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Ni la tercera de Cipollini anima una carrera abúlica

Carlos Arribas

En Caserta, la histórica ciudad que suele producir los sprints más espectaculares del Giro, Mario Cipollini organizó su manada de cebras a la perfección y, al final de una etapa larga, larga y llana, ganó. Superó con facilidad a Robbie McEwen, el australiano diminuto, el único velocista que le ha desafiado en Italia, el único que le ha derrotado.

Fue la tercera victoria de SuperMario sobre el lobo estopario, una oportunidad, en otras ocasiones, para reactivar el interés de la carrera y erigir crónicas monumentales y anecdóticas en honor del toscano y de su heroica lucha con Alfredo Binda por constituirse en el máximo ganador de la historia de la carrera rosa: la de ayer fue su 37ª victoria en el Giro, a sólo cuatro de las 41 del primer campeón del mundo.

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Sin embargo, en esta ocasión, en este Giro 2002, la carrera del Probenecid de Garzelli y de la camorra y el clan napolitano de Varriale, las hazañas de Cipollini no valen para nada, ni siquiera para sacar de la abulia a una carrera que sólo está atenta a los hechos de la crónica negra que se escriben en los despachos judiciales de Brescia. Cipollini reconquistó la maglia ciclamino (regularidad) y la maglia rosa continúa un día más en poder del más anónimo de los líderes, el anciano (38 años) gregario alemán Jens Heppner, que mañana, en Campitello Matese, se someterá al primer examen montañoso. Pero a quién le importa.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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