Un cuento de hadas
El programa escogido por Gardiner para su actuación en el Palau -un programa delicioso- se ciñó, además, como un guante a las maneras del director inglés. Especializado en la interpretación con instrumentos originales que, en su caso y junto a la orquesta que le acompañaba, incluye buena parte del repertorio decimonónico, su gusto por el tempo rápido y las texturas ligeras encontró en el Sueño de una noche de verano un vehículo ideal para expresarse. Antes, el Oberon de Weber nos introducía ya en las coordenadas fantásticas trazadas por Shakespeare, mientras que el Concierto para violín de Mendelssohn ligaba con todo ello no sólo por razón de época o de autor, sino por el clima insinuado: el tercer movimiento, sobre todo, resultó tan mágico, travieso e inmaterial como las otras dos obras, donde hadas y elfos aparecen explícitamente. Esa seductora ligereza fue también fruto de la interpretación que Gardiner le dio a la partitura, de la agilidad de los intérpretes -los violines parecían revolotear como duendecillos del bosque- y de la fluida sonoridad de Mullova, con un instrumento de tintes casi acuosos en su travesía por Mendelssohn.
John Eliot Gardiner
Orchestre Révolutionaire et Romantique. Monteverdi Choir. Diana Moore y Gillian Keith, sopranos. Viktoria Mullova, violín. Obras de Weber y Mendelssohn. Palau de la Música. Valencia, 3 de junio de 2002.
Hay otra clase de repertorio romántico más difícil de roer para agrupaciones de este tipo. Baste recordar al mismo director con la misma orquesta (y en la misma sala) enfrentándose al Concierto núm. 5 de Beethoven, con un pianoforte de la época (enero del 95).Todo lo que esta vez ha sido adecuación y enriquecimiento pareció entonces un verdadero ritual de jibarización. Pero con el Mendelssohn del pasado lunes sólo cabe aplaudir los aciertos de la batuta, de las solistas y de la orquesta, amén de los exhibidos por los miembros femeninos del Monteverdi Choir, que declamaron y cantaron de forma suave y seductora, contribuyendo a plasmar el sutil ambiente que Shakespeare y Mendelssohn reclaman para esta obra.
Gardiner hizo una lectura de secciones muy contrastadas -en color, en dinámica y en tempo-, pero que se derivaban con lógica las unas de las otras. Pudo faltar, a veces, un punto de afinación a las trompetas. No así a las trompas, también sin válvulas, que se lucieron de forma especial en el Nocturno, y que en la Obertura habían sabido bramar juguetonamente junto al oficleido. También las maderas -flautas traveseras sobre todo- tuvieron ocasión de mostrar sus habilidades. La batuta controlaba mejor y con más gusto los pasajes en piano o pianissimo que aquellos en forte, pero, en todos los casos, la coherencia del programa y la visión unitaria contribuyeron a la comprensión y disfrute de las obras.
Victoria Mullova, por su parte, lució un fraseo muy fluido. El volumen, pequeño -quizás voluntariamente pequeño-, se acoplaba bien a una orquesta reducida y de instrumentos originales. Su lectura, muy aérea, puso un broche perfecto a la atmósfera de cuento de hadas que se había trazado dede los primeros compases.
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