que en este juego tanto dan y quitan. Llegada la hora de la verdad los recursos no parecen tan abundantes. La edad de algunos (Petit, Desailly, Thuram, Leboeuf) le ha restado músculo para el combate y los cortocircuitos de algunas luminarias (Vieira, Henry) le enredan la vida. Eso es lo que hizo Henry, que sin ton ni son arreó a Romero en una jugada irrelevante. La plancha arriba del francés, que se empleó con saña, fue tan fea como peligrosa. Al contrario que el surcoreano que hace unos días se entregó a Brasil, el árbitro mexicano no se asustó y mandó al extremo del Arsenal a las mazmorras.

El atropello de Henry fue un azote brutal para su equipo. La cara desencajada del capitán, Desailly, era un poema, delataba al mismo tiempo rabia y terror. Sin Henry, Francia no sólo se quedaba con diez a los 25 minutos y sin su mejor jugador, más necesario que nunca sin Zidane. El asunto resultó aún peor. La acción del francés desató los truenos. La onda expansiva de su poca cordura ensució el partido. Vieira puso el ventilador en marcha, Darío Silva sacó la navaja y el encuentro se volvió barriobajero.

Con todos a la caza de alguna espinilla y los uruguayos en su salsa, con el partido a la deriva sin juego de por medio y el reloj en marcha. Si Vieira se jugó con la expulsión, Darío Silva se ganó el infierno. Así lo entendió el sano público surcoreano, que le recriminó con una tromba de abucheos primero por exagerar una entrada de Lizarazu y luego por una cuchillada a la tibia de Vieira. Como la FIFA consiente esta vez que los videomarcadores gigantes de los estadios rebobinen cuantas jugadas quiera el realizador, en este Mundial todos se delatan, nadie tiene escapatoria.

Mientras se multiplicaban las broncas, Uruguay se mantenía a flote con sus tres centrales, una montonera sobre el único delantero francés, Trezeguet. Pero los suramericanos no querían riesgos. Ni contra once ni contra diez. Púa, su técnico, echó el ancla y se encomendó a la zurda de Recoba. La estrella uruguaya sólo apareció por el segundo tiempo, cuando hubo armisticio y las cruzadas dieron paso al juego. Y en este terreno tampoco Francia se sintió superior, muy castigada físicamente por las exigencias de las circunstancias.

El partido se tornó emocionante, intenso, de ida y vuelta. Con Trezeguet y Recoba amenazantes en las dos áreas. Sobre todo el uruguayo, que en sus momentos de éxtasis se quitó de encima a Barthez y con la portería a la intemperie remató fuera. Al poco, un centro suyo por la izquierda fue cabeceado por Abreu a un palmo de la red. Un gol eliminaba a los campeones del mundo, que para entonces ya dudaban si tirarse al monte o taparse a la espera de una carambola en la última jornada. Se inclinaron por la primera vía y visto que Micoud -el Zidane con el que ayer probó Lemerre- se atascaba más de la cuenta, lo intentaron al asalto, directamente. A la búsqueda de algún detalle estratégico a balón parado, un territorio en el que se mueven muy bien. La vía final por la que apostó Lemerre con la entrada de Dugarry tampco dio resultados. Uruguay resistió, con sus tres centrales bien atentos, sobre todo el capitán, Montero, y Recoba en el horizonte. Cuando el partido se despedía con el primer 0-0 del Mundial, en vez de Recoba, dimitido desde hacía rato, irrumpió Magallanes. En el último suspiro, con los franceses haciendo cuentas, se plantó en la cara de Barthez. El estadio se quedó sin respiro. El campeón, a punto de darse la vuelta hacia Europa. Como en 1950 en Maracaná, de nuevo Uruguay por el medio, a punto de provocar también el mayor accidente futbolístico de este siglo. Una alucinación. Barthez aguantó el tipo, metió su puntera izquierda y sostuvo a Francia cuando se despeñaba al vacío. Ahora, sin Henry, y quizá sin Zidane, le queda una carta. La soga aprieta como nunca. Es la hora de los campeones, del do de pecho de una gran generación de futbolistas que no merece cerrar un ciclo con un descalabro semejante.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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