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¿Adónde va Israel?

Miles de familias en todo Israel han vuelto a recordar un año más la historia del éxodo de Egipto y el paso de la esclavitud a la libertad de sus antepasados. 'Ahora somos libres', han cantado. Y sin embargo, la Pascua judía no ha concluido esta vez con la tradicional jornada de esparcimiento. Los israelíes no se sienten del todo libres y tampoco tienen mucho que celebrar. La Intifada de Al Aqsa, que acaba de entrar en su 19º mes, les ha costado 400 muertos, 4.000 heridos y una movilización militar, pero sobre todo les ha hecho perder su sentimiento de seguridad y ha agitado los cimientos de su autoconfianza. La sociedad israelí está confusa.

'¿Qué más quieren? Arafat podía haber conseguido su Estado y dijo que no. Barak les ofreció todo lo posible y más. No volverán a tener otra oportunidad', manifiesta Assaf, aún conmocionado por el último atentado. Como la mayoría de los judíos israelíes, este joven profesional y padre de familia está convencido de que fue el líder palestino quien hizo fracasar las conversaciones de Camp David y, en consecuencia, no entiende las razones de la Intifada. 'Siempre he sido un votante de la izquierda; voté a Barak incluso en las últimas elecciones, pero ahora no volvería a hacerlo', declara, sin esconder que sus simpatías han girado hacia Sharon.

La Intifada de Al Aqsa les ha costado a los israelíes 400 muertos y 4.000 heridos, pero sobre todo les ha hecho perder su sentimiento de seguridad y ha agitado los cimientos de su autoconfianza

No es el único. Las últimas encuestas (y éste es un país que hace muchas) aseguran que menos de un 20% de la opinión pública judía se identifica con la izquierda, un 17% con el centro y por encima del 50% con la derecha moderada o radical. Pero izquierda y derecha no tienen en Israel el mismo significado que en el resto del mundo. Ambos conceptos se definen en función de la actitud hacia el conflicto con los palestinos. En la izquierda están los que respaldan un compromiso. En la derecha, todos los demás, con Sharon a la cabeza.

'La situación ha dejado de ser tan rígida', explica sin embargo a EL PAÍS el escritor A. B. Yehoshua. 'Ahora, la atmósfera es muy flexible y cambiante. Se está produciendo una constante transferencia de ideas. A uno y a otro lado se encuentra gente que defiende desde la guerra total hasta el regreso a las fronteras de 1967; cada vez están más mezclados halcones y palomas'.

La confusión no es sólo de ideas, sino también de sentimientos. Es cierto que un porcentaje elevado de la población respalda la decisión de Sharon de 'dar una lección' a los palestinos. 'Tenemos derecho a defendernos', asegura Gil, un residente de Tel Aviv dolido porque los europeos no condenen con la misma energía los atentados suicidas palestinos. Al mismo tiempo, muchos de esos israelíes están dispuestos a abandonar Gaza y Cisjordania. Aún más, hay ciudadanos que aseguran comprender a los palestinos. 'Si yo estuviera en su lugar, haría lo mismo', confiesa Assaf, sin que le parezca contradictorio con su deseo de que se les castigue.

Este debate viene a sumarse a las tradicionales divisiones entre askenazis y sefardíes, religiosos y laicos, colonos y pacifistas, nacidos en el país y nuevos inmigrantes... Israel es un país fascinante en el que conviven las opiniones y opciones vitales más dispares, defendidas con una vehemencia que hace temer que el equilibrio salte en cualquier momento por los aires. En el pasado, diplomáticos y periodistas solían bromear diciendo que sólo la enemistad con los palestinos mantenía unido a ese conglomerado tan diverso. No por más tiempo.

Atentados

Es verdad que el ultraje de los últimos atentados (125 muertos sólo en el mes de marzo) ha apagado las críticas de los círculos liberales sobre los excesos del Ejército. Algunos intelectuales, como Haim Guri, Haim Shor o Aharon Amir, no esconden su enfado y su frustración por la actitud de los palestinos. Otros, como Benny Morris, Yehoshua Porat o Menachem Milson, se muestran menos explícitos, pero igualmente desanimados ante el giro que dieron los acontecimientos el 29 de septiembre de 2000, el día de la visita de Sharon a la Explanada de las Mezquitas. Sin embargo, detrás del dolor y la rabia, la opinión pública israelí se encuentra más dividida que nunca sobre cómo salir del atolladero.

Hasta tal punto que, en vísperas de cumplirse el 54º aniversario de su independencia, el próximo día 17, un reciente número de la revista estadounidense Newsweek se interrogaba en su portada: ¿Cómo va a sobrevivir Israel? 'Nosotros ni siquiera nos planteamos esa pregunta', asegura a EL PAÍS Raanan Gissin, el portavoz de Sharon.

'No sólo hemos sobrevivido a las persecuciones, el exilio o el Holocausto, sino que en medio siglo nos hemos situado entre los países que encabezan el desarrollo científico y tecnológico', subraya Gissin, mostrando una imagen de su país de la que todos están orgullosos. 'Y eso sin poder emplear todo nuestro potencial, porque tuvimos que hacerlo con la espada en una mano para luchar contra los árabes', precisa.

