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Columna
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Silencio

Navegar hacia la oscura región de Hades, retirarse al desierto, bajar a los infiernos, he aquí algunos trabajos rituales que deben realizar los héroes antes de presentarse en sociedad. Sólo resucitan los que han muerto bien. Después de haber pasado un fin de semana en el infierno departiendo con el Príncipe de las Tinieblas, al tercer día la losa del sepulcro saltará como un tapón de champán y ya serás para siempre un cuerpo glorioso. Perderse en el mar boreal , como Ulises, también es un buen ardid para que te dejen en paz por un tiempo; luego serás aclamado en la última baliza siempre que vuelvas más sabio habiendo dialogado a fondo con los tiburones: la Odisea no fue más que una regata. Si quieres ser profeta tendrás que ir antes al desierto a aprender: allí te esperarán los saltamontes, los lagartos y los alacranes para darte lecciones de filosofía que deberás impartir al resto de los mortales. De esos lugares iniciáticos volverás sabiendo que en medio de la insoportable algarabía del mundo el estilo literario más profundo es el silencio. Se habla demasiado, se escribe demasiado. Un ensayo comprimido hasta su esencia podría convertirse en un aforismo y no cambiaría nada. Cualquier relato llevado hasta la última expresión cabría en un par de versos épicos o líricos y su emoción sería la misma. Si se tomara ese aforismo o ese verso y se le exprimiera aun más, se llegaría a la nada, a un espacio donde ya sólo se oyen las voces de los muertos, que es hoy el silencio más esmerado. En algunos monasterios tibetanos son los monjes más sabios los que más callan. A la sombra de un sicomoro permanecen con las pupilas del revés mirándose el cerebro y cuando hablan cada palabra que pronuncian siempre es de oro. El cualquier puerto de pescadores del Mediterráneo suele haber algún viejo marinero varado en la solana que en lugar de contar historias de navegaciones se limita a enseñar el muñón que le dejó un marrajo. También en los bajos fondos encontrarás a un ser pálido rodeado de otros asesinos cuyo prestigio consiste en no contestar nunca a ninguna pregunta sino con la mirada fría mientras se limpia las uñas con una navaja. Unos han estado en el infierno, otros en el desierto, otros en alta mar. Alacranes, lagartos, tiburones y almas de los muertos han sido sus maestros. En medio del ruido de palabras vanas que puebla el mundo su silencio es tan apreciado porque nace de la experiencia máxima.

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