JAMIROQUAI
Es el rey de la bola de espejos. Camina por el mundo subido a sus 'zapas' reflectantes y reparte endiablados ritmos 'funk'. Jay Kay, un tipo que iba para camello, aterriza con su banda en Festimad.
JASON Kay, líder de Jamiroquai, no sólo es el rey del funky de color blanco. También, de la contradicción. Es famosa su lucha —al menos verbal— en defensa del medio ambiente, pero a su vez es uno de los mayores coleccionistas de coches Ferrari del mundo. Es conocida su faceta de idealista respecto a los derechos humanos y las diferencias entre Norte y Sur; de hecho, el nombre de la banda deriva del de la tribu de indios americanos Iroquois que el artista eligió por considerarlos unos desplazados y por su gran apego a la tierra.
Pero Jason también es capaz de comprarse un sombrero para lucir en el vídeo de su tema Little L, que cuesta la friolera de 27.800 dólares (31.745 euros, más de cinco millones de las antiguas pesetas). Jay Kay es como su música, un torbellino de nervios y sentimientos. Jay Kay es el funk, la bola de espejos, la despreocupación de una música de baile que ha triunfado en todo el mundo con unas cifras impresionantes que rozan los 18 millones de copias de sus cinco álbumes. Muy cerca de los registros de grupos megavendedores como Oasis y las Spice Girls. Jason Kay nació hace 32 años en Stretford, Manchester. Ya desde pequeño, cuando volvía a casa de jugar con el monopatín, rompía a cantar, cantaba en todos lados. Pero fue a los 16 años cuando sintió la llamada del funk. ¿Tuvo algo que ver que su madre fuera una artista de cabaré y una fan indiscutible de los Beatles con carné de socia número 65? (llegó a actuar en el mismo local de Hamburgo en el que lo hicieron los chicos de Liverpool). No. Jay Kay supo, sentado delante de una tele, que quería hacer funk. Escuchó, por casualidad, la banda sonora de los títulos de crédito de la serie Shaft, un temazo lleno de guitarras gua-gua, y sintió el flechazo. Para siempre.
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