Gissin, como la derecha más recalcitrante, no renuncia al objetivo de la paz -'es nuestra elección natural', asegura-; sin embargo, a diferencia de la izquierda, defiende los medios militares. 'Dado que los regímenes árabes no son democráticos, sólo es posible alcanzar la paz por la fuerza. Es doloroso, pero inevitable', concluye, sin reparar en la trampa que esa opción supone para la propia democracia israelí (algunos comentaristas ya han empezado a denunciar las restricciones a la libertad de prensa impuestas desde que se iniciara la Operación Muro Defensivo).

Muchos israelíes, en especial entre los jóvenes, no lo ven tan claro como Gissin y empieza a cundir la desesperanza. Un 27% de los judíos israelíes de entre 25 y 44 años manifiesta su deseo de irse de Israel, según una encuesta publicada por el diario Haarezt esta semana. En abril de 1976, quienes deseaban emigrar no alcanzaban el 5% de la población adulta judía. La idea misma de la emigración resulta ajena a la mentalidad israelí hasta el punto de que la Oficina Central de Estadísticas carece de datos al respeto. Israel ha sido -aún es- una tierra de inmigrantes.

El único país creado por una resolución de la ONU sigue estando abierto a la llegada de cualquier judío, que, sólo por el hecho de serlo, tiene derecho a la nacionalidad israelí. Ha sido de este modo como la pequeña comunidad de 600.000 judíos que estableció el Estado de Israel en 1948 ha crecido hasta 4,7 millones. (Los otros 1,1 millones de habitantes son los llamados 'árabes israelíes', palestinos que permanecieron en sus tierras a pesar de las dificultades de aquel momento y de las que siguen teniendo como ciudadanos de segunda).

Los deseos de emigrar no siempre se traducen en hechos, pero más allá de las cifras también se ha producido un cambio de actitudes. El emigrante ha dejado de ser un 'traidor a la patria' o un 'pusilánime'. Hoy, un 60% de los encuestados para Haaretz no desaprueba esa opción. Las razones para irse no son, sin embargo, malestar por la política de ocupación o desintegración del sueño sionista. La mayoría aduce el temor a los ataques terroristas y la falta de esperanza en poder llevar una vida normal a largo plazo.

Hay guardias de seguridad en todas partes. Hay que enseñar el bolso al entrar en el supermercado, en la farmacia, en la oficina de correos... 'Vas a tomar un café y a la puerta hay un tío con un pistolón. Lo piensas dos veces y te tomas el café en casa', confiesa Abed, un jerosolimitano que ha renunciado a salir como medida de precaución.

Muchos reconocen que la grave amenaza a su seguridad personal ha minado su capacidad de distinguir entre seguridad, como un derecho natural, y justicia, como razón de su presencia en esta tierra. El comentarista Nadav Sragai es uno de ellos. 'La raíz de nuestro derecho no es la seguridad, sino nuestra identidad como judíos', escribía recientemente. 'Israel es el Estado de los judíos, y si no fuera así, podría haberse establecido en cualquier otro lugar del mundo'. Ahí radica parte del problema. ¿Cómo se conjuga la democracia con un derecho inscrito en la Biblia?

Población árabe

Igual que el centro tecnológico de Hertzeliya (una especie de Silicon Valley israelí) y el barrio ultraortodoxo de Mea Sharim. Pero el problema no es el peso de los rabinos en la sociedad, ni que la compañía El Al no vuele en sabat o que no haya forma de comprar pan durante la semana de Pascua porque una ley religiosa dice que no se puede usar levadura. El problema es que si la esencia de la nacionalidad israelí es la identidad judía, el 20% de la población árabe constituye una amenaza, y la reivindicación palestina del derecho al retorno, un suicidio.

'Eso es algo en lo que estamos de acuerdo el 99,99% de los israelíes', asegura un funcionario de talante liberal, 'ahí no hay nada que negociar'. De eso a justificar la expulsión de los palestinos como proponen algunos extremistas, queda sin embargo mucho trecho. Mi interlocutor defiende que la mayoría está dispuesta a hacer concesiones y ha renunciado al Gran Israel. 'Se ha avanzado mucho', insiste, 'ahora se aceptan propuestas que hace 10 años eran anatema y que cuando los laboristas las propusieron en Camp David, asustaron a la mayoría'.

'Israel no logrará seguridad si no da pasos concretos que prueben que desea poner fin a la ocupación', escribe por su parte Akiba Eldar, que sugiere empezar con la evacuación de Netzarim, en Gaza. La protección de las 40 familias de esa colonia cuesta cinco millones de euros al año y las vidas de 15 soldados desde que empezó la Intifada. Muchos comparten la idea de que los 200.000 colonos mantienen rehén la política de Israel. Incluso está surgiendo un movimiento, aún pequeño pero significativo, de reservistas que se niegan a servir en los territorios ocupados (o disputados, como me precisa Gissin, el portavoz de Sharon). Otro tabú que cae.

Sin embargo, tal como recuerda Yehoshua, 'la paz también depende de los palestinos, no sólo de nosotros'. Y a estas alturas pocos creen que ambos pueblos sean capaces de alcanzarla por sí mismos. 'Ni siquiera hemos sido capaces de lograr un alto el fuego', señala el escritor, que, ante lo improbable de que la comunidad internacional imponga una solución, propone 'la evacuación de una gran parte de los territorios y el establecimiento de una frontera real para reducir la violencia'. Pero ¿y si no se trata de una cuestión de fronteras?

Ariel Sharon, durante una visita a un puesto de observación del ejército israelí situado en Tavlan, en el valle del Jordán.
Ariel Sharon, durante una visita a un puesto de observación del ejército israelí situado en Tavlan, en el valle del Jordán.AFP

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