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Crónica:A PIE DE PÁGINA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sombras de la lectura

Todos los años lo mismo, sobre todo cuando entramos en la órbita del Día del Libro. Cada año hay más analfabetos e iletrados en este país, pero eso poco importa, por todas partes celebramos días del libro y a mí cada año me toca explicar por qué hay que leer. Estaba el otro día en una emisora de radio cuando fui invitado a explicar a los oyentes en cinco segundos por qué deberían animarse a leer. Para que literalmente se animen, respondí. Y a punto estuve de añadir: para que de paso logren la salvación del espíritu, ese ideal de Musil. Esto ya no lo dije, porque me pareció excesivo y, además, tal vez sobrepasaba los cinco segundos. En realidad nunca he entendido por qué debo hacer apostolado de la lectura. Que cada iletrado de este país haga lo que quiera. Por otra parte, odio casi a la humanidad entera y me paso el día poniendo bombas mentales tanto a los poderosos como a sus disciplinados gregarios y al resto del mundo en general. Me pregunto pues por qué razón debería echarles una mano y recomendarles que leyeran libros si sólo les deseo el Mal, si sólo quiero que aumente su estupidez y se estrellen de una vez por todas montados en el tren de la ignorancia pública que pagamos todos pero que algún día ellos pagarán muy caro. Es más, les detesto tanto que me encantaría que les obligaran a leer, que desde algún lugar saliera un pérfido decreto, una drástica orden de acercarse al libro, y de pronto las ciudades de nuestro país se convirtieran en bibliotecas de forzada, caótica y mentecata actividad intelectual, un gran barullo, algo así como el reverso de Benidorm, pero sin que en el fondo Benidorm cambiara nada.

La literatura nos habla de lo que puede ser pero también de lo que pudo haber sido

De este modo el fracaso de las vidas de estos analfabetos altivos sería doble. Estaría, de una parte, el ya de por sí estrepitoso fracaso de toda vida, al que habría que añadir el producido por el contagio con los literatos (pues, como se sabe, ser escritor es fracasar) y con los libros, esas asombrosas 'extensiones de la memoria y la imaginación' que llevamos a las playas y hacemos fracasar no leyéndolas y enterrándolas en un inconsciente gran libro de arena, bien distinto del borgiano.

De esta forma me vengaría de las llamadas al apostolado por estas fechas y de esa constante duda que tanto convive conmigo y que me empuja miserablemente a decir que no se puede a nadie recomendarle que lea pero al mismo tiempo me empuja a pensar que en realidad, por mucho que no me agrade, debería ejercer el apostolado de la lectura aunque tan sólo fuera de forma estilizada, a la maniére, si se quiere, de Beckett ('la expresión de que no hay nada que expresar, nada con que expresarlo, no querer expresarlo, junto con la obligación de hacerlo'), y decir, por ejemplo, que no hay nada que decir, salvo que sin la literatura la vida no tiene sentido. Aunque, claro está, sólo puedo convencer de esto a los que leen, y aún. Y es que muchos de los que leen creen que es obligación hacerlo, y éstos son los más peligrosos porque transmiten una sensación evidente de tedio, no parecen haber leído una frase memorable de Montaigne: 'No hago nada sin alegría'. Con esta frase, él quería indicar que el concepto de lectura obligatoria es un concepto falso. Si encontraba un pasaje difícil en un libro, Montaigne lo dejaba. Y es que él veía en la lectura una forma de felicidad. Borges veía el asunto igual. Decía que un libro no debía requerir un esfuerzo, que la felicidad no debe requerir un esfuerzo. Estaba de acuerdo con Montaigne aunque le encantaba citar a Emerson, que contradecía a éste y, en su gran ensayo sobre los libros, decía que una biblioteca es una especie de gabinete mágico. En ese gabinete están encantados los mejores espíritus de la humanidad, pero esperan nuestra palabra para salir de su mudez. Tenemos que abrir el libro, entonces ellos despiertan. Emerson nos dice que podemos contar con la compañía de los mejores hombres que la humanidad ha producido, aunque muchas veces no nos acordamos de esto -hay muchos que no se acuerdan ni una vez en su vida- y elegimos otras compañías.

Ahora bien -y doy ahora dos largos pasos para alejarme de cualquier nueva tentación de apostolado-, la compañía de la literatura es peligrosa, tanta que yo a veces a personas a las que quiero no tengo nada claro que deba aplaudirles que lean mucho y se adentren tanto en los libros, y es que deseo para ellos el Bien y cualquiera que haya leído, por ejemplo, a Kafka, conoce perfectamente cuanta 'angustia excesiva por nada' puede haber en la literatura. Como dice Magris: 'Kafka sabía perfectamente que la literatura le alejaba del territorio de la muerte y le permitía comprender la vida, pero dejándole fuera. Igual que le permitía comprender la grandeza del padre judío, modelo de hombre, pero no le permitía precisamente serlo'.

Precisamente porque la literatura nos permite comprender la vida, nos deja afuera de ella. Es duro, pero a veces es lo mejor que puede pasarnos. La lectura, la escritura, buscan la vida, pero pueden perderla precisamente porque están enteramente concentradas en la vida y en su propia búsqueda. Estoy hablando de un nudo inextricable de bien y de mal, de luces y sombras inherentes a la lectura y a la literatura. Todo esto es duro, para qué engañarnos; no es tan idílico como pretenden hacernos creer las campañas publicitarias del Ministerio de Cultura que buscan la confianza en los libros de los veraneantes de Benidorm y otras ciudades-metáfora de la televisión-basura. Y es algo que conocen perfectamente tanto los buenos lectores como los buenos escritores. Se trata de una dureza que, según Gombrowicz, la buena literatura posee como producto de un instinto de agudizar la vida espiritual. Hay días en que les recomendaría leer a mis peores enemigos.

Precisamente porque la literatura nos permite comprender la vida, nos habla de lo que puede ser pero también de lo que pudo haber sido. No hay nada a veces más alejado de la realidad que la literatura, que nos está recordando a todo momento que la vida es así y el mundo ha sido organizado asá, pero podría ser de otra forma. No hay nada más subversivo que ella, que se ocupa de devolvernos a la verdadera vida al exponer lo que la vida real y la Historia sofocan. Magris, por ejemplo, lo sabe muy bien, le interesa mucho lo que pudo haber sido si la Historia o la vida humana hubieran tomado otra dirección. A todos los que les interesa esto, les interesa leer. No es apostolado. Después de todo, hay días en que no les recomendaría leer ni a mis peores enemigos.

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