Codicia
Vivimos a veces tan pegados a lo cotidiano, tan metidos en la coraza doméstica, que se nos llega a atrofiar la capacidad de entender eventos de otra naturaleza. Los duelos que se libran en las grandes alturas financieras, por ejemplo, nos parecen asuntos de otra galaxia, propios únicamente de analistas especializados o de periodismo de fondo. Sin embargo no es así, o no debiera serlo porque estas cosas también afectan al ciudadano medio. El reciente escándalo del BBV, en manos ya de la Fiscalía General del Estado, no es un tema baladí. El caso Gescartera aún sacude los tímpanos de la alarma social y ocupa, de cuando en cuando, nuevas columnas en la prensa. El mundo en sí hace décadas que no se rige por fórmulas políticas sino por la brújula de la economía. Pero a mí lo que me seduce no son las fluctuaciones de los índices bursátiles, como tampoco los suculentos beneficios de ciertas empresas; lo que me atrae de verdad son los golpes de efecto, lo rabiosamente humano de esos magnates que se mueven sobre nuestras cabezas y que, como todo hijo de mortal, siempre están expuestos a los rigores de la gravedad y a precipitarse contra el suelo como buitres abatidos. En los últimos años han pisado la cárcel personajes muy señalados del poder económico, políticos corruptos y ejecutivos del fraude. La más reciente adquisición ha sido Alfred Taubman, un intachable multimillonario americano que, además de su red de gasolineras y sus centros comerciales, regía la histórica casa de subastas Sotheby's. Con 78 años, este poderosísimo hombre de negocios del arte no tenía ya límites para saciar el saco roto de su ambición. El hecho de ser amigo incondicional de personalidades como Henry Kissinger, Gerard Ford o la mismísima reina de Jordania no le ha servido para que un juez de Nueva York lo empapelase por pura usura, por amañar comisiones disparatadas que suponen un timo de 44 millones de dólares. Y ahora le llega la sentencia de un año de prisión y una multa millonaria por su demostrada codicia. Entre ricos anda el juego y nada hay más humillante para un poderoso que acabar en la cárcel sin colega que lo evite. Que cunda el castigo y el ejemplo.
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