Contar una historia
La versión completa del Romeo y Julieta, obra calificada por su autor como sinfonía dramática (a caballo entre la ópera, la sinfonía y -¿por qué no?- la cantata profana) se estrenó en Valencia este fin de semana. Antes se habían escuchado extractos puramente orquestales. Sin ir más lejos, con Simon Rattle, en el otoño del 2000.
La voz -la voz solista, pero también los coros- tiene una dimensión importante en la obra de Berlioz. No podía ser menos en el caso de un compositor con un filón dramático tan intenso. Y ello avala la necesidad de conocer sus partituras sin escamotear los elementos vocales. Incluso cuando, como en esta obra, lo estrictamente sinfónico se mantiene en solitario con coherencia.
Romeo y Julieta
De Berlioz. Cor de la Generalitat valenciana. Orquesta de Valencia. Director: George Pehlivanian. Solistas: Catherine Keen, Gert Henning-Jensen y Olof Bär. Palau de la Música. Valencia, 3 de mayo de 2002.
Pero tanto en versión completa como extractada, Romeo y Julieta requiere una dinámica interpretativa que traduzca y acerque la tragedia a los oyentes. Porque los amantes de Verona no fueron un pretexto cualquiera para Berlioz, sino una historia que le tocó en lo más profundo y que se solapa bastante con su biografía. Por decirlo de otra manera: es preciso que director, cantantes e instrumentistas se metan en la piel de los personajes y sepan contar una historia. Una historia de amor, que, para más inri, está ya esmaltada con la tensión dramática que le diera Shakespeare.
No fue el caso. Pehlivanian sacó de la orquesta valenciana un sonido más festivo que tumultuoso en la introducción, una atmósfera más aburrida que triste cuando Romeo está solo, una escasísima ligereza en el Scherzo de la Reina Mab y un fraseo rutinario en el sexto movimiento. Los componentes de ese gran fresco que traza Berlioz sobre la tragedia shakespeariana se iban sucediendo por mera yuxtaposición, sin un hilo conductor que marcara la dinámica del drama y sin que, en ningún momento, el público se sintiera implicado en la tierna historia de los adolescentes enamorados. Casi nunca pasaba nada, y los clímax sólo se alcanzaban a base de bombo y platillo. Dos excepciones: el fraseo de la cuerda grave, hondo y expresivo, en el famosísimo tema del tercer movimiento y la narración de Olaf Bär. A pesar de sus limitaciones en los registros extremos, el barítono alemán se convirtió de verdad en el Padre Lorenzo, supo relatar el envenenamiento de los jóvenes y consiguió exhortar con credibilidad a Capuletos y Montescos para que hicieran las paces.
Todo lo demás, ciertamente, se quedó en el tintero. Simón Rattle nos contó más sobre Romeo y Julieta con sólo cuatro episodios orquestales. Es de suponer que Pehlivanian haya obtenido mejores resultados con la Orquesta Nacional de España, ya que su nombre se ha barajado para la titularidad de la misma. Pero a la orquesta de Valencia, desde luego, le sacó poca punta.
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