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Columna
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Libros

La historia del pensamiento humano sería sólo una hipótesis, un sueño inexistente y pretérito si no existieran los libros. La conciencia de lo que somos, el sentido del mundo y de las cosas, todo lo que sabemos del pasado y hasta nuestro modo de concebir la vida se debe a lo que miles de hombres y mujeres dejaron escrito en las páginas de un libro. Pero esa misma razón, ese objeto físico encuadernado de modo artesanal o industrial, manuscrito con letra de amanuense o impreso en offset, ha llevado también a los hombres a tratar de destruirlo cuando las ideas que propagaba eran consideradas perniciosas para determinado pensamiento, ideología o concepción teológica. En las últimas páginas de El nombre de la rosa, Guillermo de Baskerville descubría horrorizado que un ejemplar de la obra de Aristóteles, previamente untado con ungüento venenoso, había provocado un rosario de muertes dentro de la abadía por ser considerado un libro nocivo, capaz de destruir una parte del saber de la cristiandad. La historia humana está llena de episodios semejantes en los que azarosos escrutinios alimentaron la hoguera con miles de libros condenados. Nuestra historia más reciente también está plagada de edificantes ejemplos. En los años 40, el obispado de Valladolid publicó una lista de obras prohibidas entre las que se encontraban, por ejemplo, cinco novelas de Gabriel Miró. En 1979, el primer gobierno democrático retiró de las librerías El libro rojo del cole, editado por Nuestra Cultura, por considerarlo altamente nocivo para los estudiantes. Hoy mismo, entre las medidas represoras más eficaces se sigue practicando la destrucción material de todo aquello que se asemeje a un libro, ya sean legajos, compendios o crónicas. Hace diez años, los ultraderechistas serbios de Karadzic atacaron con material incendiario la Biblioteca de Sarajevo para acabar así con su memoria colectiva. Hace unos días, el ejército israelí dirigido por Sharon asedió con fuego los archivos de la revista Al Kamel y la vivienda del poeta palestino Darwish en Ramala por tratarse de la publicación de mayor prestigio cultural en el mundo árabe. La fórmula es siempre la misma: hoguera y exterminio contra el pensamiento.

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