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¿Quién es el incoherente?

Es cosa harto sabida que el Partido Popular tiene una extraña propensión a hacer oposición a la oposición. Debe ser que están muy satisfechos de los resultados que obtuvieron de la implacable oposición que realizaron durante los últimos años del Gobierno socialista, y no quieren cambiar una táctica que tan bien les salió. Pero creo que ya es hora de que alguien les recuerde que ya hace seis años que están en el Gobierno, y que los ciudadanos les han de juzgar por lo que hagan, y no por las críticas que realicen a la oposición.

Y no me refiero sólo a la increíble tendencia a acudir al pasado para tapar sus propias vergüenzas, aunque también ello sea merecedor de críticas, sino a la continua descalificación de todo cuanto desde la oposición se haga o se diga.

Vaya por delante que cuando observo las sesiones del Congreso de los Diputados de los miércoles tengo la sensación de que en lugar de controlarse al Gobierno, es el Gobierno el que controla a la oposición. Esto unido a los ademanes chulescos -en los que Rato es una consumado maestro, y Piíto Cabanillas un avanzado discípulo-, tiene a la fuerza que terminar produciendo rechazo.

Pero esa forma de subvertir el juego democrático tiene algunas características propias, y tal vez la más destacada sea la de repetir todos los portavoces del PP las mismas cosas con una coincidencia que, más que mostrar cohesión ideológica, denota que todos obedecen a las mismas consignas, con una disciplina que parece más propia de un partido leninista que de un partido conservador. Tal vez se deba al buen número de comunistas arrepentidos que hoy militan en sus filas, en extraña armonía con algún que otro totalitario converso de otro signo, que también los hay.

Claro que esa univocidad tiene también sus riesgos, y el principal es que suena falsa y terminará por producir risa. Parece que cuando se oyen unas declaraciones de Aznar o de Arenas, ya están oídos todos los populares porque todos repiten lo mismo. Y si a ello le unimos el hecho de que cuando cambian de criterio parecen hacerlo todos al unísono, sus manifestaciones terminan por aburrir.

Pero flaca es la memoria humana, y cuando adivinamos que desde un tiempo a esta parte la consigna consiste en atacar al PNV, pocos recuerdan los tiempos en los que el idilio entre Álvarez Cascos y Arzalluz era una realidad. No importa, ahora lo que se tercia es criticar al nacionalismo vasco -que por otra parte hace sobrados méritos- y a ello se empeñan todos con singular ahínco.

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Sin embargo, ahora parece que la última consigna es la de centrar todos sus ataques en el PSOE (¡por algo será!) y sobre todo, se haga lo que se haga, se diga lo que se diga desde las filas socialistas, acusarles de incoherentes. Cuando, sea Arenas, sea Aznar, sea alguno de sus sacristanes hace declaraciones sobre alguna propuesta del PSOE, ya se sabe que la primera palabra que sale de sus labios es la de la incoherencia. Desde luego en esa tarea quien más se aplica es Javier Arenas, pero lo hace con tan poca convicción, que resulta falso. Algo así como el niño repipi que repite la lección aprendida de memoria.

Pero la férrea disciplina que aparentan no da mucho más de sí, y naturalmente, empiezan a tener sus disgustos en determinadas materias en las que el principio de la voz única hace aguas por todos los lados. ¿Quieren un ejemplo? Pues sin ir más lejos, podemos hablar del tema de la participación de las regiones en Europa, que además me sirve para cumplir con el compromiso de contarles a ustedes a qué se dedica Zaplana en ese Comité de las Regiones que no consiguió presidir, o en la Convención Europea en la que es observador y cuya presencia tanto nos ha vendido como el mayor logro conseguido en la historia para los intereses valencianos.

El caso es que la cuestión relativa a la participación de las regiones en el proceso europeo es una de las tareas que el Tratado de Niza y la Declaración de Laeken fijaron para la Convención que ha de preparar la Conferencia Intergubernamental, y resulta necesario fijar una posición hacia un problema que está pendiente. Aquí no bastan generalidades ni lugares comunes; hay que mojarse.

La posición del Gobierno español ha sido muy clara: no quiere ni oír hablar de la participación de las comunidades autónomas en Europa, e incluso recientemente el propio presidente del Gobierno ha declarado, en tono catastrofista, que la Europa de las regiones destruiría el proceso de construcción europea. Pero no es ésa la única postura que existe entre los populares españoles, y no voy a referirme a las propuestas que Fraga ha lanzado desde Galicia ni tan siquiera a recordar cuanto el propio Zaplana manifestó ante las Cortes Valencianas, cuando nos quiso hacer creer que iba a ser el presidente del Comité de las Regiones, cuando poco más o menos vino a asegurar que iba a conseguir que el Comité se convirtiera en un institución y no en un órgano consultivo, sino a las que ahora se realizan en la Convención, y miren por donde, resulta que la coherencia de los populares brilla por su ausencia.

Ahora, llegada la hora de la verdad, cuando hay que mojarse con propuestas concretas, la coherencia del PP está ausente, pues cuando desde el Parlamento Europeo se sugiere que las regiones con competencias legislativas plenas deben tener en la Unión un estatus especial como 'regiones asociadas' y ampliar su ámbito de competencias en virtud del principio de subsidariedad, los parlamentarios españoles del PP se aprestan a pedir la supresión de cualquier mención a las regiones en un futuro reparto de competencias, mientras que los presidentes de las comunidades autónomas del PP aprueban un documento en el que piden ir más lejos que las propuestas del Parlamento en esa materia, y piden que el Comité de las Regiones se convierta en un órgano colegislador, y que las regiones tengan estatus propio en el Tratado. Y además eso se presenta como aportación de Zaplana a la Convención. Como se verá, todo un ejemplo de coherencia. Con razón tiene que hacer Zaplana ejercicios malabares para que no se le vea el plumero y así ratificar la coherencia de sus posiciones con las de Aznar cuando a la luz salta que son no sólo opuestas sino incluso contrapuestas.

Por cierto, que entre la documentación aportada a la Convención figura un documento en el que se formulan esas propuestas, contradictorias con las del Gobierno español, como contribución del señor Zaplana Hernández-Soro, 'observador de la Convención', pero el documento no es ni mucho menos una aportación suya sino un dictamen del Comité de las Regiones que fue elaborado por el democristiano belga Chabert y el socialista alemán Dammeyer.

Y al final ya no sólo resulta que son incoherentes. ¡Es que hasta se apropian del trabajo ajeno!

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

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