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Columna
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París: capital de las artes, 1900-1968 (I)

Es una producción de la Royal Academy of Arts de Londres. Llega a Bilbao gracias al patrocinio de la Fundación BBVA. Se titula, París: capital de las artes, 1900-1968. La exposición ocupa íntegramente el espacio del primer piso del Museo Guggenheim bilbaíno y podrá visitarse hasta el 3 de septiembre.

Para dar cuerpo a este proyecto se señalan cuatro zonas de París, lugares desde donde se gestaron las creaciones aquí mostradas. Ellas son: Montmartre (1900-1918), Montparnasse (1919-1939), Sain-Germain-des-Prés (1940-1957) y El Barrio Latino (1958-1968).

Hasta aquí la información del acontecimiento. A partir de ese momento se inicia en el espectador la aventura del ver. Tres cuadros fauvistas son los encargados de recibir al visitante. Dos de ellos esplendorosos de Derain y uno, no menos esplendente, de Vlaminck. Muy cerca puede verse una de las mejores obras personales, sino la mejor, del también pintor fauve van Dongen, que lleva por título Retrato de Fernande. Dos obras de Picasso, consistentes dos estudios al óleo en torno al cuadro Les Demoiselles d´Avignon, se alzan sobre la sala con especial poder, no en balde esa obra será una de las que han marcado las directrices futuras del arte en el siglo XX...

La máxima figura del fauvismo, Henri Matisse, y uno de los artistas más influyentes y mejor dotados, junto a Picasso, de toda la mitad del siglo pasado, deja su impronta con un óleo y dos esculturas en bronce. Una obra de Rouault resulta rara, porque está hecha sobre papel de grandes dimensiones bajo la técnica de guache y acuarela, y al mismo tiempo se presenta suelta, luminosa, atrayente...

El cubismo y el orfismo están representados con solvencia por Picasso y Braque, en especial, además de Juan Gris, Alexandra Éxter, María Blanchard, y por el matrimonio Delaunay, con preferencia por Robert Delaunay, cuya aportación es soberbia, respectivamente. Con todo, en esa primera sala se encuentran tres obras de altísimo valor. La escultura titulada Caballo grande, de Raymond Duchamp-Villon, fechada en 1914. En esa obra se vive la intención de adscribirse a las propuestas del cubismo, aunque sin dejar de lado aquello a lo que aspiraban los futuristas, como es la dinámica del movimiento. Esa obra posee una atracción mayúscula. Como la tiene, asimismo, la escultura Rueda de bicicleta (ready-made de 1913), de la que es autor su hermano Marcel Duchamp, quien junto a Francis Picabia dio vida al movimiento dadá neoyorquino. Una excelente obra al óleo del citado Picabia está colgada bastante próxima a las de los hermanos Duchamp, y lleva por título Cultura física, con fecha de 1913. Digamos que las aportaciones a esta muestra, por parte de Marcel Duchamp y Francis Picabia -cambiantes y extraños y rompedores artistas donde los halla- pueden encontrarse en otras salas bajo fechas firmadas en años posteriores.

Hay tantas obras de suma calidad que falta espacio para crearse y demorarse en ellas como sería necesario. Dentro del surrealismo es amplio el abanico que lo representa, con acreditadas obras de Dalí, Max Ernst, Yves Tanguy, dos obras crudas y briosas de André Masson, y una espectacular tabla pintada de Man Ray, además de una escultura también enormemente espectacular, cuyo autor es Marcel Jean, entre otras aportaciones.

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Huelga señalar en esta primera entrega lo que es pura obviedad: la advertencia a los lectores que fueron a ver la exposición en una sola ocasión, que procuren verla más veces. Como suele ocurrir cuando se acude una única vez y hay tanto por ver, esa visita lleva implícita una visión forzosamente acelerada e incompleta. Esta muestra es para deleitarse viéndola muchas veces. Vale la pena insistir una y otra vez, porque una cosa es mirar, y otra ver...

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