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Reportaje:

Paraísos de interior

El concurso de patios cordobeses premia la tradición y la hospitalidad

Para llegar al número 11 de la calle San Juan de Palomares (cerca de la iglesia de San Lorenzo, en el casco histórico de Córdoba) no basta con un mapa y una brújula: hace falta la ayuda de los dioses, porque se trata de uno de esos pasajes medievales que combinan un elegante trazado curvilíneo con una numeración creativa, de modo que el 35, por ejemplo, está al lado del 18. Pero si se recurre a los vecinos, no hay pérdida. 'Ah, sí, el patio que gana el concurso todos los años', dicen, señalando el camino.

A la entrada del número 11 se sienta un perrazo enorme que parece cruzado con oso y que ocupa casi todo el hueco de la puerta. Si uno se arma de valor y se asoma, detrás del animal pueden verse cientos de tiestos pintados de azul pavo real, flores varias, un pozo, un limonero, una palmera... Todo reluciente, como de estampa. Así es el patio que se ha llevado el primer premio, sección arquitectura antigua, del Concurso Popular de Patios Cordobeses 2002; este año se han presentado 55, más otros 15 fuera de competición. Y la responsable de la victoria es Josefa Gómez, una señora de 86 años que lleva más de 30 ocupándose de su patio.

A pesar de su frágil apariencia, Josefa se encarga de regar, de podar, de cambiar los tiestos, de pintar, de blanquear. 'Es mucho esfuerzo', explica, 'porque no se trabaja sólo este mes, sino el año entero'. Lo dice porque en mayo los patios tienen que estar perfectos, no ya para el concurso, que reparte unos 36.000 euros en premios, sino para recibir las visitas de muchísima gente, que, gracias a esta hospitalaria tradición cordobesa, puede entrar en lugares que normalmente se limita a ver desde fuera, a través de la reja, como los pasteles en los escaparates.

Hoy Josefa se puso a regar antes de las ocho de la mañana. 'Tardo tres horas largas', cuenta. 'Antes sacaba el agua del pozo', señala, y uno se acerca y mira al fondo y se marea, 'pero ahora ya me canso mucho'. ¿Cómo anda de salud? 'Regular. Hay días que no tengo ganas de nada, pero a ver, las flores hay que cuidarlas, que dan mucha alegría', concluye. Antes se encargaba del patio su suegra, 'que se llamaba Josefita también'; antes, la madre de ésta. ¿Y a quién le deja en herencia esta tarea? 'A mi hija Paqui, que me ayuda mucho'.

Suena el timbre. Josefa domina al perro con la mirada, avanza hacia la reja y abre. Aunque hay unas horas establecidas para entrar al patio, como explica un cartelito junto a la puerta (entre semana, de 19.00 a 23.00; los viernes, hasta las 24.00; los fines de semana desde las 12.00 hasta la madrugada), los visitantes no suelen respetarlas.

El Ayuntamiento ha trazado tres rutas para ver los patios, y son muchos los que pasan por allí, con el plano y la cámara de fotos, en cualquier momento del día. Y Josefa no tiene corazón para dejarlos fuera. 'No puedo faltar de aquí', asegura. 'Ayer vinieron de niños... tres colegios enteros. Hay días que no me dejan ni comer'.

Josefa Gómez posa con su perro, Boby en el patio ganador del primer premio de arquitectura antigua.
Josefa Gómez posa con su perro, Boby en el patio ganador del primer premio de arquitectura antigua.F. J. VARGAS

Estereotipos románticos

Los patios tienen mucho jugo y muchas facetas. Así se demuestra en una obra colectiva publicada hace poco, Los patios cordobeses, que coordinó el periodista Francisco Solano, y que analiza este fenómeno cultural desde diversos puntos de vista; desde la arquitectura a la botánica, pasando por la pintura, la música o la antropología. Juan Miguel Moreno Calderón, director del Conservatorio Superior de Córdoba, cuenta cómo los patios populares, los de las casas de vecinos y las tabernas, fueron hasta los años cincuenta fuente de muchas músicas. 'En estos patios se hacían bailes de candilillos, se hacía un fuego, alguien tocaba la guitarra, se formaba alguna pequeña rondalla... El caso más paradigmático es quizá la Taberna del Pancho, donde el compositor Ramón Medina creó muchas de sus canciones más conocidas'.

También los patios señoriales acogían músicas, pero bien distintas. 'En el Patio de los Naranjos (el de la Mezquita) ha dado conciertos la Orquesta Nacional; en el del Museo Arqueológico, el de la Casa de los Páez, también se celebraron grandes conciertos en los años cincuenta y sesenta; y en el patio del Museo de Bellas Artes se oía a los estudiantes del Conservatorio, que tuvo allí su sede hasta 1922', relata Moreno Calderón.

Pero todo no es tan idílico en este pequeño universo de los patios. José Cobo y Francisco Luque, autores de Los patios vividos, una visión antropológica de los patios populares, relacionan la imagen pintoresca y bucólica que tenemos hoy de estos espacios interiores con la percepción de escritores y viajeros románticos y costumbristas de los siglos XIX y XX. 'La cultura de los patios populares es una cultura de pobreza', explica Cobo. 'Con el tiempo se ha ido falseando su realidad, se ha idealizado, mistificándola y mitificándola'.

El antropólogo habla de estereotipos que reflejan tipos humanos, costumbres, fiestas y modos de vida que aún permanecen vigentes en determinados barrios de la ciudad; del uso que recibían los distintos espacios, comunes y privados, de las casas de vecindad, y de la organización de la vida alrededor de las faenas domésticas en estos lugares: en fin, de la vida cotidiana en los patios, que no debía ser tan exótica ni tan deseable como nos parece a los visitantes ocasionales.

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