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Reportaje:

Reliquias rubias

Francisco Pérez, dueño de 415 kilos de pesetas antiguas, no sabe qué hacer con ellas

Francisco Pérez Sicilia tenía una ilusión. Quería bautizar a su primer nieto por todo lo alto: quería salir a la puerta de la iglesia conduciendo un carrillo de obra lleno de relucientes pesetas rubias y, una vez allí, repartirlas entre los presentes a paletada limpia. 'Lo de regalar monedas es costumbre en mi pueblo, Aguilar de la Frontera', explica. Pero no pudo ser. El niño, Manolo, nació algo más tarde de lo que su abuelo había previsto, y cuando llegó a la pila, envuelto en encajes y batistas, las pesetas doradas ya habían dejado de circular. 'Así que tiramos de las modernas', concluye con sonrisa resignada este expeditivo jubilado cordobés.

El problema vino después. Francisco había ido guardando concienzudamente todas las pesetas que pasaban por sus manos desde 1989. Tenía un supermercado y manejaba mucho cambio menudo. 'La pieza que entraba en la caja ya no salía', sentencia. De este modo, a lo largo de siete años había conseguido reunir 119.520, que se dice pronto: 415 kilos de pesetas.

Incluso se tomó el trabajo de meter las monedas en sacos transparentes, a razón de 7.200 rubias por saco, y de cargarlos todos en su furgoneta, una tarea que deslomaría a cualquiera. Luego le tocó transportarlos hasta la balanza pública del mercado, y pesarlos allí en presencia de un notario, que levantó acta con toda seriedad. El documento, metido en una respetable carpeta gris, merece pasar a la historia de lo absurdo. Cargado de cómica solemnidad, especifica hasta el último detalle cómo las pesetas fueron revisadas para comprobar que eran verdaderas, cómo se desarrolló el proceso del pesaje, cuál fue el resultado final... No le falta nada. Hasta está fechado el 28 de diciembre.

Francisco hace una pausa y se ríe. A él, que cumplirá 60 años en mayo, esta afición le viene de lejos. Cuando era chico y su madre le daba la peseta semanal en un billete nuevo y crujiente, la guardaba: 'No gastaba nada. Pero avaricia, ninguna, que quede bien claro. Porque no es lo mismo coleccionar pesetas que ser un pesetero'.

Mientras el abuelo habla, el nieto, Manolo, que tiene ahora tres años y acaba de volver del colegio, divide su atención entre los charcos de barro y los coches de juguete. Por el momento ganan los charcos. De repente el niño se para en medio del jardín, se agacha y recoge una pesetilla huérfana y traspapelada. Sube las escaleras del porche y deposita la moneda en su sitio, dentro de uno de los sacos abiertos. '¿Qué te gusta más, las pesetas o los euros?', le interroga Francisco, quitándole un poco de barro de los pantalones. En su media lengua, Manolo no duda: 'Euros', dice. ¿Y por qué? 'Para comprar coches'.

El abuelo lo mira con nostalgia. 'Hace poco se bautizó el hijo de un sobrino mío', cuenta, 'y allí, en la iglesia, lo que tiraron fueron euros y caramelos'. Es el fin de una era.

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Monedas despreciadas

'Para mí esto es un problema', dice Francisco, volviendo la vista hacia su amarilla colección, desplegada en el porche de su casa. 'No sé qué hacer con ellas'. Lo primero que uno piensa es que se podrían cambiar por euros. Serían unos 720, que no está mal. 'Yo creo que en el Banco de España me las admitirían, pero me parece que vale más el metal para la fundición', aventura Francisco. Estas monedas, que en sus principios fueron de oro y plata, están hechas de una modesta aleación de cobre y níquel desde 1937. Pero al Banco de España no le interesan nada las pesetas rubias; la operadora telefónica declina amablemente la oferta y explica que sólo pueden convertirse en euros las monedas que eran de curso legal el 28 de febrero. Y las de Francisco dejaron de circular el 31 de diciembre de 1996; es mucho retraso. 'Esas pesetas ya no pueden considerarse dinero', explica la operadora. 'Se pueden vender como chatarra, se pueden fundir, se puede hacer lo que se quiera con ellas, pero no cambiarlas'. ¿Las querrían en la Casa de la Moneda? 'Pues me parece bastante difícil', dice dudosa. 'En realidad, lo del dinero no es lo que me importa más', contraataca Francisco. 'Pienso que el conjunto tiene un valor histórico. Aquí está reunida toda la secuencia de monedas de una peseta desde 1944 hasta 1996. Tengo de las primeras que se acuñaron tras la guerra, esas que llevan un número uno muy grande y un escudo. También hay de las que tienen la cara de Franco, y de las del rey Juan Carlos, y las del mundial de fútbol'. Tras consultarlo en un establecimiento especializado en numismática, resulta que tampoco puede ser. Que de estas humildes monedas hay miles y miles en el mercado, y que son tan comunes que de momento no valen prácticamente nada; no se encuentra quien quiera comprarlas. Otro gallo cantaría si fuesen las que se acuñaron tras el derrocamiento de Isabel II, las primeras, o aquellas que retrataron el crecimiento del rey Alfonso XII; o las de plata de la República, o las de latón de los años de la guerra... Francisco no se rinde. 'Yo tengo la cosa de llevar esto al libro Guinness de los récords', explica tímidamente. De ahí la utilidad del acta notarial.

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