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Notas sobre Jordi Sevilla

Uno desearía, por salud democrática, que Jordi Sevilla fuera ya nombre familiar a todos los oídos; pero bien nos consta que la salud democrática ya era más sueño que realidad en la Atenas asamblearia. ¿Hoy? 'Con la grande polvareda perdimos a don Beltrane'. Entre tanto alboroto y algarabía como producen los medios hay que estar atento para percibir los silencios.

Sevilla es el cerebro económico del nuevo PSOE, el que está a la izquierda de dios padre, en cuyo flanco derecho se sientan Rato y Montoro. Hay que decir, de entrada, que Sevilla no es a Rato y Montoro lo que el blanco al negro, aunque tampoco la otra cara de la misma moneda. Dicen que, a largo plazo, los esposos terminan por parecerse en los rasgos del rostro. ¿Efectos de la coincidencia o de la mera convivencia? ¿Existe también una ósmosis entre capitalismo y socialdemocracia producto de una simbiosis ya no tan hostil? Pero, ¿quién vampiriza a quién? Yo te atrapo el Estado de bienestar y digo que eso es capitalismo rancio, yo te cedo los medios de producción y reclamo que eso es socialismo con pedigrí. Ambos modelos económicos se necesitan y seguirán necesitándose hasta que el ser humano navegue por la(s) galaxia(s), momento en que del uno y del otro sólo quedará un matiz crepuscular.

El matiz, sin embargo, es sumamente importante cuando no es crepuscular. Aduzcamos un ejemplo, la igualdad. Según Sevilla, 'si el Estado tiene la obligación de ayudar a quien lo necesita, los que reciben la ayuda tienen la obligación de utilizarla adecuadamente'. En esto no podría estar más de acuerdo Rodrigo Rato, quien también defiende la igualdad como principio. Pero de la discusión surje el matiz. Mientras Rato habla de igualdad de oportunidades, Sevilla dice de condiciones. La distinción, de momento y en honor a la verdad, es puramente retórica, pues tampoco los gobiernos socialistas la llevaron a la práctica; pero estamos hablando de Sevilla. El cual trasciende el concepto clásico liberal (también sobre el papel) de igualdad de oportunidades para crear los mecanismos que la hagan realmente posible. Se trata, en otra variable, de la libertad para coger un tren si se dan las condiciones (el precio del billete) para cogerlo. La igualdad de oportunidades a secas equivale a arrojar por la borda al menos la mitad del talento de una sociedad, como ya dijeran, entre otros, Turgot y Helvetius en el siglo XVIII. Difícil, por otra parte alcanzar la igualdad de condiciones que pide Sevilla. Si individualizar la acción ante el fracaso escolar ya se presenta como tarea ímproba (o al menos así me lo parece), meterse en las entrañas del hogar, nos remonta a algunos falansterios y a Platón. En la sociedad de hoy, y genética aparte, la desigualdad de condiciones se crea en familia y como quien dice, antes de atender el parvulario. Dicho esto, hay que estar de acuerdo con Jordi Sevilla en que la 'igualdad de oportunidades' del liberalismo es una cortina de humo, un disfraz y un embeleco. Y si la igualdad ideal, la igualdad de condiciones no es posible, hay que actuar de manera que nos acerquemos a ese ensueño tanto como las realidades infranqueables lo permitan.

El socialismo terminó por aceptar la propiedad privada de los medios de producción y su secuela, el mercado capitalista. A cambio, obtuvo ventajas relativas a la dignificación del trabajo, al poder adquisitivo del salario y a la protección social. Pero ahí no termina esta dialéctica. (Significativamente ambos, capitalismo y socialdemocracia, retroceden avanzando y avanzan retrocediendo, según el cristal con que se mire). Sevilla, como toda la socialdemocracia europea, acepta que el Estado es un ineficiente productor de bienes, pero se aferra a la prestación de servicios tales como la sanidad y la educación. Gratuitos, por supuesto. Y ahí no queda todo. El Estado interviene para frenar la tendencia monopolística del mercado y despliega una amplia normativa reguladora. Algunos dirán que esto no es neutralizar al adversario, antes bien, una inmolación. Y no serán los últimos en negarlo grandes magnates del sistema quienes, mientras buscan bajo mano el favor del Estado, se sienten más fuertes con una normativa que sin ella. En vista de que el expolio despiadado del tercer mundo amenaza ya seriamente con volverse contra sus mismos creadores, hay teóricos capitalistas de la planificación y de un fuerte intervencionismo estatal nada vergonzante. Con todo y con eso, la modernización del capitalismo que Sevilla propone, suena gratamente a oídos de quienes, como un servidor, creen en el arte de lo posible. ¿Qué habría más allá de las prudentes ideas esbozadas por el humanismo económico de un Jordi Sevilla? No sé si le habrá asaltado la idea de que su reformismo no abriría una brecha en el espíritu del sistema económico, que no es otro que el afán de lucro. ¿Queda eso para un futuro más distante? ¿Acaso la competencia, debidamente reglamentada y regulada por el Estado, además de atemperada por la solidaridad, es intrínsecamente deseable? ¿No se parecería eso demasiado al 'liberalismo constructor'? Eso sería, a la postre, Adam Smith puesto al día. Lamento no poderle ofrecerle al lector la respuesta, pues si Sevilla la dio, no me he topado con ella. O no la he entendido, cosa perfectamente posible dada mi cortedad en la materia; pues sin duda culpa mía sería y no de Sevilla, quien conociendo o no conociendo la frase, ha hecho suya la claridad como cortesía del filósofo, en su caso, economista. Albergo la esperanza, entonces, de que Jordi Sevilla tenga la santa paciencia de sacarnos de dudas a quienes interesan sus ideas sobre el socialismo renovado, tal como él lo concibe. Por ejemplo: la humanización del mercado debida al intervencionismo estatal, ¿sería causa necesaria y suficiente para detener el deterioro medioambiental y hacer un uso racional de los cada vez más escasos recursos del planeta? Las funciones, no el tamaño es lo que importa, dice muy bien Sevilla, en alusión a la eficiencia presupuestaria. Pero uno se pregunta si ese criterio puede trascender el ámbito interno en un mundo en que las ovejas invaden rutinariamente los predios vecinos.

Pero nuestro paisano Jordi Sevilla es hombre de pasos medidos, como corresponde a su cargo. Su partido obraría bien haciéndole más visible.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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